por Rafael Bautista S.
Un país se autodetermina cuando se conoce. Pero no hay conocimiento mientras unos sigan negando a otros. Es más, la negación anula la posibilidad de autoconocimiento, pues incluso para diferenciarnos precisamos conocer a los demás. La resistencia a conocer es una resistencia a reconocerse, a saber lo que uno es, pues otro es la medida de uno, o dicho en cristiano: “ama a tu prójimo porque tu eres él” (según una traducción más fiable).
Por eso el encono mediático se hace irracional, porque no apuesta por conocer sino desconocer. “A una chispa del incendio” rezaba Red UNO, “el peor momento de Evo” ansiaban Unitel y ATB, “fue silbado por la gente” hacía mofa Gigavisión, etc. Sin duda el país se desmorona en los medios, hasta se enfrentan norte y sur, occidente y oriente; los analistas meten leña y la prensa aprende brujería: todo aparece mal y cuando algo sale bien, la alquimia sirve para magnificar lo malo de lo bueno. La ficción mediática se propone el desastre y consigue incertidumbre, como Unitel-Santa Cruz, que no sólo decide la subida del precio de la carne sino el nuevo precio.
Pero la ficción es sólo posible en sus márgenes. Por eso Santa Cruz no ardió ni el país se enfrentó. Más bien se encontró. Encontrándonos nos podemos conocer y conociéndonos podemos constituir un nuevo país. Ese es el horizonte abierto por las naciones originarias, por aquellos que marcharon jurando a la bandera, redimida por ellos; por quienes siempre ofrendaron sus vidas en su defensa, y no por aquellos que abrigándose en esa bandera nos destrozaron. En potestad de estos la bandera siempre había sido el símbolo del sometimiento, pero recuperada por el pueblo se transforma en el símbolo de la autodeterminación. Por eso Bolivia lagrimeaba de emoción, porque el país se llenaba de sentido autentico, sentido propuesto desde las victimas de cinco siglos de injusticia. El país no era lo que habían pregonado los poderosos: un país limosnero; sino puede ser lo que proyectan las víctimas: un país para todos. Este país no era nuestro porque nunca se asumía nuestro, su fin y su origen estaba en otro lado, menos en este. Por eso la marcha indígena no era una afrenta sino un afrontar al boliviano consigo mismo y con su historia.
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