COMENTARIOS
de ABI Alfredo Zaiat (*)
Buenos Aires, 30 de septiembre de 2008
Cuando alemanes orientales comenzaron de madrugada a derrumbar a fuerza de mazazos el Muro de Berlín también se terminaba de desmoronar un sistema económico, político y social.
El 9 de noviembre de 1989 fue el día que cayó el muro de unos 50 kilómetros de largo y 4 de alto que durante 28 años había dividido a Berlín Occidental de la República Democrática Alemana.
Fue el acontecimiento simbólico del fin de una época y el comienzo del proceso de desaparición de la poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Políticos, intelectuales y militantes del Partido Comunista en el mundo se quedaron sin referencia, sin el faro que orientara su accionar cotidiano.
En las dos décadas previas a la debacle final, ya había comenzado un persistente cuestionamiento a ese modo de organización burocrática y represiva que bajaba del Kremlin.
Pero muchos no podían romper con esos lazos de lealtad a la caricatura que se había convertido lo que fue la extraordinaria revolución bolchevique. Implicaba un profundo conflicto existencial, imposible de resolver, respecto de todo lo que habían cultivado, creído e interpretado a lo largo de su vida.