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Ocurre con más frecuencia de lo que puede suponerse. Cuando no tienen argumentos para oponerse a alguna acción, declaran muy sueltos de cuerpo: “Está muy bien eso, pero...”. Es una buena argumentación que puede iniciar un debate interesante. Lo lamentable es que, los pero resultan repetitivos: “Gracias por su solidaridad, pero es muy autoritario”, “recibimos con gratitud su ayuda, pero no estoy de acuerdo con ese dictador”, “formo parte de la asociación de amistad, aunque estoy en contra de su gobierno”. Podríamos refutarlos con otros conocidos estribillos: estar con Dios y con el diablo, montar en dos caballos y algunos más.
No se trata de juegos de palabras. Tomemos las cosas en serio. Venezuela es un país que explota y vende petróleo, desde la década de los ’40. El dictador Pérez Jiménez transformó Caracas, en pocos meses, utilizando las primeras ganancias del petróleo. Rómulo Betancourt, un optimista pro norteamericano, impuso a las transnacionales el “fifty – fifty” (mitad y mitad) en las ganancias y nadie protestó. La OPEP fue una iniciativa venezolana que controló los precios del petróleo a principios de los ’70 y los países imperiales absorbieron el duro golpe. ¿Cómo es que ahora, cuando Hugo Chávez apoya a los países empobrecidos de la región, vendiéndoles petróleo a precios concesionales, lo condenan como el peor régimen que ha tenido Venezuela?
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