Por Rafael Bautista S.
La actualidad del terrorismo evidencia las consecuencias de un mundo sin alternativas. El triunfalismo neoliberal propició, de este modo, su más temible utopía: el fin de todas las utopías. En eso consistía la última conquista moderna. Por eso, el fin de la guerra fría dio lugar al frío de la guerra infinita. El triunfalismo de haber vencido al “big red dog”, ponía al “mundo libre” sin rival alguno; ya no tenía que demostrar nada, había conquistado todo, el mundo ya no tenía más alternativas. Pero si no hay alternativas, entonces, ¿qué queda? El que acaba con todas las alternativas, se priva a sí mismo de toda alternativa. Lo que le queda es el suicidio. Así amanece el siglo XXI, con el (auto) atentado suicida a los santuarios del mercado: los colosos gemelos.
Se trataba de un deicidio, lo que desata un odio infinito: el bien contra el mal (¿dónde que la modernidad no era religiosa?). La insensatez de la respuesta desata la condición original del conquistador (el inicio de su marcha lúcida hacia la destrucción total): el genocidio global. Pero ahora el conquistador, triunfante, y con la bendición mediática, ya no necesita ocultar sus intenciones. Se hace cínico. Produce terror para acabar con el terror imponiendo más terror. Las crisis que genera ya no le quitan el sueño, pues generando más crisis cree estar lejos de ella y, si pese a todo, la crisis le llega, entonces la exporta. Un mundo sin alternativas es preso del terror. Las guerras de cuarta generación expresan esta apuesta. La reconquista moderna busca acabar con aquello que su tecnología ha desplazado y hecho prescindible: los sobrantes, los pobres del mundo. Ya Toffler sentenciaba, de esta manera, a los “casualties” del mercado: “se los va a cortar brutalmente”.
Por eso las pandemias ya no han de ser casuales, son parte de una estrategia. Si USA ya podía fabricar armas biológicas, en Los Alamos, usando muestras de gripe aviar de la propia OMS; no resulta raro que laboratorios militares gringos ya hayan perfeccionado estas armas con virus porcino, aviar y otros que no tienen respuesta inmunológica. Diversas investigaciones actuales señalan que estos laboratorios han alterado enfermedades virulentas, de tal modo, que ya no hay defensa contra ellas y que éstas, además, han sido esparcidas en diversos lugares del planeta. Algo que llama la atención: en 1971, la CIA había proveído a gusanos cubanos de virus que causan fiebre porcina; seis meses después, en Cuba, se tuvo que sacrificar medio millón de puercos y, ojo, la población fue posteriormente afectada por el dengue (la reciente epidemia de dengue que sufrió Bolivia, podría estar ligada a algo que ya se venía denunciando: la fumigación sospechosa de extensas áreas del Chapare, por parte de la DEA, antes de su retiro forzoso).
Esto es parte de una planificación del desastre o una producción por la destrucción, como aquella que sufren los animales que luego, son consumo humano (el hacinamiento, la alimentación artificial de suplementos hormonales y químicos –que coadyuvan a la evolución de enfermedades patógenas–, responden a un principio de rentabilidad, inherente a la lógica del capital); pues estos son objeto, dentro de la producción pecuaria, de un descuartizamiento físico y psicológico: todo esto es posteriormente depositado en nuestra corporalidad porque es nuestro alimento principal. Un modo de producción es también responsable de estas hecatombes. Lo cual se halla además relacionado con toda una estrategia global de expansión de mercados. La gripe porcina aparece justo cuando las grandes corporaciones farmacéuticas registran serias bajas en sus cotizaciones; es el caso de la suiza Roche, que controla el 90% de tamiflu (producto altamente demandado para contrarrestar la gripe porcina). Para poner el cherry sobre la torta: Gilead Science Inc., tiene los derechos sobre el fármaco tamiflu y, cosa curiosa, Donald Rumsfield, ex secretario de defensa de la administración Bush, dirige tal consorcio. Provocar una pandemia se trataba de un negocio altamente rentable.
Esto es lo que, en definitiva, constituía el foco de la estrategia corporativa mundial: crear terror. Porque hace más de dos años que la industria farmacéutica mundial venía registrando preocupantes caídas en sus ventas. Además que los organismos financieros mundiales necesitaban un respiro inmediato o, dicho de mejor modo, un desvío mediático: pasar la crisis financiera a segundo plano. Las casualidades no operan por casualidad: después de la reunión de abril del G7, con aquel anuncio de fomentar la economía de los países “dispuestos a colaborar”, México anuncia (después de la reunión Obama-Calderón) la aparición del virus. El terror es un modo de hacer la guerra. La guerra es el principio fundamental de toda preservación del poder. Pierden siempre los pueblos, pero gana el capital financiero mundial, porque gracias a la pandemia, la industria farmacéutica vuelve a poner en movimiento a la economía mundial. El país sacrificado es México, pero de ese sacrificio salen beneficiados algunos; por eso el anuncio de ayuda a los países “dispuestos a colaborar”.
La especulación ha dado lugar al terror diseminado en el planeta entero. Puede que haya sido un ensayo global, pero lo que ese ensayo ha demostrado es esto: el mundo es rehén del capital. Si no hay alternativas la única salida parece acabar con todo. Esta es la apuesta del debacle imperial: si cae está dispuesto a que todo el mundo caiga; por eso apuesta por el terror y regresa a su condición original: su última cruzada civilizatoria es la reconquista (si el mundo no se le somete, está dispuesto a acabar con el mundo entero). Por eso se reconoce en el terrorismo que ha creado y diseminado; en eso consiste su ceguera: en nunca responsabilizarse de aquello que ha desatado. Como la oposición en Bolivia; que prefiere el descuartizamiento nacional a reconocer lo indigno de sus privilegios. Esta ceguera ya no es motivo de culpa sino de soberbia. Cuando el soberbio se hace cínico ya no necesita mentir: su amenaza no esconde nada.
Doble tarea para los medios: bendecir el terrorismo y luego ejercerlo. También son suicidas, porque el terror mediático que difunden, amputa ya la poca credibilidad que todavía poseen. Después de las últimas revelaciones que involucran a quienes ya habían desatado el golpe cívico-prefectural (el prefecto Costas, el cívico croata Marikonvic, el ganadero –y ex ministro del general Banzer– Nayar, el empresario agropecuario Roca, etc.), no cesan ni concluyen los altisonantes pronunciamientos de las figuras mediáticas en defensa del “supuesto” terrorismo (ahora reclaman que las imputaciones sean puras declaraciones cuando, en la “Masacre del Porvenir”, puras declaraciones les sirvieron para inventar un “enfrentamiento”, que nunca fue “supuesto”). Seguirán vociferando, como el torturador que amedrenta a su víctima. Pero la lección última nos sirve para cuidarnos de esa otra pandemia que amenaza la salud moral del mundo: la mediocracia.
La Paz, mayo de 2009
Rafael Bautista S.
Autor de “OCTUBRE: EL LADO OSCURO DE LA LUNA” y
“LA MEMORIA OBSTINADA”
rafaelcorso@yahoo.com