Juan GelmanLa Bitácora de Gelman (Rebelión)
El lema de un diario uruguayo de provincias proclamaba en primera página: “La única diosa que los hombres no quieren ver desnuda es la verdad”. Debe ser fea. Ordenaron no verla la Casa Blanca y aun el Congreso estadounidense cuando el 8 de junio de 1967 –el cuarto de la Guerra de los Seis Días– fuerzas israelíes atacaron por mar y aire al barco-espía norteamericano USS Liberty a plena luz del día y en aguas internacionales frente al puerto egipcio de El Arish, en la costa mediterránea de la península del Sinaí. Pese a que el capitán del buque izó la bandera de EE.UU., la agresión se prolongó 90 minutos causando la muerte de 34 tripulantes e hiriendo a otros 171. Tel Aviv negó que fuera deliberada, que había sido “un accidente trágico y terrible” y la misma postura adoptó el presidente Lyndon Johnson. Los sobrevivientes cuentan otra historia.
Al alba de ese 8 de junio, cuatro cazas de la fuerza aérea israelí comenzaron a ametrallar la cubierta del USS Liberty y tres cazatorpederos completaron el ataque con la evidente intención de hundir la nave. Una curiosidad, porque la misión del buque era interceptar los mensajes de las fuerzas árabes para alertar a Israel, socio privilegiado de EE.UU., sobre las maniobras de sus enemigos. Dotado de más de 40 altas antenas capaces de recibir todo tipo de transmisiones radiales, tenía un perfil ciertamente peculiar, pero las autoridades israelíes adujeron que lo habían confundido con un transporte egipcio de caballería. Otra curiosidad, porque la investigación posterior de una corte militar de las Fuerzas de Defensa de Israel concluyó que sus autoridades navales sabían, por lo menos tres horas antes del ataque, que se trataba de un navío norteamericano, pero que esa información se perdió –¿cómo habrá sucedido?– y nunca llegó a conocimiento de quienes dirigían el ataque. Cabe preguntarse por qué Tel Aviv puso así en peligro su íntima relación con Washington. Hay un par de hipótesis sobre el tema.
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