miércoles, agosto 18, 2010

Banzer: ¡Maten comunistas, yo les daré una recompensa!

Golpe de Banzer 21 de agosto de 1971

Fortunato Esquivel (Periodista)

( tomado de CAMBIO)


El menosprecio por los campesinos y los indígenas originarios se hizo patente en la década de los 70 del siglo pasado, durante los gobiernos de René Barrientos y del más sanguinario de ambos, iniciado el 21 de agosto de 1971, liderado por el coronel Hugo Banzer Suárez. Estaba vigente el denominado pacto militar-campesino iniciado por Barrientos, quien utilizó a los agrarios para mantenerse en el gobierno, aunque no tenía el menor aprecio por ellos.

Esa especie de ideología racista persiste aún hoy, más en la superficie que en el fondo, en algunos sectores del gamonalismo de Bolivia donde de vez en cuando se enarbola la divisa de una Bolivia sin indios.

Los principales ‘ideólogos’ de esa corriente fueron Gabriel René Moreno, para quien el indio era una vacuidad, sombría, asquerosa, huraña y sórdida. Bautista Saavedra sostenía que el indio era una bestia de carga, miserable a la que había que explotar hasta la inhumanidad.

Los dos dictadores mencionados pretendieron iniciar el cambio de ‘raza’ con la importación de blancos. Barrientos atrajo a los menonitas, que hoy depredan los bosques, y Banzer anunció la llegada de rodesianos, que no se produjo por la oposición a esa ‘idea’. El odio al campesino e indígena durante el gobierno de Banzer provocó que quizá centenares de ellos fueran masacrados durante los siete años de su gobierno. Fueron perseguidos y asesinados como respuesta a sus reclamaciones por mejores condiciones de vida.

La eliminación de originarios más dramática fue la ocurrida en Cochabamba. La llamada ‘masacre del valle’ ocurrió entre el 22 y 31 de enero de 1974. Varios decretos aprobados por la dictadura, sobre todo relativos a una severa elevación de precios en los alimentos, y la devaluación del boliviano de 12 a 20 respecto al dólar estadounidense, fueron el justificativo.

El 22 de enero, los obreros de la fábrica de calzados Manaco protestaron contra los decretos bloqueando la plaza de la población de Quillacollo. Gritaban “queremos pan”, “morir de bala antes que de hambre morir”. Los uniformados ocuparon el lugar de manera violenta. Allí murió un campesino. A partir del 24 los campesinos del valle alto inician el bloqueo de la carretera a Santa Cruz desde el kilómetro 20 al 126. El 26 los originarios de Sacaba se suman y bloquean el ingreso al Chapare hasta el kilómetro 38.

El martes 29, tanques y caimanes con soldados bien pertrechados al mando de un My. Cordero que obedecía “órdenes superiores”, llegaron cerca de Tolata para iniciar un ‘diálogo’ con la mentirosa presencia de Banzer que no tenía ni la menor intención de ir. Una mujer lanzó una pedrada, respondida con una ráfaga de ametralladora y el ataque de los blindados. Aviones de combate apoyaron la masacre.

El libro Nunca más para Bolivia, señala en la página 160 el testimonio de uno de los soldados presentes: “Hemos visto montones de cadáveres, campesinos amontonados como leña”. Otro testigo contó haber visto unas treinta camillas cubiertas con mantas en un avión militar en el aeropuerto de Cochabamba. Concluida la matanza de Tolata, los militares avanzaron por la carretera, dejando grupos de ellos a lo largo del camino.

El mismo 29 de enero, numerosos campesinos se concentraron en Epizana. Se desconocía lo ocurrido en Tolata, pero estaban acordes en exigir la derogatoria de las medidas de hambre. Sorpresivamente fueron atacados por soldados del regimiento Tarapacá, comandados por el My. Cordero. Algunos campesinos que portaban fusiles máuser intentaron defenderse, pero fueron reducidos a metralla. Quince fueron abatidos, veinte resultaron desaparecidos. Se presume que fueron arrojados a los barrancos o al río por la ‘acción de limpieza’ de los militares. El miércoles 30, campesinos del Valle Alto, Sacaba, Melga y Aguirre se sumaron a las protestas contra la dictadura que a su vez declaró ‘zona militar’. En Sacaba, la limpieza étnica dejó más de cuarenta bajas entre muertos y heridos. En Melga y Aguirre, los muertos fueron entregados a sus familiares para su sepultura.

Después de la ‘Masacre del Valle’, Banzer reunió un grupo del ‘Pacto militar-campesino’ y en el Palacio de Gobierno les dijo: “A ustedes hermanos campesinos voy a darles una consigna como líder. El primer agitador comunista que vaya al campo, yo les autorizo, me responzabilizo, pueden matarlo. Sino me lo traen aquí para que se entienda conmigo personalmente.

Yo les daré una recompensa”. Corriendo riesgo, el periódico Presencia fue el único en publicar el mensaje de este caudillo bárbaro, que no retrocedió en la vigencia de sus decretos elevando el precio de los alimentos, y por el contrario, en la cervecería paceña durante un encuentro con los obreros dijo que estimaba a los hombres trabajadores que no “lloraban por un pan”.

El jefe falangista Mario Gutiérrez respaldaba a su líder indicando que no se debía hacer tanto ruido porque el dólar hubiera subido unos cuantos pesos. A su vez el ministro del Interior Cnl. Wálter Castro amenazó: “Ya no se tolerarán más huelgas ni paros de trabajo, ni por medidas de devaluación ni por elevación de los precios de artículos de primera necesidad”. Poco después, el 9 de noviembre de 1974, la dictadura aprobó el Decreto del Servicio Civil Obligatorio.

Se puso fuera de la ley a todos los sindicatos y en su lugar se impusieron interventores con el denominativo de “coordinadores”. Los dirigentes de la COB fueron perseguidos. El país entero se convirtió en un gigantesco campo de concentración. Esto es algo que ocurrió hace 39 años y que los bolivianos tenemos la obligación de velar para que no ocurra nunca más.

viernes, agosto 13, 2010

Una opción civilizatoria con rostro indígena

Vivir bien

Acceder al gobierno nacional: un paso de esperanza

El gobierno que emergió en Bolivia en diciembre de 2005 y asumió en enero del 2006, que convocó y realizó la Asamblea Constituyente, que convocó y ganó el referéndum revocatorio en 2008 y que nuevamente convocó y ganó la presidencia del país y el gobierno nacional en las elecciones de 2009, es un gobierno de nuevo tipo: surgido de las luchas sociales de los pueblos indígenas, construido también con el protagonismo de los movimientos sociales, de trabajadores, de campesinas y campesinos, entre los que destaca el movimiento cocalero.

Evo Presidente, es la frase que sintetiza desde finales de 2005 la gran esperanza de los pueblos de Bolivia y del continente todo. El nudo central de su programa de gobierno constituye la búsqueda de soluciones a los reclamos históricos de las comunidades indígenas, organizaciones sindicales mineras, campesinas y urbanas. Por ello, entre sus primeros pasos destaca la convocatoria y realización de la Asamblea Constituyente y la recuperación de los recursos energéticos del país orientada, entre varias razones, a la creación de un fondo para atender las políticas sociales.

Entre los objetivos prioritarios del gobierno se encuentra la lucha contra la discriminación étnica y la exclusión social y cultural, la erradicación de la pobreza, poner fin a la dependencia y el saqueo, refundar el Estado a partir de reconocer y articular su carácter plurinacional, construyendo una sociedad intercultural, basada en una democracia participativa que abra cauce al florecimiento de las autonomías de las comunidades (de sus identidades, cosmovisiones y modos de vida), trabajando colectivamente para construir un Estado plurinacional, que proyecte a sus habitantes al centro del quehacer social, político, cultural del Estado y el gobierno, es decir, ampliando la democracia desde la raíz, transformándola. Tales serían, entre muchos, los ejes centrales del quehacer estatal-gubernamental en lo que puede considerarse el período inicial del primer gobierno de los movimientos indígenas y sociales del continente. De ellos, considero importante destacar –a los fines de este análisis-, elementos centrales de su propuesta integral, intercultural y descolonizada del desarrollo, el bienestar y el progreso sociales.

Una concepción diferente del desarrollo y el progreso

Por diversos caminos, las reflexiones actuales más maduras en este tema convergen en un punto: El “desarrollo” capitalista alcanzado (en el Norte), resulta hoy indeseable (además de inalcanzable). Es inalcanzable porque las “periferias” han sido excluidas del diseño y los planes de hegemonía del capital global actual (salvo como territorios sirvientes) y no tienen cabida en ellos. Es indeseable porque el carácter destructivo y devastador que conlleva va dejando claro que ese “modelo” va a continuar con la depredación de la naturaleza, con el saqueo, con las guerras, es decir, continuará sembrando la muerte. Precisamente por ello es incapaz de promover, defender y garantizar la supervivencia humana y natural del planeta; tampoco ofrece soluciones a la situación de miseria, enfermedades, analfabetismo, carencia de infraestructura y exclusión crecientes de amplias capas de la población del planeta.

Estas razones, entre otras, hacen que el debate del desarrollo integre lo político, social, cultural y ético, además de lo económico. Y en la Bolivia de hoy esto se articula directamente con la lucha por la erradicación de la pobreza, con la propiedad de los recursos energéticos, con las posibilidades de acceso a los servicios y el goce de los derechos por parte de toda la ciudadanía, es decir, con la democracia. Desarrollo y democracia guardan –en esta concepción- una relación directa biunívoca.

Tomando como punto de partida las propuestas de los movimientos indígenas, campesinos y sociales, el gobierno que encabeza Evo Morales Ayma presenta en 2006, un Plan Nacional de Desarrollo que condensa esta nueva cosmovisión integral de vida y modos de vida, y define políticas públicas para hacerla realidad. En esto se resume y proyecta –sustantivamente- lo nuevo: se supera el ámbito teórico reflexivo; las ideas y propuestas iniciales cobran vida, se concretan y desarrollan en la acción política-social transformadora.

Atendiendo a los alcances de este sucinto análisis, deseo llamar la atención sobre un elemento sobresaliente de dicho Plan: la unificación de los caminos del desarrollo con los de la erradicación de la pobreza, de la desigualdad y la exclusión étnica-social.

Una de las primeras cuestiones puestas en cuestión han sido los conceptos “pobreza” y “pobres”, pues ellos invisibilizan los procesos de empobrecimiento y exclusión a los que fueron sometidos histórica y sistemáticamente los pueblos indígenas desde los tiempos de la conquista y colonización. Consiguientemente, los programas orientados a la eliminación de la pobreza en Bolivia están anudados a la eliminación de los mecanismos de empobrecimiento constante de los sectores indígenas, campesinos y de trabajadores en general. Y se conjugan directamente con los planes de desarrollo en la perspectiva señalada.

Del “bienestar” individualista al “vivir bien” en comunidad

La expresión vivir bien, propia de los pueblos indígenas de Bolivia, significa, en primer término, “vivir bien entre nosotros”. Se trata de una convivencia comunitaria intercultural y sin asimetrías de poder. “No se puede vivir bien si los demás viven mal”, tal es el pensamiento que sintetiza el nudo central del planteamiento.

Es un modo de vivir siendo y sintiéndose parte de la comunidad, con protección de ella y en armonía con la naturaleza. Es decir, se trata de un modo de “vivir en equilibrio con lo que nos rodea”. También significa vivir bien con los otros seres humanos, diferenciándose del “vivir mejor” occidental, que es individualista y pretende alcanzarse generalmente a expensas de los demás y, además, separado y contrapuesto a la naturaleza.

El vivir bien articula en igualdad de importancia, desarrollo y democratización. “No existe desarrollo sin democracia, sin extender la participación social en la actividad y las decisiones políticas, económicas y culturales.” [PND, p. 16] Partiendo del reconocimiento de que Bolivia es un país multiétnico y pluricultural, los programas orientados al desarrollo hacen explícito su reconocimiento a los valores de la comunidad y de lo comunitario, establecen lo colectivo como sujeto con capacidad de decisión y de acción, reconociendo en la horizontalidad una ventaja comparativa respecto a las directivas verticales. Esto constituye, a la vez, un soporte ético e ideológico de los procesos de búsqueda y construcción de una civilización re-humanizada, basada en un sistema social raizalmente democrático, equitativo, humanista, liberador y superador de la destructiva hegemonía económica, social, cultural e ideológica del capital.

La naturaleza en el centro de la vida

Para la perspectiva del vivir bien, la naturaleza no es un objeto; no es una fuente de recursos y materias primas; es un ser vivo. Esta dimensión ecológica de la realidad, reconoce que la naturaleza está indivisible e intrínsecamente imbricada con la vida de los seres humanos; somos parte de la naturaleza. Tal es la perspectiva cosmo-céntrica que posibilita pensar y construir el futuro humano con un sentido y una concepción de progreso y bienestar diferentes desde la raíz y superadores de los patrones utilitarios consumistas del capitalismo.

Una perspectiva intercultural para el desarrollo

La interculturalidad concibe las relaciones entre varias culturas dentro de un mismo territorio sobre la base del reconocimiento, la aceptación y la reciprocidad con el otro. La visión intercultural del desarrollo “va más allá de la acumulación económica y está relacionada esencialmente con la libertad cultural para decidir el respeto a la diversidad, a la diferencia, la heterogeneidad social y con la forma en que se organizan la vida, la sociedad y el Estado.”

En tal sentido, “La clave del desarrollo radica en suprimir la estructura de dominación cultural y de discriminación racial vigente e instituir una práctica de diálogo, cooperación, complementación, reciprocidad y entendimiento. De esta manera el crecimiento económico se concibe como el proceso de consolidación, fortalecimiento e interacción de identidades, como la articulación de redes de intercambio e interculturalidad.” [PND, p. 16]

Apoyar el empoderamiento creciente de las comunidades

Las políticas de atención a los sectores más olvidados y desprotegidos que impulsa actualmente el Estado Plurinacional de Bolivia, podrían calificarse –a primera vista- como clientelares o asistencialistas, en tanto que se expresan a través de planes de “ayuda” y estímulos. Pero hay elementos a considerar que si bien revelan aristas coincidentes con el asistencialismo o el clientelismo, los diferencian.

Para que la “ayuda” se considere tal, su implementación debe implicar –como en este caso-, la construcción de canales efectivos para que los “ayudados” lleguen un día a tener la capacidad de actuar productiva y reproductivamente por sí mismos. En aras de ello, los planes de ayuda se articulan con procesos sostenibles de construcción de vías de salida de la situación de pobreza. Estos suponen –consiguientemente- la implementación de modalidades de sobrevivencia y desarrollo autónomo en el mediano plazo. Se trata, por tanto, de un singular asistencialismo, estratégicamente no clientelar. Su principal virtud es que contribuye a que la población involucrada en los planes de “ayuda” se re-descubra como parte de una ciudadanía con igualdad de oportunidades y condiciones, sin prejuicios ni perjuicios por pertenencia étnica, cultural, de género o geográfica.

Las políticas impulsadas por el Estado y el Gobierno bolivianos en este terreno trascienden el debate de la dicotomía asistencialismo-clientelismo. Ya no se trata solo de aquéllo de “enseñar a pescar”. Además de enseñar a pescar se crean ámbitos productivos donde los “pescadores” pueden construir los instrumentos de pesca, mantenerlos, arreglarlos, etcétera, y se crean también espacios de intercambio y distribución social de los productos.

Se trata de una articulación integral de problemas y soluciones en base a una lógica estrechamente ligada a la posibilidad/capacidad que tengan las comunidades o poblaciones en situación de pobreza de desarrollar un ciclo productivo-reproductivo de su vida para, desde ahí, replantearse su inserción plena en la sociedad (empoderamiento). Para ello, se trabaja en la recuperación de las experiencias y saberes interculturales de las comunidades, impulsando simultáneamente la participación protagonista de la población “afectada” en la construcción de las soluciones.

Hay un cambio de lógicas: Son los actores sociales y políticos del campo popular quienes definen, determinan, impulsan y realizan los cambios. La recuperación de sus saberes, conocimientos, experiencia, memoria histórica, identidades, pertenencias, conciencia crítica y poderes, aporta efectivamente al empoderamiento comunitario, social e individual. Se trata de una imbricación desde la raíz de sujetos, subjetividades, saberes, identidades, poderes, culturas y cosmovisiones.

Construir un Estado plurinacional descolonizado

La construcción de un nuevo Estado Plurinacional conjuntamente con los procesos de descolonización sintetizan la determinación de reconocimiento y respeto a la diversidad: de nacionalidades e identidades, de culturas y también de cosmovisiones y sus saberes respectivos. Se trata de promover diálogos interculturales desde la raíz, en equidad y complementariedad, es decir, sin exclusiones ni subordinaciones jerárquicas entre sujetos, ni sus saberes, ni los ámbitos donde estos se producen.

De ahí que la construcción del Estado plurinacional descolonizado sea parte de las fuerzas del cambio y expresión de un nuevo poder. Surgido de los sectores indígenas y populares promueve su participación protagonista en las instancias de las decisiones económicas y políticas correspondientes a los nuevos andamiajes de ese nuevo poder. He aquí otro de los avances civilizatorios de la revolución democrática [inter]cultural que se construye en Bolivia.

La realización de la Asamblea Constituyente ha sido uno de los pilares claves para ello, así como la recuperación de los recursos energéticos, la lucha por la erradicación de la pobreza, los planes de alfabetización, la construcción de infraestructuras en las zonas olvidadas y alejadas de las ciudades, etc. He aquí una muestra de la articulación de las decisiones y acciones políticas claves de la primera etapa de gobierno.

Ciertamente no todo son rosas y palmas. Surgen también nuevos reclamos, conflictos y contradicciones, incluso dentro de los sectores afines al gobierno. Es el tiempo de los sujetos sociopolíticos de la revolución para manifestar sus puntos de vista, luchar por sus derechos y fortalecer el proceso revolucionario, consolidando los avances e impulsando su profundización. Esto genera nuevos escenarios y tipos de conflictos, realidad que se torna frecuentemente incomprensible para quienes imaginan que los procesos de transformación social ocurren en un lecho de pureza inmaculada y son protagonizados por ángeles.

El tránsito hacia una civilización intercultural que supone la ruptura y superación de los paradigmas del capital acuñados por siglos en las conciencias y en las prácticas se asemeja al cruce de un extenso campo minado: acechan peligros, amenazas y trampas de todo tipo. Y no hay garantías de éxito. Es y será responsabilidad de los actores sociales y políticos definir estrategias y desarrollar las capacidades para superar los obstáculos –en primer lugar los propios-, en la misma medida que van creando y construyendo lo nuevo, renovando sus compromisos y el propio proceso revolucionario en todo momento.

La revolución democrática [inter]cultural emprendida en Bolivia está en esta dirección; se abre paso con nuevas prácticas, concepciones, cosmovisiones y pensamientos sociotransformadores, creados (o recreados) por los pueblos acorde con sus realidades y las del planeta, entrelazando subjetividades y culturas con las necesidades de supervivencia colectivas, en aras de alcanzar la armonía en la convivencia intercultural de la humanidad, haciendo realidad el deseo zapatista de construir un mundo donde quepan todos los mundos. Ella anuncia la posibilidad del advenimiento de un nuevo tiempo civilizatorio. Representa, por tanto, como sintetiza Fernando Huanacuni, el renacimiento del tiempo.

Isabel Rauber. Doctora en Filosofía. Profesora universitaria, investigadora social y pedagoga política.

jueves, agosto 12, 2010

Bolivia, el “mal ejemplo”

Evo y el pueblo


Bolivia, país poco conocido en el contexto mundial. La mayoría de los europeos saben de su existencia, pero no tantos lo ubican en el mapa. Por la poca cultura que tienen, rarísimo es el estadounidense que no lo confunda con una fruta o un tipo de hamburguesa.

Bolivia. La gran prensa internacional enseñó que es sólo un pedazo de tierra llena de indios, coca y dictadores. Aunque dicen que estos últimos nacieron como respuesta a la tentativa del Che Guevara de hacer allá una revolución.

En 2005 Bolivia se convirtió en atracción internacional, y no por coca y dictadores: por los indios.

Fue durante las elecciones presidenciales. La prensa destacaba que un candidato indígena tenía posibilidades de dirigir ese país. ¡Un indio! Sí, un ser que no era como nosotros. Se mostraba el inmenso apoyo que otros indiecitos le daban. Como folclor, las imágenes tendían a mostrar las polleras y sombreros de las indiecitas. Y folclórico resultaba el casco de los mineros que en las manifestaciones también vitoreaban al líder Evo Morales.

El indiecito Evo fue la sensación de la prensa internacional ese año, particularmente en Europa. Al fin Bolivia producía otra noticia.

Claro, no todo en Evo podía ser positivo para la gran prensa, pero sí entendible. Por ejemplo, era un dirigente del movimiento de sembradores de coca. Sí, algo negativo, porque de coca a cocaína es poco lo que falta... pero ante todo era un indiecito. Eso lo disculpaba. En cada discurso Evo hablaba de acabar con el analfabetismo y la pobreza. Lo que la prensa internacional veía muy bien, aunque se notaba que prefería la utilización de la palabra “disminuir”.

Cierto escozor producía en las redacciones porque Evo estaba al frente de algo llamado Movimiento Al Socialismo. Esa palabra “socialismo”... No se entendía cómo un indiecito podía saber de eso. No debía ser algo salido de Evo. Era impensable creer que cuando Marx escribió sobre ello, los indios lo practicaban desde siglos.

Hasta que en esas salas fabricantes de noticias e imágenes "descubrieron" por donde venía la cosa. Se notó que la rasquiña las atacaba porque Evo era amigo del diablito Chávez. Y peor: admiraba al diablo Fidel. Pero bueno, antes que todo Evo era un indiecito. Todo lo demás podía entrar al costal del folclor.

Y Evo Morales ganó las elecciones. Se puede afirmar que no existió un medio de prensa en el mundo que no lo mencionara. Como casi todos retomaban lo que salía desde Estados Unidos o Madrid, la noticia estaba como fotocopia de un cuento de hadas. Hasta la llamada prensa “rosada” y de la “jet-set” hablaron del indiecito.

Su encuentro con el Rey de España causó furor, aunque más se mencionó que Evo no llevara corbata. No importaba, así son muchos indios. Muchos intelectuales y directores de Organizaciones No gubernamentales, que nunca se habían dado por enterados, quisieron saber cómo se vivía y se respiraba bajo el gobierno de un indiecito. Volaron a La Paz, y con terror tuvieron que beber mate de esa tal coca para calmar el “mal de altura”.

Pero el idilio con el indiecito presidente no duró mucho.

Evo nacionalizó el petróleo y el gas. Algo inentendible. Estaba bien que quisiera sacar de la pobreza e ignorancia a las mayorías, pero no eran razones suficientes para “quitar” esas riquezas a las transnacionales. “¡Indio tenía que ser!”, de seguro comentaron muchos en muchas partes. La gran prensa de ciertos países casi lo expresó así.

El paternalismo no dio para soportar tanto. Por arte de magia, desde ese día el indiecito Evo pasó a ser “ese indio”, el “semejante indio”, el “tal indio”. Del folclor se pasó a la denigración, y no solo a Evo. Cuando se mostraba al parlamento boliviano, se hacía notar lo ridículo que las decisiones fundamentales de un Estado fueran tomadas por indios y obreros. Y lo pésimo: tantas indias. Con razón el país estaba tomando ese camino. Porque lo “normal” es que sean los de saco y corbata quienes decidan.

Washington decidió que eso era “comunismo”, por tanto había que derrocar al indio. A falta de originalidad, se empezó la típica campaña de guerra propagandística y psicológica. La prensa internacional, manejada desde Washington, con repetidora en Madrid, empezó a insistir en que ya no había libertades. De ningún tipo. Que se violaban los derechos humanos y se reprimía a la oposición. Que Bolivia se convertía en el centro del tráfico de cocaína, y en escondite de “terroristas”.

El colmo para Washington fue que Evo seguía con vida y ganando elecciones. No sirvieron todos los millones entregados a la oposición, a sus medios de información y varias ONG. Se prepararon golpes de Estado, y hasta atentados contra su vida. Nada de nada: el indio ni se movía.

Como casi nunca le había sucedido a Washington en su “patio trasero”, Evo le respondió. El insolente expulsó al embajador estadounidense, a la DEA, a la CIA, y amenazó con sacar del país a las organizaciones de “desarrollo” que pretendieran desestabilizar su gobierno. ¡Horror de horrores!

Así se “descubrió” que el vicepresidente, Álvaro García Linera, no era indio, pero tampoco santo. Quizás peor que Evo. Era un mestizo con muchos pecados: ex guerrillero, ex preso político, con gran formación política, un intelectual de calle... Entonces se trató de meter cizaña para dividir. Esa prensa sugirió que Evo era manipulado por su segundo. En este caso sí se volvieron a recordar que Evo era un indiecito.

De muy poco ha servido el complot internacional y nacional. El proceso ahí va. Con las dificultades propias de todo proceso creativo y atacado. Mientras por aquí, afuera, levanta y levanta simpatías y respeto.

Últimamente la prensa internacional ha preferido ser indiferente. A veces publica una nota, claro, cuando Evo hace algo que no le gusta.

Ese comportamiento de esta prensa significa que Bolivia ya no es la misma. Bolivia, ese país que queda por “allá”, es un “mal ejemplo” en el continente. Y si Washington y sus aliados le tienen miedo a algo, es a gobiernos “mal ejemplo”. Si en tan poco tiempo, con tan pocos recursos y con tantas confabulaciones se ha logrado tanto, ¿por qué otros pueblos vecinos no podrían?

* Periodista y escritor colombiano residente en Francia. Colaborador de Le Monde Diplomatique.

Articulo escrito para el semanario boliviano La Época . Julio 2010.

domingo, agosto 08, 2010

Contra la fantasía

Fantasmas

La Calle del Medio

(REBELION)

El mundo tiene límites; la fantasía no. Genios voladores, transformaciones mágicas, mesas que se llenan solas de comida, duendes que atraviesan las paredes, hadas que hacen desaparecer gigantes (o profetas que separan las aguas del mar con un bastón): los mitos y los cuentos apartan, con un sésamo o un abracadabra, los obstáculos que la geología y la historia colocan en el camino de los humanos. Perrault, los hermanos Grimm, Andersen, Hoffmann, eran grandes fantasiosos que se sacudían las estrecheces del mundo sublunar con ensoñaciones al galope. Pero hay que tener cuidado, porque también Jerjes, que mandó azotar el mar, era un fantasioso, y también lo era Tze Huan-Ti, primer emperador de China, que castigó a una montaña por cortarle el paso; y lo eran Hernán Cortés y Napoléon y Cecil Rhodes. También lo fue Hitler: “un Estado que en la época del envenenamiento de las razas se dedica a cultivar a sus mejores elementos raciales, tiene un día que hacerse señor del mundo”. Y un gran fantasioso es también, claro, el presidente de la multinacional Monsanto: “el glisofato es 100% biodegradable e inocuo para la salud”. Y lo es asimismo -grande, inmensa fantasía- Dominique Strauss-Kahn, el máximo dirigente del FMI: “es posible conciliar la protección social con el crecimiento económico”.

Olvidamos a menudo, en efecto, que vivimos en un mundo dominado, y no liberado, por la fantasía. Hace 70 años, el delirio de la pureza racial y la superioridad aria desbarató Europa y mató a 60 millones de obstáculos en todo el planeta. ¿Y qué pasa hoy con el capitalismo? ¿Derretir los glaciares, descorchar las montañas, perforar los fondos marinos cada vez más deprisa e ilimitadamente? ¿Liberar los vicios individuales para que produzcan bienestar general? ¿Confiar en una solución tecnológica que repare retrospectivamente todos los daños que los “medios de destrucción” ocasionan en su búsqueda de “crecimiento”? ¿Tener siempre un carro nuevo, una casa nueva, un cuerpo nuevo? ¿Estar a favor al mismo tiempo de la igualdad y la desigualdad, de los pobres y de los ricos, del derecho y de la tortura, de la democracia y de la dictadura? Cuando la fantasía, que ignora los límites, pedalea en el aire, sin medios para materializarse, recurre a la magia, como en los cuentos, y hace reír de gozo liberador. Cuando la fantasía, que ignora los límites, dispone de dinero, armas, policía -y aplica cálculos matemáticos y procedimientos racionales de organización y penetra en la tierra como los dientes de una excavadora- el mundo mismo, con sus árboles, sus montes y sus niños, cruje de dolor. Con medios grandes, como los que poseía Hitler, un sueño abstracto puede suprimir millones de criaturas concretas antes de chocar contra la pared; con medios enormes, como los que posee el capitalismo, la pared última, condición de toda existencia y también de toda ensoñación, está a punto de venirse abajo. A esta intervención material de la fantasía, a través del poder o la riqueza, los antiguos griegos la llamaban hybris , el exceso sacrílego, la insubordinación blasfema contra los límites humanos, y era castigada por los dioses con una catástrofe -una “revolución”- que devolvía el mundo a su equilibrio original. Los tiranos, los ricos, los fantasiosos ejecutivos acababan en el Hades haciendo rodar piedras o girando en ruedas de fuego.

El problema de la fantasía capitalista es que apenas si genera una fantasía contraria de justicia automática. Nos gusta, nos parece seria, nos resulta apetecible. Se nos antoja real. Es normal: el capitalismo, que gasta 1 billón de dólares en armas, gasta la mitad de esa cifra en publicidad -con sus carros circulando libremente por carreteras desérticas, sus imperativos terroristas de inmediatez pura y sus accesos mágicos a la salud, la belleza, el prestigio, la felicidad.

Lo contrario de la fantasía, que no reconoce límites, es la imaginación, encadenada a los guisantes y los pañuelos, una facultad muy antigua, muy modesta, muy doméstica, que ha sobrevivido en las circunstancias más adversas (¡incluso bajo el nazismo!) y que, como la memoria, está a punto de sucumbir a la fantasía mercantil. Mientras la fantasía vuela, la imaginación va a pie; mientras la fantasía pasa por encima de todas las criaturas, la imaginación tiene que enhebrarlas una por una para llegar más lejos. En sus trabajosos recorridos horizontales, de un guisante a un guijarro a un pañuelo a un juguete a un niño, empieza desde muy cerca y, por así decirlo, interesadamente: “ese niño podría ser mi hijo”. Luego, de cuerpo en cuerpo, vasta red ferroviaria, ya no puede detenerse y sigue rodando a ras de tierra hasta abarcar potencialmente el conjunto de los seres, que son incontables pero no infinitos .

¿Para qué sirve la imaginación? Básicamente para ponerse en el lugar exacto del otro y para ponerse en el lugar probable de uno mismo. Mediante la pedestre imaginación sentimos como propio el dolor o la felicidad de los demás: eso que llamamos compasión y amor. Bajo el nazismo, nos cuenta Tzvetan Todorov, hubo hombres y mujeres que, no pudiendo soportar el sufrimiento de los judíos, se subían de un salto a los vagones de la muerte (porque saltar al fuego puede ser también un acto reflejo) para compartir con ellos su destino. Pero la imaginación sirve también, al revés, para meter al otro en nuestro propio pellejo. En Madrid, en el año 2010, muchas personas duermen en la calle cubiertas por cartones y a medida que se agrave la crisis su número aumentará. Cuando pasamos al lado de una de ellas jamás se nos ocurre pensar que eso podría ocurrirnos también a nosotros sino que nos dejamos llevar por la fantasía absurda de que nuestros méritos o nuestros dioses excluyen por completo esa posibilidad. Para representarnos el dolor ajeno hace falta imaginación; para representarnos nuestro dolor, nuestra vejez, nuestra muerte futura hace falta también imaginación. Sin imaginación, como se ve, todo es fantasía; y la fantasía asegura los beneficios de Monsanto, la BP y el Banco de Santander, así como nuestra mansedumbre frente a su hybris destructiva.

Las leyes de la oferta y la demanda son injustas: diez hombres piden pan y el mercado da diez chocolatinas a uno solo. Pero es sobre todo una gran fantasía. Porque el mercado sueña irresponsablemente con una oferta infinita y porque -como decía Georgescu-Roegen, pionero en bio-economía- no tiene en cuenta la demanda de las generaciones futuras.

En un textito de 1908, el gran escritor hispano-paraguayo Rafael Barrett parafraseaba la famosa declaración de Montesquieu. Amar a los desconocidos, dar la vida por lo completamente ajeno, es lo más sublime a lo que uno puede aspirar. Está bien amar a la propia familia, pero es mejor el que se sacrifica por la patria, más grande y menos nuestra. Pero es mejor el que se sacrifica por la humanidad, más grande aún y más desconocida. Pero hay algo todavía mejor. Si hubiera -añade Barrett- “otra alma más alta y más profunda que en su seno abrazase el alma de la humanidad misma, el acto supremo sería sacrificar lo que de humano hay en nosotros a la realidad mejor”. Lo cierto es que esa realidad existe y no es Dios: es -concluye el escritor- “la humanidad futura”, cuyas demandas, en efecto, no caben en el mercado.

Esa humanidad futura, en todo caso, no nos es completamente desconocida. A través de nuestros hijos y nuestros nietos podemos ya imaginarla y seguirla generación tras generación, de peldaño en peldaño, con nuestro propio cuerpo, hasta por lo menos (es lo más lejos que yo he llegado) el año 14.825.

Lo raro -qué raro- es que a la fantasía destructiva del mercado la llamen realismo y a la preocupación por nuestros amigos y sus hijos la llamen utopía .


miércoles, agosto 04, 2010

La libertad de prensa y la impunidad

Libertad de prensa


La libertad de expresión y de prensa es frecuentemente mencionada y utilizada, según convenga a unos y otros. El pasado 13 de julio, el presidente de ascendencia potosina del Comité pro Santa Cruz, Luís Núñez afirmó sin ningún empacho que “en Bolivia no hay justicia y no hay libertad de expresión”.

Tales expresiones se produjeron en el contexto de una resolución judicial adversa al recurso de libertad planteado por el empresario Humberto Roca Leigue, que en varias ocasiones emitió declaraciones ofensivas contra las principales autoridades del Estado y sin embargo quedó libre e impune.

En julio se recordó el funesto golpe de la cocaína encabezado por los ahora encarcelados Luis García Meza y Luis Arce Gómez, que asesinó a dirigentes sindicales de la Central Obrera Boliviana (COB) y políticos como Marcelo Quiroga Santa Cruz. Estos quisieron imponer “la democracia inédita”. Nunca explicaron en qué consistía, aunque es fácil suponer.

Ese golpe de Estado, reprimió al periodismo, cerró diarios, acalló estaciones de radio, encarceló y exilio a centenares de periodistas. El 17 de julio de 1980 y sus siguientes jornadas de sangre, jamás fueron condenadas por el Comité Cívico cruceño, porque apoyaba tales acciones con sus propias hordas centradas en la Unión Juvenil.

En agosto recordaremos otro hecho similar que se produjo diez años antes. El golpe de Hugo Banzer Suárez, junto a empresarios privados, militares y los antaño enemigos Falange Socialista Boliviana y Movimiento Nacionalista Revolucionario, que se unieron olvidando rencores, porque el interés político y de poder los convocaba.

Desde entonces, sectores reaccionarios de ideología fascista estuvieron férreamente unidos al amparo de militares golpistas y políticos neoliberales, que durante los siguientes treinta años dominarían Bolivia.

Y aunque no quiera recordar Luis Núñez, los medios de comunicación que por entonces estaban en manos de periodistas, fueron reprimidos, perseguidos encarcelados, exiliados y finalmente tomados por esos sectores hasta ahora. No se debe negar que los medios están ahora mayoritariamente en manos de sectores reaccionarios y de la pequeña burguesía.

En 1971, tras el golpe de Banzer, se constituyó el Frente Popular Nacionalista (FPN) cuyo slogan era “Orden Paz y Trabajo”. Esa trilogía impuso la coersión, desterró el consenso e impuso la información a través de cadenas radiales nacionalistas. Era la nueva “democracia” ahora añorada por Núñez.

Los golpistas del 71 proscribieron el derecho a la información. 104 periodistas, reporteros, radialistas y otros fueron despedidos sin mayores argumentos, perseguidos, desterrados y finalmente torturados. Núñez, no debería ignorar tales hechos al afirmar suelto de cuerpo que en Bolivia no hay libertad de expresión. Este país está sembrado de pseudoperiodistas que pueden decir lo que se les venga en gana y nadie les persigue.

En julio de 1980, con el golpe de los señores de la cocaína, estuvieron presentes los mismos actores, los mismos represores ayudados por los “Novios de la Muerte”, agentes de la dictadura militar argentina y paramilitares organizados por Luís Arce Gómez.

Se anularon los medios de comunicación, se destruyeron emisoras de radio y se impuso la “Cadena de la Democracia” a partir de Radio Illimani y Radio Batallón Colorados en La Paz y Radio Grigotá en Santa Cruz. Los que fungían de “periodistas” de la dictadura y sus locutores aún están vigentes.

Antes de afirmar que en Bolivia no hay libertad de expresión, el dirigente cívico, debería recordar que sí existe la más absoluta libertad de expresión y prensa. Al extremo de permitirse que personajes ajenos al periodismo, pasen como tales para ofender y atacar a las autoridades que deberían merecer el respeto que su investidura les concede.

Los actores de ambos golpes dictatoriales, se mantienen en la impunidad y muchos de ellos nunca fueron procesados, menos sentenciados por la persecución y torturas a los periodistas. Luís Núñez, nunca se refirió a esos casos de verdadera ausencia de libertad de expresión. Las nuevas generaciones deberían estar informadas de tales sucesos. Intentaremos traer al presente los sucesos de hace sólo 40 años en próximas ocasiones.

martes, agosto 03, 2010

¿Cambian algo las revelaciones de atrocidades?

Soldados USA en Afganistan

(tomado de Rebelión)

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El valeroso soldado que envió 92.000 documentos secretos estadounidenses a Wikileaks esperaba que su revelación, provocara revulsión pública y aumentara la presión política sobre Obama para buscar a toda velocidad una conclusión diplomática a esta guerra. Los documentos que envió a Wikileaks incluían una abrumadora evidencia documental –aceptada por todos como genuina, de:
  • el uso metódico de un escuadrón de la muerte compuesto de Fuerzas Especiales de EE.UU., conocido como Fuerza de Tareas 373,
  • la matanza intencional, informal, de civiles por personal de la Coalición, con los consiguientes encubrimientos,
  • el extremo fracaso de la “contrainsurgencia” y de la “construcción de la nación”,
  • la venalidad y corrupción de los aliados afganos de la Coalición,
  • la complicidad de los Servicios de Inteligencia de Pakistán con los talibanes.

El fundador de Wikileaks, Julian Assange, organizó hábilmente la publicación simultánea del material secreto en el New York Times, el Guardian y Der Spiegel.

La historia apareció la víspera de una votación del financiamiento para la guerra en el Congreso de EE.UU. Treinta y seis horas después de la llegada de los artículos a los puestos de periódicos, la Cámara de Representantes de EE.UU. votó a favor el martes pasado por una ley que ya había sido aprobada por el Senado, que financia una escalada de 33.000 millones de dólares, 30.000 soldados, en Afganistán. La votación fue de 308 contra 114. Sin duda, más representantes estadounidenses votaron contra la escalada que hace un año cuando los votos en contra llegaron a sólo 35. Es una migaja de consuelo, pero la cruel verdad es que dentro de 24 horas la Casa Blanca y el Pentágono, con la ayuda de miembros licenciados del ‘Comentariado’ y periódicos como el Washington Post, habían manipulado las salvas de Wikileaks.

“Es poco probable que las revelaciones de WikiLeaks cambien el curso de la guerra de Afganistán” fue el titular del Washington Post el martes por la mañana. Bajo este titular la noticia decía que las filtraciones habían sido discutidas sólo durante 90 segundos en una reunión de altos comandantes en el Pentágono. El artículo citó a “altos funcionarios” en la Casa Blanca que incluso afirmaron descaradamente que fue precisamente su lectura hace un año de los mismos informes secretos de inteligencia lo que llevó a Obama “a lanzar más tropas y dinero a un esfuerzo bélico que no había recibido suficiente atención o recursos del gobierno de Bush”. (Como en: “Haced que ese escuadrón de la muerte opere con más eficiencia” –una orden consumada por el nombramiento por Obama del general McChrystal como su comandante afgano, transferido de su puesto anterior como máximo general de Escuadrones de la Muerte de EE.UU. a cargo de las operaciones del Pentágono en esa área en todo el mundo.)

Hay una cierta verdad en la afirmación de que mucho antes de que Wikileaks publicara los 92.000 archivos la prensa había informado gráficamente sobre la podredumbre general y futilidad de la guerra afgana. Antes este año, por ejemplo, la información de Jerome Starkey de The Times de Londres hizo pedazos la historia de encubrimiento de los militares de EE.UU. después que soldados de las Fuerzas Especiales mataron a dos mujeres afganas embarazadas y a una niña en una incursión en febrero de 2010, en la cual también fueron muertos dos funcionarios del gobierno afgano.

Es una exageración describir el paquete de Wikileaks como una versión actual de los Papeles del Pentágono. Pero es minimizado al descartarlo como “historias viejas”, como lo han estado haciendo detractores insinceros. Los archivos de Wikileaks, son una serie vívida e irrecusable de instantáneas de una empresa desastrosa y criminal. En esos mismos archivos hay una serie convincente de documentos secretos sobre el escuadrón de la muerte operado por los militares estadounidenses, conocido como Fuerza de Tareas 373, una unidad “oculta” no revelada de fuerzas especiales, que ha estado cazando a objetivos para asesinarlos o detenerlos sin proceso. Gracias a Wikileaks sabemos que más de 2.000 altos personajes de los talibanes y de al-Qaida figuran en una lista de “matar o capturar” conocida como Jpel, [siglas en inglés de] lista conjunta priorizada de efectos [sic].

Hay registros que muestran que la Fuerza de Tareas 373 simplemente mataba a sus objetivos sin intentar capturarlos. Los registros revelan que FT 373 también mataba a hombres, mujeres y niños civiles e incluso a policías afganos que se interpusieron sin querer en su camino.

Se pudo ver a Assange entrevistado en programas noticiosos de EE.UU. donde planteó el hecho de que los militares de EE.UU. han dirigido –y siguen dirigiendo– un escuadrón de la muerte siguiendo el modelo del Programa Phoenix. Sus entrevistadores simplemente cambiaron de tema. Cancerberos liberales se quejaron de que los documentos de Wikileaks eran archivos al natural, sin la mediación de periodistas imperiales responsables como ellos mismos. Se hicieron eco de los usuales lamentos del Pentágono sobre las revelaciones inoportunas de “fuentes y métodos”.

La verdad amarga es que las guerras no son generalmente terminadas por revelaciones sobre sus horrores y futilidad en la prensa, con la resultante indignación pública.

Las revelaciones desde mediados de los años cincuenta, de que los franceses estaban torturando argelinos durante la guerra por la independencia fueron numerosas. El famoso informe de Henry Alleg de 1958 sobre su tortura, La pregunta, vendió 60.000 ejemplares en un solo día. La tortura se hizo aún más generalizada, y la guerra más salvaje, bajo la supervisión de un gobierno francés nominalmente socialista.

Después que Ron Ridenhour y luego Seymour Hersh desvelaron la masacre de My Lai en 1968 en Vietnam en la que más de 500 hombres, mujeres y bebés fueron metódicamente golpeados, abusados sexualmente, torturados y luego asesinados por soldados estadounidenses, –una revelación imprudente de “métodos” –hubo repulsión pública, luego una escalada de la matanza. La guerra continuó otros siete años.

Es verdad, como me lo señaló Noam Chomsky la semana pasada, al pedirle ejemplos positivos, que la protesta popular después de revelaciones en la prensa “impulsó al Congreso a cancelar el papel directo de EE.UU. en el grotesco bombardeo de Camboya rural. De la misma manera a fines de los años setenta, bajo presión popular el Congreso prohibió a Carter, y después a Reagan, la participación directa en el genocidio virtual en las tierras altas guatemaltecas, de modo que el Pentágono tuvo que evadir la legislación de maneras engañosas y Reagan tuvo que apelar a Estados terroristas, primordialmente Israel, para realizar las masacres.”

Aunque los editores del New York Times eliminaron la palabra “indiscriminada” de la información de Thomas Friedman sobre el bombardeo de Beirut por Israel en 1982, secuencias en las noticias televisivas del Líbano llevaron al presidente Reagan a ordenar al primer ministro israelí Begin que lo detuviera, lo que hizo. (Según una información, que tiendo a creer, el difunto Michael Deaver, estaba mirando secuencias en vivo del bombardeo en su oficina de la Casa Blanca y fue a ver a Reagan, y le dijo: “Esto es detestable y usted debería detenerlo”.)

Volvió a suceder cuando las fuerzas de Peres bombardearon el complejo de la ONU en Qana en 1996, causando considerable indignación internacional, y Clinton ordenó que cesara. Hubo una repetición una vez más en 2006, con otro bombardeo de Qana que provocó mucha protesta internacional. Pero, como concluye Chomsky en la nota que me envió: “Pienso que se podrían encontrar muy pocos ejemplos semejantes, y casi ninguno en el caso de crímenes de guerra realmente importantes”.

De modo que se podría concluir con pesimismo que la denuncia de crímenes de guerra, tortura, etc., conduce a menudo a la intensificación de las atrocidades, y que el gobierno e influyentes periódicos y comentaristas supervisan una especie de proceso de endurecimiento. “Sí, esto –asesinato, tortura, matanza generalizada de civiles– es ciertamente lo que hace falta”. Incluso aunque este modelo es antiguo, a menudo causa una gran sorpresa. Un amigo mío estaba cenando con los productores de noticias de CBS, poco después que revelaron las torturas de Abu Ghraib. Casi todos los que estaban en la mesa pensaban que Bush podría ser enjuiciado.

El factor importante en ese caso son los liberales, que apropiadamente aceptan el reto de desagradables revelaciones de crímenes imperiales. Después de escándalos como los revelados en Abu Ghraib, o en los archivos de Wikileaks, se muestran particularmente ansiosos de proclamar que “pueden soportarlo” –es decir, sobrellevar relatos convincentes de monstruosas torturas, asesinatos selectivos por fuerzas de EE.UU., exterminio de fiestas de matrimonio o de aldeas enteras, y salir con resonantes afirmaciones de la moralidad general fundamental de la empresa imperial. Esto fue muy común en la guerra de Vietnam y fue repetido en subsiguientes aventuras imperiales como ser las sanciones y el consiguiente ataque contra Iraq, y ahora la guerra en Afganistán. Por cierto, en el caso de Israel, es todo un modo de vida para una buena parte de los liberales de EE.UU.

¿Qué termina las guerras? Un lado es aniquilado, se acaba el dinero, las tropas se amotinan, el gobierno cae, o teme que así sea. En el caso de la guerra en Afganistán todavía no se cumple ninguna de estas condiciones. EE.UU. comenzó la destrucción de Afganistán en 1979, cuando el presidente Jimmy Carter y su consejero nacional de seguridad Zbigniev Brzezinksi comenzaron a financiar a los mullahs y a los señores de la guerra en la mayor y más costosa operación en la historia de la CIA hasta entonces. Y aquí estamos, más de tres décadas más tarde, enterrados a medias bajo una montaña de horribles noticias sobre un país destruido por un desolado salvajismo y ¿qué hemos escuchado en muchos comentarios durante esta semana? Berridos indignados, a menudo de liberales, sobre la “irresponsabilidad” de Wikileaks al publicar los documentos; preguntas nerviosas como la formulada por Chris Hayes de The Nation en el Rachel Maddow Show: “Me pregunto ante quién será responsabilizado en última instancia WikiLeaks”.

La respuesta a esta última pregunta fue dada definitivamente en 1851 por Robert Lowe, editorialista del London Times. Su editor le había ordenado que refutara la afirmación de un ministro del gobierno de que si la prensa espera compartir la influencia de los estadistas, “también debe compartir las responsabilidades de los estadistas”.

“El primer deber de la prensa”, escribió Lowe, “es obtener la inteligencia más temprana y más correcta sobre los eventos de la época, e instantáneamente, al desvelarla, convertirla en la propiedad común de la nación… La prensa vive de las revelaciones… Para nosotros, para los que la publicidad y la verdad son el aire y la luz de la existencia, no puede haber mayor desgracia que abandonar la revelación franca y exacta de los hechos tal como son. Tenemos que decir la verdad tal como la encontramos, sin temor a las consecuencias – no prestar un refugio conveniente a actos de injusticia y opresión, sino someterlos de inmediato al juicio del mundo.”

Alexander Cockburn. Periodista, co-director del bimensual CounterPunch y del sitio internet homónimo (www.counterpunch.org).

Fuente: http://www.counterpunch.org/cockburn07302010.html