jueves, febrero 23, 2006

Amazonía: una señal de esperanza


Rio Madre de Dios _ Riberalta


Pablo Cingolani

Como todos los años, la mayor parte del territorio amazónico boliviano se encuentra inundado.
Llueve en la Amazonía y llueve en las cabeceras andinas de los ríos. Estos bajan arrasando, arrastrando toneladas de sedimentos, árboles enteros, buses, personas y llevándose todo: casas, caminos, puentes, hacienda, bienes.
La ciudad más poblada de la Amazonía, Riberalta, donde viven más de sesenta mil bolivianos, se aísla. Es una isla en medio del bosque. Lo mismo ocurre con la fronteriza Guayaramerín. Si para de llover, tal vez puedan entrar avionetas con suministros. Si la pista de aterrizaje está utilizable. Si es que hay suministros que alguien envíe.
Se aíslan también otras ciudades, poblados, caseríos, decenas de comunidades indígenas, miles de personas que viven a la vera de los ríos o cerca de los escasos caminos de la zona.
La población amazónica gime y sufre por la falta de alimentos, de gasolina, de servicios. Muchos no tienen nada que comer. Padecen hambre. Deben esperar a que bajen las aguas.
También se muere: mueren seres humanos arrastrados por las aguas, mueren el ganado y los animales de corral. Se pierden las chacras. Se contamina el agua para beber. Se propagan enfermedades infecciosas. Se interrumpen las clases escolares.
La Amazonía se inunda y colapsa cada año: la naturaleza no perdona nunca y así fue y así es la vida de los amazónicos durante la temporada de lluvias.
Pero con todo el dolor y el rigor para las condiciones de existencia que la naturaleza impone a los habitantes de la región amazónica boliviana, el drama principal que sufren los amazónicos históricamente no son las lluvias, no es el agua hasta el cuello incluso en las urbes –que, a decir verdad, no son si no extensos campamentos de gente carente de toda comodidad para vivir bien y con dignidad-, no es la naturaleza: la tragedia amazónica es el olvido y es el abandono al cual están condenados.
El siglo XX fue para el Oriente
La Amazonía no existe: figura sólo en los mapas y ni eso: es el área donde siguen habiendo increíbles vacíos de información.
La Amazonía no existe porque la Amazonía queda lejos: en la actualidad, llegar hasta Cobija desde la sede de gobierno, es una peripecia de tres o cuatro días, si el chofer es un as del volante y el azar lo bendice.
La Amazonía no existe porque la Amazonía queda lejos porque nadie se preocupó de manera estratégica de acercarla, de integrarla, de sumarla al resto de Bolivia.
La Amazonía es una isla, una colonia alejada del centralismo nacional y de la falta de una visión del territorio que nos desencueve de los Andes y del eje que empieza en La Paz y termina en Santa Cruz.
Hace cincuenta años, el Estado nacional se propuso incorporar el Oriente al resto de la República. Este proceso, que inició la Revolución Nacional, se cumplió y con creces: no pueden quedar dudas que hoy no sólo que Santa Cruz está integrada al resto del país sino que es el motor fundamental de la economía boliviana.
Ahora, en el siglo XXI, le toca al Norte, a la Amazonía. Es la última frontera.
Integrar la Amazonía
Un gobierno de cambio con tanta legitimidad social como el que encabeza Evo Morales Aima debería plantearse de manera objetiva la tarea de integrar el conjunto del territorio nacional de manera definitiva. Es cierto: es una tarea colosal y heroica pero no menos necesaria y urgente.
Si Evo inicia el proceso de integración amazónica, su gobierno marcará la historia del país y escribirá la página final de un derrotero donde se mezclan las huellas del saqueo y el desmembramiento territorial que sufrió la república pero también los esfuerzos por afirmar y defender su soberanía, reafirmando la identidad andino-amazónica de Bolivia.
Seguirá el ejemplo de Tarano, el cacique de los Toromonas, y de Arapo, el cacique de los Uchupiamonas, que se opusieron con tenacidad a los conquistadores españoles y vencieron, evitando la imposición colonialista. Continuará la conducta de Santos Pariamo, el mártir Leco, capitán de la Guerra por la primera Independencia, que prefirió morir a rendirse, y de Bruno Racua, el guerrero Tacana, que aseguró con su actuación la soberanía boliviana hasta el río Acre. Valorará la actitud del coronel José Manuel Pando, incasable explorador, y del Capitán Lino Echeverría, que murió defendiendo la soberanía nacional en el río Manuripe.
Si Evo inicia el proceso de integración amazónica, cambiará la historia.
300 pueblos originarios habitaban la Amazonía: hoy sobreviven treinta, tras siglos de genocidio y etnocidio, tras siglos de una historia de masacres y desarraigo.
Siquiera por justicia histórica, para reconocerles los derechos que se merecen –sin ir más lejos: por haber conservado el territorio con una de las mayores biodiversidades del mundo entero-, el Estado boliviano debería integrar la Amazonía, rebelándose contra el atraso, el olvido y la injusticia, que son los elementos fundamentales de la verdadera tragedia amazónica.
Una señal de esperanza
Ayer, en su discurso-informe sobre su primer mes de gestión a cargo de la Presidencia de la República de Bolivia, Evo Morales Ayma, hizo referencia a un hecho histórico. Luego de haber visitado junto al Presidente de la Corporación Andina de Fomento (CAF), el también boliviano Enrique García, la estratégica ciudad de Riberalta, lo comprometió a financiar el pavimentado del camino que une a la citada población con Guayaramerín, ciudad situada en la neurálgica frontera con el Brasil.
Ambas se constituyen en uno de los corazones –el otro es la ciudad de Cobija- de la integración del Norte amazónico del país con sus vecinos: el coloso brasileño y la República del Perú.
En la perspectiva del desarrollo regional y de la subregión amazónica del centro-oeste sudaméricano, la concreción del asfaltado de esta carretera de 89 kilómetros de longitud se constituye en un hito fundamental.
Pero es más importante aún en la dimensión antes aludida: que un Presidente de la República en su primer mes de gobierno, haya decidido brindar su apoyo decidido a la causa de la integración amazónica no sólo es un mérito que honra a don Evo Morales sino una verdadera señal de esperanza.
Como el propio Presidente ha dicho en su mensaje, “ojalá” que este compromiso se vuelva realidad y los pobladores de la Amazonía beniana pueden dejar atrás el aislamiento físico, sentando bases más sólidas para su desarrollo sostenible y poder así vivir mejor.
Ojalá también que esto sea sólo el inicio de un proceso de verdadera integración del Norte al resto de la República, un proceso que esperemos sea conducido por el Estado en base a la planificación estratégica y la participación decidida de sus principales beneficiarios: los habitantes originarios de la Amazonía.
Estamos hablando, insistimos, de uno de los reservorios de biodiversidad más relevantes del mundo entero por lo cual, así se trate de la construcción de un camino o de cualquiera de las acciones que se desea se emprendan, se deberán tomar en cuenta prioritariamente sus implicancias ambientales, ya que la integración amazónica debería estar signada por políticas efectivas de preservación de la naturaleza que, por otra parte, se constituye en la base de su despegue económico, a través de un aprovechamiento racional y sostenible del bosque húmedo tropical, ecosistema que caracteriza a la Amazonía.
De eso saben más que nadie los pueblos originarios y es con ellos, Sr. Presidente, con quienes más se podrá avanzar en una política de integración real, de reparación histórica y de justicia social.
Ayer, Evo Morales anunció al pueblo amazónico y a todos los bolivianos una gran obra y una señal de esperanza. Para que ésta no se frustre, pongámonos a trabajar juntos desde ahora por una Amazonía sostenible, por una Amazonía unida, por una Amazonía de pie.

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