Gastón Conejo Bascopé
“¡Y cuántos tiranos tuvo que soportar Bolivia! Cuántos monstruos de crueldad y de desdén, de orgullo y de necedad!”, escribió Porfirio Díaz Machicao.Así fue nuestra triste realidad histórica tantos años desde que nació a la vida republicana, salvo los dos últimos, en manos de los descuartizadores de la Patria Grande, de los conculcadores de los códigos, los opresores. El escritor nos recuerda que a más de cien años de la muerte de nuestro Libertador Simón Bolívar, tendríamos todavía indígenas irredentos, sin escuelas, sin hospitales, sin libertad, sin leyes protectoras, excluidos, despreciados por los advenedizos racistas, toda una masa huérfana en medio de un conglomerado de sistemas, planes, ideas y gobiernos copiados de la Europa invasora, secuestradora de bienes naturales. Pero… llegó el 14 de diciembre. 14 de diciembre de 2007. La entrega oficial de la Nueva Constitución Política del Estado, producto trabajado en sufrimiento por los asambleístas patriotas de la Asamblea Constituyente en Sucre y Oruro. Día de Fiesta, la patria renació remozada en alegría y en justicia. Para el acto oficial de la propuesta, todo el pueblo se congregó en la Plaza principal de la Capital donde murió ajusticiado el mestizo Pedro Domingo Murillo dejando la tea encendida a las generaciones del porvenir. Entre una multitud de indígenas fue posible distinguir el busto de Gualberto Villarroel delante de su cruz-farol donde se le colgó en despojo sangriento por el atrevimiento de convocar al primer congreso indigenista en 1946; el presidente mártir tallado en bronce eterno se muestra relevante, confundido entre su pueblo, él mismo originario de Muela, nacido en un rincón del valle punateño. Una masa multiforme de diversidad humana desfiló al ritmo de la marcha militar-indígena. Nuevamente el orgullo de la identidad originaria vibrante en la atmósfera del Ande. En el balcón de palacio se distinguieron los primeros de Bolivia, hablando justeza, anunciando una nueva historia, distribuyendo bienes, augurando sueños. Los discursos encendidos en emoción patriótica prometieron tiempos nuevos, horizontes abiertos a la justicia, a la ética, a la claridad de una nueva patria. La multitud aplaudió frenética agitando banderas, la tricolor ahora si soberana y la wiphala andina y pacifista. Un arco iris abrazó a seres y espíritus en el seno de su fragua, aplausos, gritos, jallallas, vítores. No hubo maldiciones ni insultos, sólo aclaraciones y anuncios. No se permitirá la división de la nación, el pueblo estará atento para rechazar todo separatismo de lesa patria. Se concluyó con promesas y el consabido ¡huañuchun gringos! ¡Viva Bolivia! ¡Viva la nueva Constitución Política protectora de todos los bolivianos! Las puertas de Palacio se abrieron al pueblo, a las bandas musicales y a los conjuntos nativos. El Presidente Evo, el Vicepresidente Álvaro, los constitucionalistas, los jefes de las Fuerzas Armadas, los ministros, bailaron, bailaron juguetones al interior del gran salón. Al son de huayños y quenas, tambores y pinquillos, en ronda infantil juguetona, los comandantes de las tres fuerzas Armadas, de la Policía de seguridad ciudadana, los asambleístas, bailaron, tomados de las manos con mujeres indígenas de hermosos atuendos; las ministras y diputadas bailaron enlazadas con varones de pueblos y comunidades de las treinta y seis nacionalidades. El pueblo profundo de la patria, de militares e indígenas, de mestizos, clase media, intelectuales y obreros, patriotas de todo tipo, seres sencillos y humildes, bailaron alegres, festejaron el cambio político y legislativo que Bolivia inicia. Llega el tiempo del Pachakuti para todos en la esencia del ajayu individual y colectivo que madura con ternura, en paz, en armonía, en la danza; florece la sonrisa en un beso, coronan el intenso maridaje del habitante genuino con la patria fecunda que le espera para dar a luz reivindicados hijos en multiplicada profecía, la de Tupac Katari el descuartizado padre. Concluyó la Colonia y el pongueaje, terminó la humillación y la congoja, ahora es tiempo de levantar la testa muy altiva, de elevar los ojos antes taciturnos, la mirada plena de orgullo con brillo en la retina. Tiempo de primavera en los espíritus, época de renacimiento en la interioridad del alma. Reivindicación a largo plazo, plenitud de dignidad, de paz y de alegría. Perdón y resolución para emprender futuro. Sólo falta un paso más, el Referéndum aprobatorio, que vendrá, a pesar de los Calibanes y resentidos con la historia y con la Madre. A la distancia, muy próximo al límpido cielo azul del altiplano, el gigante Illimani brilla dorado al sol de la tarde exponiendo sus blancos penachos de Cyrano triunfante en nobleza y en orgullo pues llegó la hora prometida por Thunupa, la promesa de Bolívar hecha praxis histórica por Evo Morales, el indígena.
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