viernes, mayo 08, 2009

EL TERRORISMO GLOBAL

Por Rafael Bautista S.


La actualidad del terrorismo evidencia las consecuencias de un mundo sin alternativas. El triunfalismo neoliberal propició, de este modo, su más temible utopía: el fin de todas las utopías. En eso consistía la última conquista moderna. Por eso, el fin de la guerra fría dio lugar al frío de la guerra infinita. El triunfalismo de haber vencido al “big red dog”, ponía al “mundo libre” sin rival alguno; ya no tenía que demostrar nada, había conquistado todo, el mundo ya no tenía más alternativas. Pero si no hay alternativas, entonces, ¿qué queda? El que acaba con todas las alternativas, se priva a sí mismo de toda alternativa. Lo que le queda es el suicidio. Así amanece el siglo XXI, con el (auto) atentado suicida a los santuarios del mercado: los colosos gemelos.

Se trataba de un deicidio, lo que desata un odio infinito: el bien contra el mal (¿dónde que la modernidad no era religiosa?). La insensatez de la respuesta desata la condición original del conquistador (el inicio de su marcha lúcida hacia la destrucción total): el genocidio global. Pero ahora el conquistador, triunfante, y con la bendición mediática, ya no necesita ocultar sus intenciones. Se hace cínico. Produce terror para acabar con el terror imponiendo más terror. Las crisis que genera ya no le quitan el sueño, pues generando más crisis cree estar lejos de ella y, si pese a todo, la crisis le llega, entonces la exporta. Un mundo sin alternativas es preso del terror. Las guerras de cuarta generación expresan esta apuesta. La reconquista moderna busca acabar con aquello que su tecnología ha desplazado y hecho prescindible: los sobrantes, los pobres del mundo. Ya Toffler sentenciaba, de esta manera, a los “casualties” del mercado: “se los va a cortar brutalmente”.

Por eso las pandemias ya no han de ser casuales, son parte de una estrategia. Si USA ya podía fabricar armas biológicas, en Los Alamos, usando muestras de gripe aviar de la propia OMS; no resulta raro que laboratorios militares gringos ya hayan perfeccionado estas armas con virus porcino, aviar y otros que no tienen respuesta inmunológica. Diversas investigaciones actuales señalan que estos laboratorios han alterado enfermedades virulentas, de tal modo, que ya no hay defensa contra ellas y que éstas, además, han sido esparcidas en diversos lugares del planeta. Algo que llama la atención: en 1971, la CIA había proveído a gusanos cubanos de virus que causan fiebre porcina; seis meses después, en Cuba, se tuvo que sacrificar medio millón de puercos y, ojo, la población fue posteriormente afectada por el dengue (la reciente epidemia de dengue que sufrió Bolivia, podría estar ligada a algo que ya se venía denunciando: la fumigación sospechosa de extensas áreas del Chapare, por parte de la DEA, antes de su retiro forzoso).

Esto es parte de una planificación del desastre o una producción por la destrucción, como aquella que sufren los animales que luego, son consumo humano (el hacinamiento, la alimentación artificial de suplementos hormonales y químicos –que coadyuvan a la evolución de enfermedades patógenas–, responden a un principio de rentabilidad, inherente a la lógica del capital); pues estos son objeto, dentro de la producción pecuaria, de un descuartizamiento físico y psicológico: todo esto es posteriormente depositado en nuestra corporalidad porque es nuestro alimento principal. Un modo de producción es también responsable de estas hecatombes. Lo cual se halla además relacionado con toda una estrategia global de expansión de mercados. La gripe porcina aparece justo cuando las grandes corporaciones farmacéuticas registran serias bajas en sus cotizaciones; es el caso de la suiza Roche, que controla el 90% de tamiflu (producto altamente demandado para contrarrestar la gripe porcina). Para poner el cherry sobre la torta: Gilead Science Inc., tiene los derechos sobre el fármaco tamiflu y, cosa curiosa, Donald Rumsfield, ex secretario de defensa de la administración Bush, dirige tal consorcio. Provocar una pandemia se trataba de un negocio altamente rentable.

Esto es lo que, en definitiva, constituía el foco de la estrategia corporativa mundial: crear terror. Porque hace más de dos años que la industria farmacéutica mundial venía registrando preocupantes caídas en sus ventas. Además que los organismos financieros mundiales necesitaban un respiro inmediato o, dicho de mejor modo, un desvío mediático: pasar la crisis financiera a segundo plano. Las casualidades no operan por casualidad: después de la reunión de abril del G7, con aquel anuncio de fomentar la economía de los países “dispuestos a colaborar”, México anuncia (después de la reunión Obama-Calderón) la aparición del virus. El terror es un modo de hacer la guerra. La guerra es el principio fundamental de toda preservación del poder. Pierden siempre los pueblos, pero gana el capital financiero mundial, porque gracias a la pandemia, la industria farmacéutica vuelve a poner en movimiento a la economía mundial. El país sacrificado es México, pero de ese sacrificio salen beneficiados algunos; por eso el anuncio de ayuda a los países “dispuestos a colaborar”.

La especulación ha dado lugar al terror diseminado en el planeta entero. Puede que haya sido un ensayo global, pero lo que ese ensayo ha demostrado es esto: el mundo es rehén del capital. Si no hay alternativas la única salida parece acabar con todo. Esta es la apuesta del debacle imperial: si cae está dispuesto a que todo el mundo caiga; por eso apuesta por el terror y regresa a su condición original: su última cruzada civilizatoria es la reconquista (si el mundo no se le somete, está dispuesto a acabar con el mundo entero). Por eso se reconoce en el terrorismo que ha creado y diseminado; en eso consiste su ceguera: en nunca responsabilizarse de aquello que ha desatado. Como la oposición en Bolivia; que prefiere el descuartizamiento nacional a reconocer lo indigno de sus privilegios. Esta ceguera ya no es motivo de culpa sino de soberbia. Cuando el soberbio se hace cínico ya no necesita mentir: su amenaza no esconde nada.

Doble tarea para los medios: bendecir el terrorismo y luego ejercerlo. También son suicidas, porque el terror mediático que difunden, amputa ya la poca credibilidad que todavía poseen. Después de las últimas revelaciones que involucran a quienes ya habían desatado el golpe cívico-prefectural (el prefecto Costas, el cívico croata Marikonvic, el ganadero –y ex ministro del general Banzer– Nayar, el empresario agropecuario Roca, etc.), no cesan ni concluyen los altisonantes pronunciamientos de las figuras mediáticas en defensa del “supuesto” terrorismo (ahora reclaman que las imputaciones sean puras declaraciones cuando, en la “Masacre del Porvenir”, puras declaraciones les sirvieron para inventar un “enfrentamiento”, que nunca fue “supuesto”). Seguirán vociferando, como el torturador que amedrenta a su víctima. Pero la lección última nos sirve para cuidarnos de esa otra pandemia que amenaza la salud moral del mundo: la mediocracia.

La Paz, mayo de 2009
Rafael Bautista S.
Autor de “OCTUBRE: EL LADO OSCURO DE LA LUNA” y
“LA MEMORIA OBSTINADA”
rafaelcorso@yahoo.com

BOLIVIA: EL CINISMO DE LA OPOSICIÓN SUICIDA

Por Rafael Bautista S.

Se hace casi imposible argumentar contra quien no argumenta. Es como hablarle a un muro. Pero este endurecimiento no genera seguridad, su fuerza dura radica en la inseguridad que propaga. No hay razones que puedan hacerle frente, porque la razón ya no es opción para quien invalida todo y abraza el suicidio. El suicidio es su amenaza, y lo es, porque en su suicidio pretende acabar con todo y con todos. Si la oposición pierde algo está dispuesta a que todos pierdan todo; amenaza con destruir todo si ella pierde algo. Su amenaza se convierte en su fuerza y esa fuerza se permite la soberbia que presume su ventaja: si acaba con todo, ¿quién podrá después demostrarle la insensatez de su apuesta? Por eso vocifera con una seguridad implacable. Está dispuesta a morir pero en su muerte está también dispuesta a que todos mueran. Por eso no cede nada, porque ceder es, para ella perder, y no está dispuesta a perder porque sólo quiere ganar. Si pierde hará que todos pierdan todo. Su fuerza radica en ese chantaje; por eso expone su fuerza de modo abusivo. Se vuelve ciega. En esa ceguera, cree que sale ganando y, aunque sólo promete muerte, cree que con la muerte sigue ganando. En eso consiste su seguridad: que si no aceptamos su chantaje, morimos todos.



El cinismo se regocija en su boca y, en ella, se invierte todo; la democracia ya no significa nada, porque el corrupto se hace el juez y el ladrón magistrado. El rico se hace el pobre, el agresor la víctima y el racista se queja de discriminación; habla en nombre de la democracia el dictador. Rapta a la democracia para que sus reclutados salgan a imponer el fascismo, en nombre de aquello que han raptado. La democracia es devaluada; ahora quiere el cínico que sea el respeto al disenso, es decir, si el criminal disiente del juicio, su voluntad debe ser respetada. Por eso la democracia ya no vale nada para el cínico; es un recurso más que usa como quiere. Si las mayorías quedan subordinadas a su disenso, entonces puede hacer lo que le conviene.



Esta clase de suicida se ejemplifica en el terrorista y, no por casualidad, es producto de la época actual. A su modo, el suicida actual, reproduce en su vida la lógica imperial de la globalización neoliberal: el capitalismo salvaje. Privando de alternativas al mundo entero se priva a sí mismo de toda alternativa. Por eso el imperio cae por dentro; pero, en su caída, amenaza con hacer caer todo. Su último acto de heroísmo pretende ser un estruendo de magnitud macabra: el fin de todo. El que desea ganar siempre todo provoca que todos pierdan todo, incluso él mismo. Por eso ya no puede ofrecer razones; la amenaza se convierte en su razón de ser, es decir, en razón de fuerza mayor. Esta razón de fuerza ya no ofrece razones, se hace fuerza pura y su pureza consiste en limpiarse de toda razón. De esa fuerza proviene su poder. El poder de acabar con todo es el poder puro que no necesita de razón alguna. Su contundencia radica en la decisión misma. La decisión de acabar con todo se basta a sí misma. Se convierte en un puro juego. Es algo que incluso le divierte. Por eso se mofa de lo que se le diga; una vez que ha demostrado que está dispuesto a morir matando a todos, no hay nada imposible que no pueda hacer. Si se permite el suicidio, todo le está permitido. Por eso se arroja, con los ojos abiertos, al suicidio, arrastrando a todos en su marcha.



Esta nueva lucidez sabe de su poder y, por eso mismo, ya no le interesa dialogar; su poder lo expone su fuerza, es dominio puro que amenaza apocalípticamente. Se origina en el capitalismo salvaje y el neoliberalismo le abre fronteras insospechadas: la vida misma, el mundo, los seres humanos y la naturaleza, se convierten en puro negocio. Vivir se convierte en pura excusa, ahora ganar es el fin de todo, incluso a costa de la propia vida; por eso marcha hacia la muerte de modo entusiasmado, juega con la muerte como con la vida. Su normalidad es un puro aburrimiento, por eso persigue la excitación, le gusta vivir peligrosamente; compite para ganar y para ganar está dispuesto a todo. En ese juego ha aprendido a desechar la vida de los demás y, desechándolos, aprendió a desechar todo lo demás; aprendió a no valorar más la vida, ni siquiera la suya propia. Si todo se vende, él también. Pero esta constatación ya no le perturba, porque en la devaluación de la vida, el primer devaluado ha sido él mismo. Por eso su vida no es ejemplo y todo lo que acumula no le llena nada sino que le vacía por completo. La vida ya no tiene sentido. El sinsentido se vuelve su único sentido. Su forma de vida ya no conforma nada, pero deforma todo. La deformación que ocasiona deforma su propia vida.



Si la vida pierde todo sentido, el único sentido es la muerte, se convierte en un ser-para-la-muerte; aunque la vida haya perdido su encanto, vive para morir; su último heroísmo consiste en cómo morir. Si él ya no quiere vivir, los demás tampoco; si para él la vida ya no es posible, para los demás tampoco; ya no pregunta a nadie si quiere seguir viviendo; si no ve salida para él, no ve salida para nadie. Por eso desea el fin de todo y abraza este deseo de modo religioso; su voz cobra un tono apocalíptico que afecta sus palabras en una histeria dramática, por eso insulta y agrede como bestia herida (como las diputadas de la oposición). Pero esto es la teatralidad de su drama: abraza el fin de todo como un acto estético, el fin se hace bello, el fin se convierte en su salvación, y hasta considera ese fin como el fruto más acabado de su humanismo. Es capaz de oprimir el botón de la destrucción final por amor a la humanidad; por eso, su amor, es un amor que mata. Por eso abraza, en sus discursos, la justicia, la libertad, la paz, la esperanza; porque su esperanza es una esperanza de muerte, su paz es la paz de los muertos, su justicia es su juicio final.



Una oposición semejante ya no sabe hacer oposición política, convierte la política en hostilidad absoluta; por eso, el maniqueísmo al que recurre, ya no necesita ni razones ni argumentos, sólo la condena, la muerte de los infieles. Cuando hay razones hay posibilidad de diálogo, pero cuando no hay más que intransigencia, las razones salen sobrando. En todo este proceso, el gobierno ha cedido siempre (incluso hasta quedar mal parado con la CIDOB, por la concesión en el número de escaños indígenas. Lo indignante de esto es la hipocresía de los medios; pues después de haber sido cómplices estos medios, como red UNO y Unitel, de la golpiza al dirigente Adolfo Chávez de la CIDOB, en Sucre, ahora le muestran como el héroe, porque le quieren hacer decir, como insistentemente hacía John Arandia en su programa “que no me pierda”, que el recorte en los escaños era una “traición” del gobierno, cuando era el recorte que estos mismos medios reclamaban. Es indignante porque estos canales no ahorraron medios para cuestionar los escaños indígenas y ahora se presentan como los defensores de estos y, hasta, el ex constituyente Lazarte, en el mismo programa, quien había hecho todo lo posible por destruir el carácter plurinacional de la nueva constitución, ahora se “solidarizaba” con Adolfo Chávez). El gobierno cede, incluso lo que no debiera, pero la oposición nunca cede nada. Y no cede porque no contempla nunca concesión alguna.



El error de los diputados fue pretender deducir una representación cualitativa indígena de la legalidad vigente; ahí el asunto se diluía en las maniobras de la oposición: una pura cuantificación interesada; los senadores opositores podían, de ese modo, enfrentar de nuevo, campo contra ciudad. La falacia del “un voto, un ciudadano” sirve precisamente para excluir el voto: toda la representación congresal pandina no llega a cubrir los votos de un diputado de El Alto y, sin embargo, dos senadores pandinos parecen valer más que todos los congresales de La Paz, Oruro, Cochabamba, Potosí, etc. De la legalidad vigente no se puede deducir una transformación cualitativa; por eso, el carácter transitorio de la nueva ley, debía recurrir a otras instancias, como aquellas que desconoció el Senado: los tratados internacionales y la última resolución de Naciones Unidas sobre pueblos indígenas, que es, además, ley de la republica. Como señala, de modo acertado, Idon Chivi, lo que se cometió fue otro genocidio; pues, para agravar la figura, de ocho escaños indígenas se redujo todavía a siete, gracias a la diligencia de la diputada Millares y el Senador Rodríguez, ambos de Sucre, connotados personajes de la intolerancia y el racismo (no en vano azuzaron a su población, cuando la “culta” Charcas resucitó su pasado realista inquisitorial, bajo la cruz templaria de su bandera, y protagonizaron los actos de vergüenza nacional: la humillación de campesinos).



Por eso el contrincante no es noble, ni es digno. Es cínico. Parte de una seguridad implacable porque no parte de una condición humana; si juega con la muerte, juega también con la vida: quien quiere decidir sobre la vida y la muerte, quiere ponerse en el lugar de Dios. Se hace idólatra. Sus propios valores se vuelven ídolos que reclaman sangre. Por eso, la defensa de sus principios se convierte en una santa cruzada. Su lucha es una lucha entre el bien y el mal. Por eso se lanza a esa lucha de modo religioso. Si posee la potestad de la verdad, todo lo que se le oponga resulta, de modo maniqueo, irracional; de esa impugnación se deduce lo que sigue: eliminación total. Ese tipo de devaluación es absoluta y, aunque dice poco de los acusados, porque acusar no es argumentar, dice más bien mucho de quien acusa; es decir, todo lo que descarga sobre los acusados es, más bien, de modo invertido, lo que retrata al que acusa. Tiene que inventar monstruos para justificar la violencia que desata. Pero el monstruo no existe, es su invención, pero, como juega a inventar monstruos, él mismo se convierte en monstruo. Derrama, entonces, todo lo que es, en el monstruo que ha inventado. La víctima es la intolerante, la fascista, la antidemocrática, la resentida, la llena de odio, la vengativa, la atea, la corrupta, etc.; de ello se deduce sólo una cosa: la eliminación de la víctima. Esta legitimación de la eliminación, se logra por inversión: el mal se presenta como el bien y el bien como el mal. Es una metafísica que tiene, en Nietzsche, su apoyo ideológico: la muerte de Dios (porque se acusa a la víctima de matar a Dios) permite transgredir todos los valores: todo vale, pues la única moral que vale es la moral del vencedor. Es un heroísmo suicida, por eso Nietzsche es tan actual: el heroísmo consiste en marchar de modo consciente a la destrucción final. Esto es lo que se desprende del literal bombardeo mediático; lo que, en lenguaje militar, se conoce como “guerras de cuarta generación”.



Se trata de una guerra porque la estrategia de acumulación ha venido sufriendo, a nivel planetario, un cambio: la acumulación por plusvalía ya no era suficiente, se precisaba una acumulación por control de la subjetividad; se trataba de producir las necesidades mismas. El mito de las materias primas baratas y la totalización del mercado llevó a la ilusión de la especulación financiera impune: la economía tenía necesariamente que derrumbarse. Lo cual significa, para la ceguera neoliberal, no algo adjudicable al sistema mismo sino a fuerzas ajenas (por eso hay que acabar con todo lo que le amenaza). El adjudicarse la potestad de la verdad les da el derecho de condenar toda oposición. La soberbia se amplifica, pues también ellos cercan y hacen de la crítica una burda condena: una crítica sin autocrítica deviene en defensa fanática. La legitimidad de esa defensa proviene del disfraz recurrente: el azuzador del conflicto nunca reclama paternidad de lo que ha provocado.



Se trata de la irresponsabilidad total: exige a todos ser responsables menos él. Se asume intocable, incuestionable, porque lo que dice no merece réplica. La réplica merece la muerte. Por eso sus acusaciones se expresan en términos absolutos, amplificados y bendecidos por los medios, donde la guerra que se promete seduce a todos. Nace así una nueva religiosidad. El santuario de la ciencia moderna (que prometía la vida eterna) se transforma en la iglesia invisible de los medios (que tiene la potestad de condenar a todos, aunque nadie pueda condenarlos), que bendice las acciones que promueve la oposición y maldice las reacciones que provoca: quienes quieren vivir pecan de soberbia. Frente a la muerte ya no tiene sentido la justicia, ni la libertad, ni la paz. Con la muerte se diluye todo sentido. Nadie puede reclamar más nada. Si los pobres no supieron valorar el reino de los poderosos entonces que se destruya todo. Que el escarmiento sea total: la venganza del poderoso es venganza divina.



Si no hay alternativa entonces no hay otra vida posible. Pero si la hay, entonces el discurso del poderoso es pura mentira. Aunque su forma de vida haya sido descubierta, no hay otra forma según él: si él ha robado cree que los demás le robarán; si él ha asesinado cree que los demás se vengaran. Por eso, cuando ha sido desenmascarado, ve a su alrededor sólo venganza y odio. Está convencido que, si no hay salida para él, no hay salida para nadie. Se vuelve cínico. Si él sale perdiendo hará todo lo posible para que todos pierdan todo. Si sabe que va a perder, quiere que todos pierdan. En su amenaza no hay alternativa posible. ¿Qué hacer?



Lo que hace y nos enseña la nueva política. La huelga de hambre obligó a la oposición cínica a ingresar en el campo democrático; la concesión última del presidente la obligó a pactar, ya que es imposible que dialogue. Está obligada a actuar democráticamente. La huelga fue una medida moral, de retorno a la sensatez; cada nuevo huelguista era el desenmascaramiento total de una oposición cínica. Por eso había razón para festejar: se había vencido de nuevo a la muerte; porque, en cada paso que damos, por más pequeño que sea, demostramos que la guerra no es solución, que si hay voluntad hay siempre alternativas. Por eso, el triunfo no es sólo del pueblo, es un triunfo de la razón y de la vida. La afirmación de la vida es salvación hasta del suicida. La muerte nunca es solución, la muerte es la negación de todo. Los conflictos deben ser resueltos sin llegar a las armas, porque las armas acaban destruyendo la política, la comunidad y la vida. La oposición que no es más que simple y pura oposición, acaba destruyéndose a sí misma. El ofrecimiento presidencial es generoso porque salva a la misma oposición, le da una oportunidad más, le permite vivir. Porque la política indígena no parte de la oposición sino de la comunidad. Todos somos hermanos porque todos conformamos una comunidad. La lógica de la oposición acaba en la lógica del enemigo. En la lógica de la comunidad, hasta el enemigo es un hermano; por eso se acude a la persuasión. En la lógica de la oposición todo conduce a la eliminación.



Los dirigentes campesinos advertían de modo sabio: “esta democracia no sirve”. Se referían a la democracia formal; donde “casi” se hace justicia, “casi” se cumple la ley, “casi” se dice la verdad. En el “casi” radica la no intención, el no interés, el despropósito, la insensatez y el absurdo. Un mundo en el que “casi” se cumple la ley es un mundo sin ley. El “Estado de derecho” es ese mundo; Estado que reclama la oposición, porque con ese Estado garantizaron sus robos y sus crímenes. Otro Estado es, para ella, el infierno. Por eso la semana santa no fue casual. Otra vez, la intención era crucificar al que anuncia las buenas nuevas a los pobres. Otra vez volvían los Caifas: “es mejor que perezca este a que perezcamos nosotros”; otra vez los Pilatos que ordenaban la muerte para lavarse luego las manos. Por eso la pascua no fue casual. Un gesto moral obligó a la oposición cínica a actuar democráticamente. La huelga fue el retorno de la sensatez; cada nuevo huelguista testimoniaba, frente al mundo entero, la afirmación de un pueblo por la vida. Por eso es un triunfo de la razón. Si hay razones hay posibilidad de diálogo, si hay diálogo, hay comunidad y hay vida. Afirmar la comunidad es afirmar la vida de todos, hasta del suicida. Sin la afirmación de la vida, se diluyen todos los sentidos, se vive en el sinsentido: es cuando aparece al suicida. Pero la muerte nunca es alternativa, hay alternativas si hay posibilidad de vida.

La Paz, abril de 2009
Rafael Bautista S.
Autor de “OCTUBRE: EL LADO OSCURO DE LA LUNA” y
“LA MEMORIA OBSTINADA”
rafaelcorso@yahoo.com