La escena tenía todos los elementos de una sesión sádica. Campesinos de rodillas, con el torso desnudo frente a un verdugo encapuchado que les obliga a gritar frases y a presenciar la quema de símbolos de los vencidos. El fuego que consume banderas y otras prendas representativas que es metáfora del propio destino de los secuestrados, si en determinado momento el clímax antirracista llegara a las mentes febriles de quienes odian en extremo.
Los campesinos como animales, sin racionalidad, obligados a repetir frases que no comprenden, como primates amaestrados, y a seguir el juego macabro sino quieren ser despedazados por la masa que piensa como gorila. Humillados porque fueron bestializados, subhumanizados por vengadores cegados por el odio racista, maltratados por una maldad semejante a la de nazis o de los puristas del Ku Klux Klan.
El bestializado no es igual por ello que no existe remordimiento ni mala conciencia sino risas y diversión cuando el gusano hombre sufre. El sádico se sonríe y es atrapado por la gloria instantánea del depredador que mata por placer. Judíos famélicos gasificados o negros quemados en una cruz de fuego son las consecuencias últimas de los hechos de quienes comienzan con gente descamisada y de rodillas.
¡Y paradoja terrible! Los mismos descendientes de indios vejando a quienes formalmente lo son. Macabra consecuencia de una sociedad plagada de antivalores que ha perdido toda identidad y sentido de futuro colectivo, de una juventud con el alma tomada por los modelos dominantes tan lejanos a nuestro páramo intercultural denominado Sucre. Jóvenes hijos de indios con la mente en blanco, es decir, pensando como blancos y odiando a todo lo que es diferente a la estética dominante occidental. Para ellos, Evo es mal gobernante porque es un indio feo, no por desaciertos o por errores.
Más allá del contexto político del hecho, lo cierto es que las imágenes conmueven a quienes pensaban que la barbarie de la violación de los derechos humanos quedó en el Siglo XX. Para tristeza de Sucre, conocida en el país por su gente ilustrada y sus ideas progresistas, este nuevo hecho de violencia sepulta la buena imagen de una ciudad que hasta hace poco era considerada como una apacible y tranquila urbe pequeña de Bolivia.