miércoles, junio 07, 2006

Yo Quisiera ser Embajador


Arturo von Vacano

Leo no poco sorprendido que el gobierno de mi Presidente favorito no sabe qué hacerse para encontrar un embajador que le represente en Washington, la capital del mundo y del Imperio.

Tal situación me sorprende porque la verdad es que ese cargo no debe tener gran importancia. Basta con recordar la serie de mediocridades que lo han ocupado desde hace por los menos tres décadas. Si alguien recuerda entre esos vivillos dedicados a gozar de unas largas vacaciones a costa del estado uno solo que haya dejado buena memoria, me como este sombrero Panamá con que estoy desafiando el verano de Washington y me bebo otro daiquiri.

Es tan poco importante esa embajada que los tiranos, dictadores, vendepatrias y otras "gentes decentes" de reciente historia no exigían de sus enviados un conocimiento funcional de la lengua de Shakespeare, tal vez porque una cosa es un inglés y otra un gringo o yanqui, ese enemigo de la humanidad. Por tal razón, los gringos creen ahora que todos los bolivianos somos mudos.

Lo cual me trae a la memoria (porque, a diferencia de muchos, yo leo) la anécdota aquella de Peñaranda cuando visitó a Roosevelt. "Como Roosevelt no hablaba español y Peñaranda no hablaba nada, no pudieron entenderse", cuenta el pícaro del Chueco Céspedes en alguno de sus libros.

Eso no me sucedería a mí, porque yo vivo en Washington desde los 1980 y hablo inglés del bueno, aunque sin haber perdido mi acento del Orkojahuira.

La que lo habla como nativa es mi esposa, una cochabambina más Trabajadora que una hormiga y más sacrificada que madre minera.

Tampoco exigían esos canallas de sus embajadores un conocimiento, así fuera superficial, de las leyes y tradiciones del pueblo norteamericano, que es hijo de todos los pueblos del mundo y alcanza la bonita cifra de 290 millones y pico como habitantes de esta parte del mundo.

Esto es, nuestros embajadores han sido mudos e ignorantes durante 30 años y más, por lo que los gringos creen ahora que todos los bolivianos somos así.

Lo que si exigían nuestros dictadores era que sus embajadores fueran campeones en el arte de la matufia, y es por ello que tanto "empresario" ha estado viniendo de embajador. Bastaba sólo con que se acordaran del diezmo para su jefe en cada venta de su patria para que engordaran su fortuna de manera harto notable. Yo estoy jodido en ese campo. Ni siquiera he sido empleado público durante mis 62 años, la mitad de los cuales los viví fuera de Bolivia.

Leo también que el actual candidato al cargo es un periodista de trayectoria izquierdista del que no se si habla inglés ni tengo por qué creer que es un sinvergüenza. ¿Por qué cree el Presidente Evo que un periodista sería un buen embajador? Es un misterio para mí, pero es un misterio que me ayuda: yo he sido un periodista distinguido entre los 15 mejores del mundo en 1967, y lo fui representando al Perú, no a Bolivia, lo que demuestra que no tuve compadres ni protectores cuando gané esa distinción de la World Press Society. Aunque, claro, en Bolivia, ¿a quién coño le importa un periodista que gana distinciones sin necesitar compadres? La tradición indica la contrario, ¿no?

Tengo otras recomendaciones: he escrito contra los dictadores desde 968, cuando retorné a Bolivia, hasta 1980, cuando me vine con una "beca" de García Meza. Banzer me exilió dos veces y me enjauló una. El Coronel Loayza me prometió que haría decapitar a mis hijos, niños de primaria por ese entonces, si escribía yo una sola línea más. Pero eso es historia ya, ¿no? ¿A quién coño le importa eso hoy en día?

Tengo, aún, otra recomendación: conozco a las personas y las personalidades que es necesario conocer para intentar siquiera, no digo lograrla, una solución honorable para el caso Sánchez de Lozada. Con una colonia de ex-dictadores, torturadores, traficantes y sabe Dios qué otros "profesionales" en Miami, ¿no sería este un momento histórico en la vida de nuestro torturado país?

Tengo, en cambio, un defecto, del que me honro: mi apellido no es común en Bolivia. No soy ni Pérez, ni Mamani ni López del Sillar. Mi apellido me honra porque lo honraron mi padre y mi abuelo, un alemán macanudo que fue cónsul de Bolivia en Mollendo. Yo también lo he honrado su poco: he escrito una docena de libros y publicado media docena para ofrecerlos al mundo sin ayuda de nadie ni padrino alguno. Este defecto y el no haber sido empleado público son fatales, lo sé, pero no me arrepiento: nadie escribió nunca un comentario negativo sobre mis libros, y hay uno que se lee continuamente desde 1970.

¿Qué otra virtud será necesaria para ser embajador del Presidente Evo en Washington? Hablar un idioma autóctono. Creo que si Roosevelt no hablaba español, está difícil que Jorgito Bush, al que tantas flores he dedicado en mis artículos, hable quechua, de modo que no veo un gran defecto en esta mi carencia.

O sea que si, que en cualquier país que no fuera Bolivia, yo sería un buen candidato para embajador a pesar de mi apellido, tan raro para los racistas de siempre. Como soy boliviano, pero, la cosa está difícil: la izquierda cree que soy de derecha porque vivo en Washington y me llamo como me llamo y la derecha dice que soy de izquierda porque ha leído mis notas desde 1968.

O sea que mejor nos olvidamos de estas mis ambiciones tan caprichosas y me vuelvo a mi jardín, a mis libros, a mi daiquiri y a la descansada vida que me ha tocado en estos últimos tiempos.

Aunque escucho el tronar de la Revolución allá lejos. Pero no: todo queda en manos de Coco Manto, lo cual garantiza que todo acabará en una risa.

Auf

Wierdersehen.

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