Al 35 por ciento de los votos del núcleo duro, se sumarán más del 15% de votos que fluirán de aquellas conciencias indignadas, llenas...
Al 35 por ciento de los votos del núcleo duro, se sumarán más del 15% de votos que fluirán de aquellas conciencias indignadas, llenas de angustia al ver un país devastado que ve cómo un grupo de canallas le roban incluso “los respiradores” al país que se retuerce de dolor en medio de la pandemia. Pero la victoria del pueblo es irreversible.
Quienes todavía piensan que son una fuerza política callejera y mayoritaria con capacidad de derrotar gobiernos como la que se movilizó en noviembre del 2019, tienen a la realidad como su espejo. No se requiere consultar a sesudos analistas qué sucedió en menos de 10 meses para que la vorágine antimasista se trastocara en una aplastante derrota ultraconservadora.
Ha quedado claro que la transformación radical del panorama político muestra el fin del ciclo de la impostura democrática formal que hoy hunde sus raíces en la democracia de las mayorías. Los golpistas callejeros de ayer apenas alcanzan a ser un triste episodio de humo y paja.
Jeanine Añez y su pandilla los devolvió a la realidad tan pronto como se abrieron las válvulas del robo, la violencia y la impunidad.
La farándula “pitita” clausuró su éxtasis en los bolsillos y en la adicción por el dinero fácil, en las cuentas bancarias del extranjero de Añez y en lóbrega sonrisa del Tío Sam buscando un nuevo alfil en el tablero de su frustración imperial. El pueblo volverá a gobernar el país por encima del cadáver racista que resucitó en la sangre de la enajenada y derrotada clase media, usada como siempre para saciar el apetito de clase contra la plebe.
Las encuestas truchas que los medios de comunicación difunden a los 4 vientos – Página 7, El Deber, UNITEL, Red UNO y otros – mediante analistas chapuceros, en su pretensión de manipular a la opinión pública, quieren hacernos creer en una victoria pírrica del MAS en la primera vuelta cuya segura derrota se produciría en la segunda vuelta garantizada por la unidad del bloque derechista en torno a Carlos Mesa.
El objetivo es sembrar dudas acerca de la fortaleza electoral del MAS y de su seguro retorno al gobierno. Se quiere desconocer y socavar el clima de inocultable confianza de una nueva victoria popular que va más allá del voto militante del MOVIMIENTO AL SOCIALISMO (MAS) que apuesta por su identidad indígena-campesina, popular y obrera urbana que intentó ser aplastada por el golpismo cleptómano.
Sin duda, la mayoría de quienes abonen la victoria del 18 de octubre proceden de las filas del MAS, pero detrás de esta bandera partidaria existe un ejército silencioso que es el que le pondrá punto final al régimen criminal que dirige Jeanine Añez con la complicidad de Mesa, Camacho y Quiroga, responsables de la actual catástrofe nacional.
Lo que ignora la chapucería barata de analistas es que a este ejército electoral que no tiene partido, le sobra conciencia política, decoro y acumulación de indignación por los aberrantes abusos de poder del régimen que no ha hecho otra cosa que cultivar odio entre bolivianos, además de permitir la muerte de miles de personas y el contagio de otras decenas de miles que sufren dolorosamente las consecuencias de su desalmado oficio de robarle hasta “respiradores” al país en medio de la pandemia.
Se sabe de sobra que la “transición” fue un simple antifaz político que desnudó la voracidad mafiosa y la crueldad de una clase parásita y de los partidos políticos que la sustentan colocados al servicio de intereses extranjeros.
Las muertes de Senkata, Huayllani y Sacaba, la persecución sañuda contra gente inocente, el encarcelamiento para silenciar voces opositoras debe ser cobrado por la justicia y no por la venganza y quienes vaciaron las arcas del Estado, además de devolver lo robado, tendrán que ser desenmascarados públicamente para impedir que la impunidad vuelva a echar sombra o tomar vuelos al Norte.
Quienes cumplen por encargo extranjero el papel de verdugos del pueblo tienen los días contados porque no se puede matar con tanta impunidad y sobrevivir políticamente bajo el alero siniestro de una prensa cómplice y canalla que cada día se parece más a una plaga paralela al coronavirus.
Está cada vez más claro que al 35 % de los votos del núcleo duro del MAS se agregarán más del 15% de votos que fluirán de aquellas conciencias indignadas, preñadas de angustia de ver un país devastado por la mano apátrida y enferma de odio y venganza.
Serán las laderas paceñas las que hablen el lenguaje de la igualdad, los populosos barrios de Santa Cruz como la Villa 1 de mayo o el Plan 3000, las zonas Sur y Norte de Cochabamba, ciudades intermedias y otros territorios urbanos de otras ciudades humilladas por la violencia policial y militar y abandonadas a su suerte en la pandemia las que tomarán la decisión de terminar con la pesadilla del abuso de poder, la censura y la violación de los DDHH. El Alto será sin duda la partera de una victoria limpia, sin sombra de duda, y sin segunda vuelta.
El voto discurrirá como una dulce venganza popular, irrefutable e irreversible, alimentada por el tiste recuerdo de los días y noches de espanto y miseria que les tocó vivir a nuestros abuelos y abuelas, impávidos ante el sufrimiento de sus hijos o ante la carencia de leche de sus nietos. Serán los trabajadores que hasta ayer estaban despojados de conciencia de clase y que hoy, pandemia y régimen, sustituyen esa vacancia ideológica.
Quienes creyeron que Evo era un demonio salido de las cavernas como la encarnación del mal, habrán conjurado sus miedos en sus billeteras y bolsillos vacíos, en los hospitales y cementerios y en las horas de desprecio antipopular.
En esa franja silenciosa del 15% se encuentran miles de jóvenes que fueron expulsados de sus fuentes laborales convertidos en el nuevo ejército de desocupados y hambrientos. Sin pan que llevar a casa pasean solitarios en las calles tristes sin más norte que la desolación. Otros miles de jóvenes que de la noche a la mañana abandonan las universidades públicas y privadas por falta de dinero y oportunidades, también por falta de presupuesto universitario, cruzan miradas en el silencio de la nada y el desconcierto. Miles y miles de jóvenes, hombres y mujeres, privados del derecho a tener educación superior y soñar con un trabajo seguro se mueven como fantasmas sin destino. Una generación devastada en medio de la vorágine de la mentira mediática.
Esos jóvenes que idealizaban ser ingenieros, médicos o científicos y que hoy ven el riesgo de repetir la amarga historia de exclusión histórica de sus padres tienen el desafío de reconstruir su sueño este 18 de octubre.
Las mujeres jóvenes que ven cómo se les escapa de las manos el derecho a tener una profesión para ser ellas mismas y librarse de la dictadura patriarcal y violenta tienen la oportunidad de preservar su derecho a seguir emancipándose mediante las urnas.
Aquellos que se creían los nuevos adalides de la clase media, hoy convertida en simple quimera, por la imparable crisis económica, y cuyas aspiraciones de vivienda, auto, seguro de vida y servicios están sepultadas y en vías de extinción, tienen el elemental deber de valorar el camino razonable para reencontrarse con sus expectativas extraviadas por su extravío cultural.
El país sufre a sangre y fuego la infamia de un régimen que ha sembrado muerte y orfandad en los hogares bolivianos. Se sabe que no hay nada más inconmovible ni nada más fuerte en las horas sombrías que la búsqueda incesante de un rayo de luz en medio de la tempestad.
Luis Arce (MAS) es la ventana de esperanza para un pueblo que en el dolor y en las sombras empieza a conocerse más y pensarse mejor para evitar la larga noche de humillación y barbarie. Si el 2005 se reconstruyó una economía despedazada y a una sociedad al borde de la guerra civil, vía nacionalización y poder constituyente, y con ella se devolvió al país la dignidad, el orgullo nacional y los bienes material hipotecados al extranjero, no hay duda que en esta segunda oportunidad, el pueblo irá más lejos que nunca.
Paz y justicia, estabilidad y crecimiento, reconciliación y trabajo es la tarea que encarna Luis Arce.
Carlos Mesa (CC) es el profeta del infortunio. Un político pedante y fracasado que no aprende que la demagogia tiene pies de barro y que la cobardía cobra. Representa a una clase ociosa, melancólica del neoliberalismo fácil y racista desde las entrañas que cree que gobernar es su destino manifiesto, además de creerse que el moderno derecho de pernada equivale a disponer de empleadas domésticas que les laven los pies. Representa a los que portan cara blanca, terno y corbata cuyo paso por universidades privadas les confiere todo tipo de derechos, incluso el de matar. El colonialismo del saber que alimenta el colonialismo del poder.
Mesa es el retorno al siglo de las sombras, aunque cree que de él depende el siglo de las luces. Un perfecto narciso en las horas más grises de su torpeza y su estéril tenacidad.
Añez, es la encarnación de la crueldad sin límites, doblegada ante la codicia y la lujuria banal, no ofrece más que la pujante industria del robo masivo, del edulcorado mensaje evangélico del Dios que castiga indios y de la intolerancia genocida. Robo, masacre y mentiras es el programa que Añez le ofrece a un pueblo malherido, masacrado y huérfano de Dios que carga el infortunio.
De Camacho no se puede esperar nada más que el absurdo de creer que la plata compra un golpe y que militares y policías son más baratos que ropa norteamericana de segunda mano. Confunde como todo idiota feliz, estado con patrimonio familiar y que una sonrisa forzada trae votos en carretilla. Es el epítome de la clase bullanguera, esa que disfrazada de instituciones cruceñas le succiona la sangre a los pobres bajo la túnica de logias insanas.
Empero, los votos no salvan una patria si no se tiene el cuidado de conocer al verdadero enemigo del pueblo. El monstruo de mil cabezas aún no termina de hacer su trabajo en un país aferrado a su sobrevivencia. El Goliat está a punto de matar a David. El Moloch tiene en sus manos el puñal de la barbarie. En esta encrucijada de la vida contra la muerte se mueve el pueblo boliviano. Todos sabemos que triunfará la vida sobre la oscuridad y será nuevamente el pueblo, el que levantando las banderas de su memoria se alzará con la victoria fecunda el 18 de octubre. Nada detendrá la portentosa rueda de la historia.
La victoria es inconfundible como irreversible la toma del poder popular.