Venezuela: lo que no se entiende
https://www.eldiario.es/ Juan Agulló - sociólogo y periodista. Profesor titular del Instituto Latinoamericano de Economía, Sociedade e Política (ILAESP, UNILA, Brasil) 3 de marzo 2019
Cuando se piensa en
Venezuela casi nadie se plantea que, por autoritario que pueda parecer
el régimen de Nicolás Maduro, ineficiente su acción de gobierno e
incluso, legítimo el hilo que conduce hasta Juan Guaidó, el elemento
(geo)político que subyace, es inquietante. Hace mes y medio que una
cuarentena de países ha reconocido a un "Gobierno" que, en un contexto
de polarización y crispación, no tiene un control real del territorio y
mucho menos, del Estado. La decisión originaria proviene, además, de
Washington y todo esto ocurre en un entorno volátil, como el
latinoamericano, en el que los conflictos post-electorales son moneda
corriente.
¿Qué sucederá cuando, a partir de ahora,
vuelvan a producirse situaciones similares en la región? Difícil de
predecir aunque, como otras muchas posibles consecuencias del inopinado
desconocimiento internacional de Maduro, casi nadie se lo ha preguntado.
Normal: el relato prefabricado en el que son encasilladas las noticias
sobre Venezuela descansa sobre tres ejes argumentales
("Maduro-dictadura-hambre") que traban casi cualquier cuestionamiento
extra, por razonable que sea. Los enfoques son machacones y los
comentarios, ideologizados. Ante eso, lo que este artículo se plantea es
intentar iluminar las abundantes zonas de sombra.
Primera parada, nuestro entorno. Tocar la fibra sensible
del europeo medio exaltando las disfuncionalidades del sistema político
venezolano es relativamente sencillo. La cultura política de ambos
continentes es tan diferente que hay circunstancias (como la corrupción,
la hiperinflación o el desabasto) que aunque forman parte de la
cotidianidad latinoamericana, en Europa, espantan. La pregunta entonces
es ¿por qué la prensa nunca exaltó el grave conflicto poselectoral de
Honduras, en 2017; los más de 380 mil muertos acumulados en México desde
2008 o el incremento en 2018, del 166%, de los homicidios en las
favelas de Río de Janeiro?
La respuesta, posiblemente,
sea múltiple: en la información internacional la agenda la suelen
marcar las agencias de noticias; cada vez hay menos corresponsalías
permanentes; América Latina es una región periférica… La cuestión
subyacente es entonces de cajón ¿por qué a Venezuela, que tiene una
población parecida a la de Perú, se le está prestando una atención
informativa similar a la de México o Brasil? Eso, en Europa, equivaldría
a poner en un mismo plano a Portugal y Alemania… Para responder, quizás
sería bueno hacerse, como Mario Vargas Llosa en ‘Conversación en la
catedral’, una pregunta matriz: "¿Cuándo se jodió Venezuela?".
El
relato mediático hegemónico tendría muy clara la respuesta: con el
chavismo. Los datos duros, sin embargo, sugieren otra cosa: en 2008, los
sociólogos venezolanos Margarita López Maya y Luis Lander sostenían
que, entre 1989 y 2005, se habían producido 15,611 protestas callejeras
en Venezuela (2,67 por día). El malestar, por tanto, viene de lejos
¿Pero por qué entonces casi nadie establece una línea de continuidad
entre el descontento de la Venezuela pre y post-chavista? Los motivos se
pueden intuir aunque, lo más práctico, es preguntarse por los efectos:
sobrecargar el periodo actual tiende a hurtarle perspectiva al problema
de fondo.
Prueba de ello es que, el tratamiento
informativo que acostumbra a dársele a Hugo Chávez, escamotea que su
primera elección como Presidente, en 1998, constituyó en realidad el
último acto político de una larga crisis de legitimidad como las que
ahora abundan, incluso en países de nuestro entorno. Chávez, hace veinte
años, obtuvo un nada desdeñable 56% de los votos y su nueva
Constitución, un 71%. Quizás por eso, visto desde la perspectiva actual,
sea lícito preguntarse qué desencadenó un descontento tan grande para
que los venezolanos escogieran a Chávez, de una forma tan abrumadora,
por encima de sus partidos tradicionales.
La respuesta
es sencilla: el Caracazo, una revuelta popular que tuvo lugar en la
capital del país en 1989. Su saldo fue de 276 muertos oficiales y más de
3 mil oficiosos (recuérdese, como referencia, que ETA asesinó en España
a 829 personas en 51 años). Durante los nueve días que duró el motín,
según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, "la mayoría de las
muertes fueron ocasionadas por disparos indiscriminados realizados por
agentes del Estado venezolano mientras que otras fueron el resultado de
ejecuciones extrajudiciales" (CIDH, 1999). Si hoy, los venezolanos
siguen recordando aquello con terror, imagínese en 1998.
Dicho
esto ¿cómo se llegó a un punto de ebullición tan extremo? De hecho
¿cuál fue el detonante real de un suceso que dinamitó la legitimidad del
sistema político y envenenó el devenir del país por décadas? El relato
oficial, el de la Wikipedia, alude al incremento del precio de la
gasolina pero el verdadero problema de fondo fue más estructural: entre
1982 y 2003, los precios internacionales del petróleo, se desplomaron.
En la ‘Venezuela Saudita’ eso supuso que se pasara, en poco tiempo, de
incrementos del 25% en el salario real y del 40% en el gasto social, a
planes de ‘ajuste’ que, desde 1983, contrajeron exponencialmente el
PIB.
En el plano social, esos recortes provocaron que
el país pasara, rápidamente, de elevados niveles de bienestar y una
estabilidad política considerable, una rareza en América Latina, al
caos. Protestas callejeras, revueltas, intentos de Golpe, inflación
galopante, inseguridad y sobresaltos se convirtieron, después de 1989,
en el pan nuestro de cada día: en realidad, un escenario muy similar al
de los últimos años. ¿Qué hay entonces de excepcional en el periodo de
Maduro? Pues, salvo que ahora se televisa, no gran cosa: los precios del
petróleo volvieron a caer abruptamente en 2015 y la economía venezolana
sigue siendo crudo-dependiente.
Sea como fuere, lo
más inquietante, lo que explica el carácter endémico de la
conflictividad (y casi nunca se le cuenta a la opinión pública
internacional) es que la clase política venezolana nunca ha sido capaz,
ni antes ni después de Chávez, de tejer un consenso orientado al reparto
de la renta petrolera pero, sobre todo, al establecimiento de un modelo
de desarrollo sostenible. Eso ni siquiera fue posible cuando, en 2011 y
2012, los precios internacionales del petróleo superaron los 100
dólares: el rentismo es insaciable. Pero ¿qué causó y qué causa ese
fracaso político nacional? La mala administración, la cultura del
despilfarro y la corrupción generalizada tienen parte de culpa pero la
oposición que ahora abandera Guaidó, también.
De
hecho, mientras su grupo político perdía 24 de 26 elecciones, intentó
golpes de Estado (2002), referéndums revocatorios (2004) y boicots
electorales (2006 y 2017) pero, sobre todo, le apostó todo a una
política combinada de lobby exterior y protesta callejera interior. Un
comportamiento como ese, en España, sería carne de Tribunal Supremo ¿De
dónde sale entonces el reconocimiento de Guaidó como Presidente
‘encargado’? Sería bueno saberlo: lejos de contribuir a desactivar el
problema, le echa leña al fuego y eso, considerando la situación actual,
es muy preocupante: en Venezuela hay cultura de la violencia,
resentimiento acumulado y muchas armas sueltas ¿Hasta dónde quieren
llegar algunos? No se entiende.