La cara joven de la oligarquia
Rebelión
Quien conozca la capital de Bolivia, Sucre, habrá quedado convencido del ambiente apacible de la conocida como ciudad blanca, de interesante arquitectura, buenos museos, repleta de jóvenes que estudian en una de las más antiguas universidades latinoamericanas, y donde quizás lo más emocionante que se pueda hacer un día cualquiera sea pasear por los tejados de las iglesias, comer con vistas a la ciudad en las terrazas de la Recoleta, o beber cerveza en alguno de las decenas de locales acaparados por los turistas (aunque alguno de ellos se jacte de no ser sólo para gringos).
Por esa razón, quien conozca la ciudad seguramente se asombrará de que un lugar tranquilo de gente pacífica haya saltado en las últimas semanas a los medios de comunicación por todo lo contrario: insultos y palizas a los constituyentes que sesionan en Sucre, reuniones de miles de personas en las plazas públicas reivindicando la capitalidad plena y, el sábado 24 de noviembre, la presencia de centenares de heridos y de tres personas muertas por los disturbios causados, mientras la Asamblea Constituyente de Bolivia aprobaba el texto de la Constitución “en grande”, es decir, para su consideración, porque debe ser seguida por la aprobación del texto constitucional artículo por artículo.
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