jueves, mayo 04, 2006

LA PRIMERA NACIONALIZACIÓN DEL SIGLO XXI

(EL DÍA EN QUE TODOS FUIMOS FELICES)

Por Rafael Bautista S.

“You take my life when you do take
the means whereby I live”
William Shakespeare


Pudo haber sido un primero de mayo como los hubo siempre. Pudo haberse teñido el cielo del color de las wiphalas y los petardos en Plaza Murillo pudieron haber traído los ecos nostálgicos de jornadas revolucionarias; pero el horizonte aparecía apagado y sabíamos, como por inercia, que aquello iba a acabar en otro saludo a la bandera. Ni las redes de televisión (prestas para aguar toda fiesta del pueblo) podían siquiera oler la nueva brisa que venía del sur (ya no recordaban cómo olía el aire cuando era nuestro). En palacio se ignoraba dónde estaba el presidente (¿trampa o no?), las radios buscaban información por otros medios, se tenía una pista, iba a haber un anuncio, ¡pero si ya sabíamos!, el incremento salarial y la anulación de una artículo del 21060, había fiesta en la plaza, otra más para que se la lleve el río, dicen que el Evo estaba en Tarija, no vaya a ser que esté con ese prefecto (que ya se canta “el rey” del Chente Fernandez), el canal estatal se preparaba, hay un anuncio, ¿desde allí el incremento salarial?

Al mediodía del primero de mayo, a seis años del siglo XXI, mientras en el norte los inmigrantes hacían temblar al imperio, y en el sur corría la voz de no comprar nada gringo, mientras ya se sabía de la negativa de Irán a someterse, y por acá los dirigentes cívicos de Puerto Suárez buscaban asilo en su patria: Brasil; la voz de cántaro de barro de nuestro presidente leía el decreto que nacionalizaba los hidrocarburos en Bolivia. Por el cual se ejercía soberanía y control de toda la existencia gasífera en suelo boliviano y se tomaba militarmente los campos de producción, las refinerías, distribuidoras, etc., que ostentaba la inversión extranjera como alarde de su riqueza (ante la mendicidad impotente de los verdaderos propietarios). “Eso es todavía el comienzo”, anunciaba el presidente y la historia podía despertar en nuestra memoria: “hasta ahora hemos tolerado…”, como en aquel 1810. Pero la cosa iba para más atrás: “volveré y seré millones”, esos millones le hicieron presidente y esos millones ahora recuperaban un poco de la dignidad pisoteada centenariamente.

Hasta que tuvo que venir un indio para hacernos respetar. Hasta que tuvo que ser un despreciado el que nos enseñe a apreciarnos. Hasta que tuvo que ser un “t’ara” quien ponga en orden el desastre que ocasionaron los doctorcitos made in gringolandia, los “q’aras”. Hasta que tuvo un “jaq’e” que hablarnos mal para que entendamos bien. Hasta que… Hasta que los muertos nos abrieron los ojos: sólo nosotros conocemos nuestros males, por tanto, sólo nosotros podemos remediarlo, por tanto, tengamos fe en nosotros mismos.

Nadie supo cómo reaccionar, menos la derecha (como es su costumbre, esperó que se lo piensen primero afuera para luego aparecer frente a sus pantallas), que buscaba a quién acudir para decir algo; y encontraron algunos despistados que, inocentemente, entraron en su juego: decir cualquier cosa pero en contra, agarrarse de los detalles, meter miedo, especular con los malagüeros; como Mirko Orgaz, quien después reconoció que aquello (al menos) era una excelente jugada política, pero que él mismo era incapaz de algo parecido porque estaba jugando al lado del bando que siempre había atacado, bad politics, (su presencia en Red UNO y UNITEL no era gratuita, pues les estaba dando argumentos a quienes no saben siquiera imaginar alguno).

Lo mismo empezó a suceder con los supuestos periodistas “al lado del pueblo”, que creen que ser objetivos es estar en contra de cualquier gobierno (incluso uno popular) y confunden crítica constructiva con construcción de la confusión de la crítica. No en vano siguen alimentando incertidumbres: ¿habrá Bonosol?, ¿habrá gas?, ¿habrá plata? Magnificando el miedo para mortificar lo más que puedan a la gente que dicen “servir”. TOTAL fue la primera en golpear las puertas de la nueva YPFB, ya REPSOL anunció que seguirá en el país (será mejor que se vaya, después del lío de las acciones en la bolsa de New York, es mejor no hacer negocios con semejante pillo), dejando los famosos juicios en la mendicante imaginación de quienes se han educado en el sometimiento (“que no se vaya el que nos deja unos pesitos, aunque viole a nuestra hija, qué va a decir, se va a enojar”); PETROBRAS se queda y, si no quiere ya más invertir, pues mejor para nosotros, pues fruto de sus inversiones nunca vimos ni la cáscara.

Pero ahí no acababa la cosa, porque después entraron en escena los que ya sabemos (y ya sabemos a quién defienden y a quién se deben). El jefe del UN, Samuel Doria Medina, quien ya había defendido a la EBX, llegando al cinismo de asegurar que no hay delito mientras no se lo ha consumado (es decir, para este señor, si no hay penetración no hay violación, aunque la víctima hay sido ultrajada); interpreta todo el decreto desde el punto de vista del empresario y, como tal, como ya no ve ganancias, entonces el mal negocio que ve en ello, resulta, en boca suya, un atentado a los “derechos” del inversor. Lo mismo sale de boca de Tuto Quiroga (jefe de PODEMOS e hijo político del dictador Banzer), porque fue educado en el interés privado y cree (como todo neoliberal) que hay que fomentar el egoísmo, el “emprendimiento individual”, que este garantiza, como por arte de magia, el bienestar de todos. Así, por el mismo lado, Oscar Ortiz y Fernando Mesmer, de PODEMOS (can we?), cacarean, por donde les enfoquen, de “injerencia” venezolana; pero no dicen ni pío de la presencia brasilera (hasta policial) en Puerto Suarez, como tampoco lo hicieron, ni lo harán, cuando USA se entromete en el ejercito, en la policía, en el Estado, en la casa de ambos senadores, a la hora de la cena, como Pedro por su casa, es más, seguro le harán lugar en la mesa y le ofrecerán de sus platos, porque al amo no hay que negarle nada. Y lo mismo aparece en boca de Carlos Böhrt, que busca los peros jurídicos de algo que jamás habría tenido su rubrica, porque jamás apostó a, lo que llamaba Carlos Mesa, “esa utopía que nadie sabe a donde lleva”; por eso hace una interpretación ideológica de la jurisprudencia y privilegia la “voluntad” de partes contratantes (de una parte, la privada, en un negocio doloso) por sobre la “validez” del contrato; porque los criterios en los cuales se basa no contemplan el ámbito fundante de lo legal: la justicia; sino que abstraen toda consideración de justicia por la vaciedad formal de un contrato entre partes (no importado que una haya sido engañada).

Por eso son institucionalistas y creen que la democracia se resume a preservar las instituciones, olvidándose de la gente de carne y hueso, porque ya han perdido toda referencia concreta, material, por eso ya no tienen ojos para ver ni oídos para escuchar el clamor del “tengo hambre”, por eso le dan la espalda a un país que, por obra suya, se muere. Por eso la receta que nos vendían en sus campañas era la limosna, porque no se puede invertir en los pobres, porque esto no da beneficios lucrativos, es dinero perdido, es caso perdido, y a los casos perdidos es mejor callarles con lo que sobra. Este también es el parecer de los empresarios privados (que se agrupan en confederaciones pero que se espantan si sus obreros lo hacen). Y todos, bajo una misma línea melódica, salmodian el qué dirán, el qué cara nos van a poner, porque no saben otra forma de existir que el ser dependientes, subdesarrollados, prestos a inclinarse ante los amos de afuera y a pensar primero en sus necesidades y dejar las nuestras para quién sabe cuando. Así lo manifestaba el economista Gonzalo Quiroga (con la suficiencia de quien cree que Dios habla por su boca, en un canal cristiano), cuando afirmaba que ellas, las transnacionales, son quienes nos van a enseñar lo que es “prudencia”, confirmando su mentalidad periférica que ve siempre en afuera el modelo a seguir adentro, porque su autodesprecio es tal que está dispuesto a ofrecernos en sacrificio para el beneficio de quienes nos van a enseñar, según él, lo que es “prudencia” (¿me pregunto si habrá leído alguna vez el Salmo 73?: “La paz de los impíos. Pues no hay para ellos tormentos. No tienen parte en las humanas aflicciones y no son atribulados como los otros hombres. Por eso el pueblo se vuelve tras ellos. Helos ahí: son impíos, pero tranquilos constantemente aumentan su fortuna”).

“Prudente” sería entonces continuar mendigando; “prudentes” habrían sido nuestros presidentes que nos masacraban y así se disculpaban ante los amos de afuera por los dislates que hacíamos adentro; “prudente” sería brindarles en bandeja de plata nuestras riquezas a quienes tienen plata para que, si es su voluntad, nos diesen las migajas que sobra en su mesa; “prudentes” serían los intelectuales que, según el beneficio del inversor, nos amenacen que nacionalizar no genera ganancias, ergo, es un imposible; “prudente” debería ser el pueblo y someterse a lo establecido, porque, como dice el epígono del imperio, Vargas Llosa, quienes se enfrentan a este: “tratan desesperada y absurdamente de oponérsele”; siglos atrás, Flavio Josefo advertía: “pues no hay otra ayuda ni socorro sino el de Dios; mas a este también le tienen los romanos, porque sin ayuda particular suya, imposible sería que imperio tal y tan grande permaneciese y se conservase”; deberíamos ser entonces “prudentes” y dejarnos morir como perros para que otros coman como chanchos (Zavaleta dixit); porque la “prudencia” debería ser la mejor escuela para no soñar y para abandonar todo intento por cambiar las cosas; que todo siga igual como un infierno, porque al menos en este infierno se hacen buenos “business” y “prudente” sería que quienes saben hacer “business” nos digan qué es lo posible y qué lo imposible.

Por todo ello no puede dejar de arrebatarnos de entusiasmo el decreto del primero de mayo. Porque desde ese día levantamos la cabeza de nuevo; porque nuestra “imprudencia” molestó a quienes jamás se preguntaron si nuestra existencia valía “algo”: no en vano Solana (representante del parlamento europeo) se extrañaba de la medida adoptada por el Evo y, arrogantemente, se lamentaba de que no se le hubiese consultado porque “parece que el presidente de Bolivia no le entendió” (o sea, las gallinas deben preguntar al zorro sobre las medidas de seguridad que han de adoptar para protegerse). Incluso España (REPSOL) y el Brasil (PETROBRAS), supuestos gobiernos “socialistas” (ya sabemos hasta dónde les llega su socialismo), saltaron ante la noticia: quienes construyen sus beneficios a costa de nuestras desgracias, no podían sino pegar el grito al cielo, porque la gallina de los huevos de oro se les iba de las manos.

Se podría objetar esto o lo otro, como es común entre paisanos, pero cuando la objeción es deshonesta es un flaco favor que nos hacemos, porque el fraccionamiento ideológico de la izquierda ha sido siempre el caldo de cultivo donde afloraron las respuestas más irracionales de la derecha (como en el gobierno del general Torrez, o con la UDP). Por eso hay que actuar de modo estratégico, fomentando las convergencias, afirmando el proceso, como ya está en los pronunciamientos de los indígenas: defender el proceso de nacionalización, profundizarlo. Lavemos la ropa sucia, pero en casa, haciendo de la crítica la herramienta por la cual aprendamos también a construirnos y a construir. Si la nacionalización se hizo carne en octubre y ahora el pueblo apuesta en su defensa, entonces démosle nuestro aliento, para que tenga vida.

En un artículo pasado: “El Asalto Jacobino del Gobierno del MAS” (que algunas páginas de la red no se animaron a difundir) empecé a desgajar las posibles consecuencias de una asunción ingenua del patrón de acumulación capitalista que pretende una mentalidad izquierdista-ortodoxa: “modernizar” nuestras relaciones de producción. Esta pretensión entra en franca contradicción con la construcción de un Estado nacional-popular en Bolivia. El decreto de nacionalización tiene esa virtud, porque con la obligatoriedad de la adecuación a las nuevas reglas abre el camino para ya no depender del tipo de inversión que posterga todo intento de autodeterminación. Porque la inversión de capital transnacional es el mejor modo de asegurar el flujo de plusvalor a los centros económicos, cuyas ganancias extraordinarias sólo son posibles por la pauperización de países, como el nuestro, dueños de energía.

La inversión crea enclaves “modernos” que nunca expanden ni diversifican la economía, porque siempre están pensadas en garantizar el flujo de capital a las casas matrices, por eso no les interesa que un país como el nuestro tenga un proceso de industrialización, por eso todos los gasoductos apuntan hacia afuera, nunca hacia adentro, porque así succionan toda la sangre de un país para alimentar el apetito ajeno. Incluso si se industrializa bajo el prurito de “modernizar” todo, una economía periférica se vuelve dependiente de la tecnología (cuanto más moderna más cara y más difícil de producirse adentro) necesaria para soportar una industria de punta. El espíritu del decreto muestra que la inversión no es el tan mentado remedio que nos cuentan, puede más bien llegar a ser el mecanismo más adecuado de postergación; y el grado de influencia que pueda tener la inversión debe de minimizarse de modo que no empiece a desintegrar el mercado interno; la inversión trae consigo no sólo su tecnología, trae también su modo de vida y este es el que arrastra al lugar del enclave a un desequilibrio que acaba carcomiendo la economía tradicional, como lo que sucede en Santa Cruz: la deslumbrante “modernización” se asume “milagrosa” cuando, en el fondo, no es más que el flujo de ganancia que es mayor cuanto menos socializada es.

El decreto cierra las puertas a ese apetito desmedido que, como inversión, está calculada no para “desarrollar” aun país, sino para desarrollar a la misma inversión (por eso el FMI y el World Bank, para paliar estos efectos sueltan créditos y préstamos, para así empeorar la cosa y hacernos más dependientes y subdesarrollados). Por ello entusiasma la nacionalización; porque, primero, parte del criterio fundamental de que los hidrocarburos son de “dominio originario” y constituyen “propiedad pública”, es decir, no pueden ser considerados como propiedad privada; segundo, establece que el proceso de capitalización ha sido una “traición a la patria”, por “entregarse a manos extranjeras el control y dirección de un sector estratégico”; y tercero, porque “en ningún caso puede privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia” (bienvenido Shakespeare). Estos son criterios materiales que jamás podrían estar en boca de aquellos que consideran la economía sólo como “la ciencia de hacer negocios”. Desde estos criterios se puede construir una economía como producción y reproducción de la vida. Y desde estos se puede “prever” las consecuencias de toda inyección de inversión. Por ello hay que insistir, todo afán de “modernizar” la economía, bajo el pretexto de “desarrollarla” puede devenir en una franca contradicción con una plena autodeterminación.

Porque buscando el “desarrollo” de las economías informal y tradicional desde la inocente asunción del patrón de acumulación capitalista como sinónimo de “desarrollo”, puede conducir a un callejón sin salida, donde se puede derivar la independencia en una dependencia más sofisticada y, por ende, más despiadada. Porque tal proceso de acumulación está pensado a partir del desarrollo de los centros económicos, cuyo crecimiento depende de la postergación de las colonias; es decir, el supuesto “desarrollo” está preescrito por un modelo que ha constituido al “centro” en eje del “desarrollo”, de este modo se adopta un patrón de acumulación que acaba siempre postergando a la “periferia”, porque esa lógica consolida un sistema-mundo que ordena el mercado mundial en torno a la maximización económica del “centro”, donde se ordena el “telos” de la economía mundial.

Condición de la imposición de la economía capitalista en la “periferia” es la destrucción paulatina de sus economías tradicionales. El capitalismo no es sólo extracción de excedente; es, en primera instancia, des-estructuración de la economía tradicional y de la sociedad para re-ordenarlos en torno a la producción de excedente (exportadores de materias primas). O sea, la sociedad en torno a la producción de excedente es posible porque primeramente se destruye la base económica tradicional para hacerla dependiente de otro patrón de acumulación, en este caso, la maximización del capital. En tales condiciones no hay convivencia “normal” de estas economías (la “moderna”, la informal y la tradicional); una (la “moderna”) vive a costa de las otras, tiene que subsumirlas en su lógica, porque la competencia de capitales en la globalización es una lucha donde quien no acumula más valor muere, por ello la explotación en la “periferia” es más despiadada, porque la desigualdad tecnológica y la subordinación política (deuda e inversión extranjera) condena a los países pobres a transferir plusvalor extraordinario (explotación humana al infinito) al “centro”, siempre en ascenso.

Hay que empezar a poner las cosas en su lugar. No es la economía informal y menos la economía tradicional las que imposibilitan el “desarrollo”. Es, más bien, el sector burgués de la economía el que arrastra a toda la sociedad al subdesarrollo; porque su existencia depende de la mantención de una estructura (nacional y mundial) que hace posible su dependencia sistemática. Por ello, el moderno-sistema-mundo corrompe a las elites de los países pobres para asegurar la estructura económica mundial; beneficia a sus elites a costa del subdesarrollo de sus sociedades, o sea, son ellas y la economía que patrocinan y ejercen la que arrastra a sus sociedades al subdesarrollo. Entonces, la intervención estructural debe hacerse a ese sector: el sector burgués.

Para ello, son los principios (filosóficos, económicos y políticos) de la sociedad burguesa los que merecen el des-montaje y su re-consideración desde criterios ético-políticos de defensa de la producción y reproducción de la vida. La explotación despiadada de hombre y naturaleza es posible por una lógica que devalúa ambos a la condición de “objeto”. Toda la economía neoliberal parte de este principio: hombre y naturaleza son objetos y con ellos se puede hacer lo que uno quiera. El sujeto que concibe esta lógica ha pasado del yo-conquisto al yo-pienso y al yo-domino. Se postula universal y portador absoluto de la verdad, devaluando todo pasado e imponiendo su proyecto (estar en la riqueza) como el adelante al que todos deben de someterse. Su libertad es libertad de propiedad, su propiedad es su derecho natural y su derecho es ley sobrehumana. Son estos principios los que socavan la existencia.

El cuestionamiento al moderno patrón de acumulación deja de ser asunto de identidad cuando asistimos a las consecuencias de su lógica: 80% de la humanidad arrastrada a la miseria, daños medioambientales que desatan consecuencias irremediables; el 20% más rico del mundo derrocha el 80% de los recursos naturales y el resto pobre no tiene ni siquiera un acceso afectivo para repartirse el 20% sobrante. La lógica de acumulación capitalista ya no puede ni quiere solucionar el desempleo masivo (incluso en sus respectivos países). Y si ya no le interesa incluir más trabajo, tampoco le interesa construir más democracia.

Por ello, la posibilidad de construir más democracia, está en la posibilidad de una economía que asegure el auto-sostenimiento. Porque una nacionalización es el modo cómo una nación se concibe a sí misma como fin y no como medio, como sujeto y no como objeto, cuyas consignas ya no giran en torno a “exportar o morir” sino en “producir y vivir”.

El decreto del primero de mayo fue histórico porque, además, el tono y el acento que le puso nuestro presidente era el que todos cargábamos de tanto aguantar la prepotencia de quienes ganan a costa nuestra: “si no aceptan eso mejor que se vayan”. Por supuesto que esto vuelca la balanza. Y la vuelca por doble partida. Mientras todo el país se regocija por la recuperación de lo nuestro, en Puerto Suárez se observa el más acabado ejemplo de cómo el capital privado, por perseguir su propio lucro, está dispuesto a desintegrar a un país; también cómo, en Santa Cruz, los afanes divisionistas se endilgan una representación que promueve insensatos pedidos sectoriales, sólo con un afán desestabilizador; lo mismo ocurre con los transportistas y el sector de salud que, lejos de reivindicar algo “justo”, persiguen siempre el beneficio propio, importándoles un reverendo cacahuate el interés general.

Por eso hay que defender esta nacionalización y al gobierno del Evo, porque está haciendo lo que mínimamente se espera que haga un gobernante: conducir de modo responsable la nave en la que estamos todos. Y es él: indio, pobre, cocalero, privado de educación superior, con un castellano que eriza la piel de las copetudas, es él, quien nos está haciendo respetar. Por eso estuvimos con él aquel día: el día en que todos fuimos felices.



Rafael Bautista S.
Autor de OCTUBRE: EL LADO OSCURO DE LA LUNA
Editorial “Tercera Piel”
rafaelcorso@yahoo.com
Mayo, a cuatro días de la Nacionalización
La Paz, Bolivia

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