domingo, septiembre 05, 2021

El libro mexicano revela el intento de asesinato contra Evo Morales - Periódico Ahora El Pueblo


 

Andrés Manuel López Obrador /

En materia de política exterior, otra historia interesante de contar es la relacionada con el rescate y protección del expresidente de Bolivia Evo Morales. En este asunto, desde luego, nos inspiró siempre el ejemplo de solidaridad con los pueblos y las enseñanzas del presidente general Lázaro Cárdenas del Río y otros gobernantes revolucionarios para proteger la vida de perseguidos del mundo mediante el otorgamiento de asilo.

No conocía a Evo. Lo vi por primera vez cuando asistió a mi toma de posesión el primero de diciembre de 2018; pero, sin haberlo tratado, me parecía un hombre congruente, echado para adelante y, sobre todo, valoraba el que hubiera surgido de abajo en un país donde los indígenas son mayoría y sin embargo eran tratados como ciudadanos de segunda. Hasta que llegó Evo, ningún indígena había estado nunca en la Presidencia y, por el contrario, padecían y padecen de racismo y discriminación

Eso fue lo que afloró en el golpe de Estado organizado por los conservadores de ese país, con el apoyo de organizaciones y gobiernos extranjeros. Claro está que tanto Evo como los dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS) cometieron errores, pues no debieron insistir tantas veces en la reelección; un dirigente no debe, en ninguna circunstancia, profesar demasiado apego al poder. Pero desde luego, eso no borra lo mucho que hizo el Gobierno de Evo por su pueblo, ni justifica el golpe de Estado llevado a cabo no por demócratas sino por ambiciosos y corruptos, defensores de intereses de grupo o de corporaciones del extranjero.

Es importante aclarar en este punto que la política exterior no está motivada por la ideología, sino por los principios de justicia, igualdad, democracia, soberanía y fraternidad. Además, cuando fuimos oposición en México, la actitud de Evo, como la de casi todos los gobernantes de izquierda en América Latina, no fue precisamente cercana. Existía todavía entonces en nuestra América cierta devoción por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en algún tiempo tuvo aspectos progresistas y que mantuvo una política exterior de lo más avanzada en el concierto de las naciones.

Éramos una especie de candil de la calle y oscuridad de la casa. A eso atribuyo el distanciamiento hacia nosotros, el hecho de que visitaran México y ni siquiera nos dedicaran una llamada telefónica, y cosas más desagradables y de fondo. En el trato de entonces hacia nosotros solo se distinguió por su apoyo solidario el comandante Fidel Castro Ruz. Nunca nos conocimos, pero siempre lo consideré un hombre grande por sus ideales independentistas. Podemos estar a favor o en contra de su persona y de su liderazgo, pero conociendo la larga historia de invasiones y de dominio colonial que padeció Cuba en el marco de la política estadounidense del destino, manifiesto y de la consigna “América para los americanos”, podemos valorar la hazaña que representa la persistencia, a menos de 100 km de la superpotencia, de una isla independiente habitada por un pueblo sencillo y humilde, pero alegre, creativo y sobre todo digno.


A diferencia de otros dirigentes, Fidel fue el único que supo lo que nosotros representábamos. En 2000, cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México, manifesté en una conferencia de prensa matutina mi inconformidad porque en Cuba se había ido a refugiar Carlos Ahumada, quién se había filmado entregando dinero a dirigentes de nuestro movimiento, ya había invitado a Las Vegas a Gustavo Ponce, secretario de finanzas, para grabarlo apostando. Por este reprobable acto de corrupción lo mantuvieron 10 años en la cárcel no solo como sanción al delito que cometió, sino también como venganza por haber sido el acusador, en su carácter de subsecretario de la Contraloría Federal durante el gobierno del presidente Zedillo, de Raúl Salinas, hermano del expresidente Carlos Salinas de Gortari. El caso es que las imágenes de Ponce jugando en Las Vegas, transmitidas en Televisa, provocaron un tremendo escándalo en mi contra, pues ese era el propósito, como lo confesó el mismo Carlos Ahumada, quién sostuvo que el video lo entrego a Carlos Salinas y a Diego Fernández de Cevallos, mis eternos adversarios, cambio de dinero y protección en Cuba. Debo decir que la relación del gobierno de la Isla con Salinas era entonces bastante buena. Inclusive Luego de terminar su mandato, cuando fue traicionado por el presidente Ernesto Zedillo, a quién le había impulsado. Salinas se fue a vivir a Cuba y a Irlanda. Al principio, cuando Ahumada fue denunciado penalmente y se dictó orden de aprehensión, no se conocía su paradero; pero poco a poco se fue sabiendo que estaba en Cuba. De ahí que me reclamó abierto y fuerte: denuncie que consideraba una inmoralidad del gobierno de Cuba el proteger a Ahumada solo por los intereses de Salinas en ese país. La respuesta no se hizo esperar: las autoridades de Cuba enviaron a Ahumada a México con un expediente anexo que incluía videos con las confesiones en las cuales Ahumada hablaba de la complicidad con Salinas y Diego para afectarme políticamente. La ruptura definitiva de Fidel con Salinas se produce cuando publiqué el libro La Mafia (…) Expliqué el funcionamiento político del grupo Compacto creado por Salinas desde que entregó a sus allegados bancos, fresas, goma minas y otros bienes que eran del pueblo y de la nación. En dos de sus reflexiones o escritos que publicaba periódicamente, ya retirado, titulados El gigante de las siete lenguas, parte 1 y parte 2, Fidel abordó el tema y se deslindó por completo de Salinas exponiendo lo siguiente: Cuándo fue presidente de México, había sido Cuauhtémoc Cárdenas, con quién por razones obvias manteníamos excelentes relaciones. Todos los grandes y pequeños Estados lo habían reconocido. Cuba fue el último. No me constaba si había habido o no fraude. Era el candidato del PRI, partido por el que siempre botaron durante décadas los electores mexicanos. Solo el corazón me hacía creer que le robaron a Cuauhtémoc la elección.

Además, miró lejos y tuvo la visión de escribir como profeta lo siguiente: López Obrador será la persona de más autoridad moral y política de México cuando el sistema se derrumbe y, con él, el Imperio. Hoy me honro en compartir los puntos de vista de Manuel López Obrador, y no albergo la menor duda que mucho más pronto que lo que el imagina todo cambiaría en México.

Por eso, cuando estaba de gira por Colima y me enteré de la muerte del comandante Castro, declaré algo que sentía y sostengo: Qué había muerto un gigante como Mandela. Recuerdo que los conservadores puros se pusieron furiosos y los conservadores moderados, siempre más despiertos, pero más simuladores, me cuestionaron el haberme atrevido a comparar al Gran Mandela con Fidel.


Esta postura, según mi ver y entender, obedece más que a Mandela a su enorme legado, congruencia y a haber recorrido el largo camino hacia la libertad. Mantuvo una mayor aceptación de los gobiernos occidentales y Fidel nunca fue aceptado por los potentados del mundo, sin embargo, el gran Mandela siempre le guardó un gran respeto a Fidel. Véase en las redes un video hasta chistoso de cuando el dirigente sudafricano visita a Cuba e invita a Fidel a Sudáfrica. Está Fidel sentado y Mandela parado, le insiste con que cuándo irá a Sudáfrica, pues todos iban y el, qué los había ayudado tanto, no los visitaba y así insistió e insistió sin sentarse, hasta que se oyó a Fidel decir: Creo que va a tener que ser hoy mismo, voy a tener que volar contigo y todo ese diálogo terminó con sonrisas por la entrañable simpatía que siempre existió entre estos dos gigantes. Por cierto, la visita solicitada a la postre se realizó; coincidió con una caída de la bolsa de Nueva York, un lunes negro, y Fidel, en su discurso en el parlamento de Sudáfrica, pregunto: No sé por qué lo llaman negro, realmente ha sido lunes blanco, con lo que provocó el aplauso de todos. En fin, luego de la posguerra, en el panteón de los grandes hombres de nación o de estado se encuentran, cuando menos, Churchill, Roosevelt, Cárdenas, Allende, Mandela, Fidel y apunten otros.

Ahora regreso a contar cómo fue que decidimos ir por Evo a Bolivia. Era un domingo, estaba de gira en Bacalar, Quintana Roo, cuando me enteré de la renuncia de Evo y de la violencia y del racismo de los golpistas. Por la tarde, casi a punto de abordar el avión en Cancún para regresar a la Ciudad de México, me comuniqué por teléfono con Marcelo Ebrard y le dije que buscara hablar con Evo y los dirigentes de Bolivia para ofrecerles asilo; al mismo tiempo, le di la instrucción de ponerse en comunicación con el general secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval González, para preparar la misión del traslado aéreo a nuestro país. Sobre esta misión y su contexto se sabe poco, la verdad es que es una gran historia de traición, pero también de heroísmo y dignidad del pueblo boliviano. Evo decía que le habíamos salvado la vida; yo pensaba que esa expresión era solo un gesto de agradecimiento por nuestra solidaridad, pero cuando el Secretario de la Defensa me entregó el informe sobre los pormenores del operativo, caí en la cuenta del gran riesgo que había corrido. Les invito a leer la relatoría sobre la misión Bolivia, hecha por la Secretaría de la Defensa y ustedes juzguen:

El domingo 10 de noviembre de 2019, aproximadamente a las seis de la tarde, el comandante de la Unidad Especial de Transporte Aéreo (ETA) de la Secretaría de la Defensa Nacional recibió una llamada telefónica del general de brigada diplomado de Estado Mayor Homero Mendoza Ruiz, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional.


El diálogo comenzó con una pregunta del general Homero:

—¿Cuánto tiempo necesitas para preparar una misión a Bolivia y requieres para ejecutarla? Considera que hay que realizarla lo más pronto posible, es un traslado de urgencia.

Al tratarse de una interlocución entre dos experimentados militares, no fue necesario que quien preguntaba aclarara los aspectos que por doctrina se incluyen metodológicamente al emitir una orden: quién, cuándo, dónde, cómo y por qué o para qué.

La respuesta del subordinado fue breve y casi inmediata.

—Solamente tres cosas, mi general: un avión capaz de realizar un vuelo directo al destino, hacer las coordinaciones necesarias y la orden para ejecutar la operación.

El equipo idóneo para realizar un vuelo de largo alcance era el Gulfstream G550, un avión de transporte corporativo capaz de volar más de doce horas a una velocidad de Mach -84 (casi 900 km/h) a altitudes superiores a los 45.000 pies, pudiendo recorrer una distancia de hasta 6.750 millas náuticas, equivalentes a 12.500 kilómetros, transportando hasta 18 pasajeros. Material de vuelo que por sus características es utilizado por diversas fuerzas aéreas del mundo como plataforma de vigilancia aérea, aeronave de investigación de gran altitud y gran alcance, plataforma de inteligencia de señales y guerra electrónica, sistema aerotransportado de detección y alerta temprana, ambulancia aérea y centro de mando y control aerotransportado, entre otras variantes, además de la función para la que fue diseñado, transporte ejecutivo. Un avión de este tipo, operado por la Fuerza Aérea Mexicana con la matrícula 3916, se encontraba disponible en las instalaciones del Escuadrón Aéreo 501 del 6° Grupo Aéreo, ubicadas en el mismo lugar que la UETA, configurado como transporte de pasajeros, sin tener instalado ningún tipo de dispositivo de detección remota, antenas de comunicaciones especiales, sensores electrónicos o térmicos, o alguna clase de armamento.

También, al tratarse de una aeronave de Estado, para la cual no aplican las Libertades del Aire establecidas en el Convenio de Chicago de 1944 y en la doctrina del Derecho Aeronáutico, era necesario realizar diversas coordinaciones previas al vuelo para contar con los permisos de sobrevuelo de los países de Centroamérica y Sudamérica por los que pasaría la ruta de vuelo más segura; sin embargo, bajo las circunstancias existentes es en ese momento, la única solución viable para realizar la operación a la mayor brevedad posible sin tener que esperar los plazos normales de trámite de ese tipo de autorizaciones, las cuales podrían demorar mucho más tiempo del normal considerando que era un domingo por la tarde, era planificar una ruta de vuelo que no requiera atravesar el espacio aéreo de ningún país, sino que se dirigiera, volando sobre aguas internacionales en mar abierto y donde no se aplica la soberanía de ningún Estado (por lo que se considera espacio aéreo internacional) hasta llegar a Perú, único país que sería necesario sobrevolar para llegar al aeropuerto de destino en Bolivia.


El reglamento para el Servicio Interior de la Unidades, Dependencias e Instalaciones de Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos establece en su artículo sexto: “Las ordenes se transmitirán por los conductos regulares, salvo que sean urgentes, en cuyo caso se darán directamente a quien deba ejecutarlas. Cuando esto ocurra, se pondrán en conocimiento del superior que corresponda, tanto por quien las dicte como para quien las recibe. Si la orden es reservada, se seguirá el mismo procedimiento sin incurrir en explicaciones o detalles de la ejecución”; en este caso, dada la urgencia del asunto, se aplicaban textualmente previstas en ese ordenamiento, por lo que el propio jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, haciendo uso de la facultad que la ley le confiera, le comunicaba la orden en forma verbal directamente a quien ejecutaría la misión.

Confirmada la orden de preparar y planificar la operación, se dio inicio a los preparativos para cumplir la misión; la tripulación sería integrada por el general de grupo piloto aviador diplomado de Estado Mayor Aéreo Miguel Eduardo Hernández Velásquez, oriundo del Distrito Federal, ahora ciudad de México, quien a sus 57 años de edad y con una antigüedad de 43 años en el servicio militar sería el piloto al mando y el responsable de la misión; para esa fecha había volado más de 6.000 horas en diferentes tipos de aeronaves, curtido con una gran experiencia acumulada en una amplia gama de operaciones aéreas, al haberse desempeñado por más de 30 años como instructor de vuelo y asesor, ejecutando y enseñando desde maniobras tácticas de combate aéreo en aeronaves militares de entrenamiento T-33 y acrobáticas PC-7, hasta procedimientos de vuelo de alta precisión en aeronaves pesadas de rendimiento superior Boeing 737-300, pasando por vuelos en la cierra con aterrizajes y despegues desde pistas de tierra en condiciones marginales en aviones Cessna 206 y 210, complicadas y prologadas misiones de vigilancia aérea y seguimiento de blancos aéreos, marítimos y terrestres en condiciones meteorológicas adversas y fuera de espacio aéreo controlado en aviones Embraer 145MC y vuelos en toda América y rutas a Asia y Europa en aviones G550, habituado a efectuar vuelos prolongados sobre el mar y cruces del Atlántico del Norte y del Pacifico. Contaba con la confianza y la capacidad necesaria para conducir la misión.

El teniente coronel de fuerza aérea piloto aviador diplomado de Estado Mayor Aéreo Felipe Jarquin Hernández se desempeñaría como copiloto. De 45 años de edad y con una antigüedad de 28 años en el servicio militar, era un veterano piloto con más de 3.000 horas de vuelo, con una sobresaliente experiencia acumulada como instructor de aviones Commander, y una gran destreza desarrollada mientras realizaba una gran cantidad de misiones de vigilancia aérea, en muchas ocasiones volando sobre el mar de día y de noche y en condiciones atmosféricas adversas, al mando de aviones C-26, además del conocimiento que le proporcionaron múltiples vuelos de larga distancia en el propio Gulfstream G550, lo que lo hacía disponer de los conocimientos y la destreza que se requerían para esa misión.

El capitán segundo de fuerza aérea especialista en Mantenimiento de Aviación Julio Cesar Sánchez Ruperto, nacido en la Base Aérea Militar de Santa Lucía sería el experimentado mecánico de a bordo, de 45 años de edad y con una antigüedad de 28 años en el servicio militar, tiempo en el cual, gracias a sus cualidades y excelente desempeño, se caracterizó por ser un aerotécnico diestro y confiable, el indicado para la misión.

A cada uno de ellos se les transmitió por vía telefónica su designación y se les instruyo acudir lo más pronto posible a las instalaciones de la UETA, donde a las 18:30 horas, media hora después de la comunicación inicial y haciendo evidente la disciplina inculcada durante el proceso de formación militar al que se someten todos los integrantes de las Fuerzas Armadas mexicanas durante sus estudios en un plantel militar, ya todos se encontraban presentes y listos para lo que se les ordenara.

El personal de aerotécnicos que ese domingo se encontraban de servicio en la UETA auxilió a la tripulación en la preparación de la aeronave 3916, que pertenecía al Escuadrón Aéreo 501 y fue comisionada en la Unidad Especial de Transporte Aéreo para la materialización de esa misión; efectuaron la carga de combustible a su máxima capacidad, introduciendo en los depósitos de sus alas 41.300 libras de turbosina, equivalentes a 19.772 litros, con un peso de casi 19 toneladas.

Intuyendo la peculiar naturaleza de la misión que realizarían y las complicaciones que podrían presentarse, los tres tripulantes llevaron a cabo una escrupulosa revisión interior y exterior de la aeronave, procurando comprobar hasta en el más mínimo detalle el buen funcionamiento de todos los sistemas, apegándose minuciosa y estrictamente a las listas de verificación, incluyendo los aspectos específicos que se tienen que considerar en forma particular para llevar a cabo lo que en aeronáutica se conoce como operaciones extendidas (ETOPS), ya que en esta ocasión se encontrarían durante la mayor parte de la ruta, a más de 240 minutos de vuelo de cualquier aeródromo en el que pudieran aterrizar en caso de una emergencia, por lo que era menester poner especial atención en el estado y condición de las balsas, chalecos salvavidas, botiquines y el resto de los artículos que forman parte del equipo de supervivencia en el mar y que por norma deben encontrarse a bordo de una aeronave que se internará en espacio aéreo oceánico.

A las 19:15 horas, teniéndose conocimiento de que la República de Perú permitiría el aterrizaje de la aeronave en su territorio, en la Sala de Planes de Operaciones de la Unidad Especial de Transporte Aéreo se dio inicio a la planificación detallada del vuelo, revisándose las cartas de aerovías y haciéndose cálculos acuciosos con objeto de efectuar una ruta de traslado directo desde el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de la Ciudad de Lima, Perú; ruta que fue diseñada considerando evitar el ingreso al espacio aéreo de los países que se sobrevuelan en los trayectos de las rutas regulares que emplean los aviones de aerolíneas que vuelan hacia y desde Centro y Sudamérica, por lo que sería necesario volar apartados del sistema de aerovías continentales y en un área distinta a la cubierta por el sistema de rutas del océano Pacifico, abandonando el territorio continental con un rumbo sur–sureste y posteriormente regresar al continente en una trayectoria directa hacia el espacio aéreo comprendido dentro de la región de información de vuelo de Lima, para arribar al aeropuerto peruano, evitando el ingreso al espacio aéreo ecuatoriano.

La tripulación analizó detenidamente la información disponible respecto a las condiciones meteorológicas existentes a lo largo de la ruta de vuelo proyectada, concluyendo que a pesar del mal tiempo que se presenta sí sería posible efectuarla, aprovechando las singulares características y el alto rendimiento de la aeronave, cuya potencia y techo de servicio le permitirían volar sobre las zonas de tormenta localizadas mar adentro,


A las 22:30 horas, arribó a la UETA el licenciado Froylán Gámez Gamboa, economista de profesión, asignado a la Dirección de Asuntos Especiales de la Subsecretaria para América Latina y el Caribe de la Secretaría de Relaciones Exteriores; la experiencia profesional y sus abundantes conocimientos sobre los asuntos de la región fueron los factores clave para ser designado por esa dependencia para viajar a bordo de la aeronave, con objeto de apoyar a la tripulación en la realización de las gestiones y coordinaciones diplomáticas que fueron requeridas durante la operación para llevarla hasta a buen fin, llevando sobre sus hombros el gran compromiso de representar la diplomacia de nuestro país.

Al recibirse la confirmación de la orden para proceder con la operación, ésta dio inicio con el despegue de la aeronave desde la pista 05 derecha del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a las 00.36 horas del día 11: “Fuerza Aérea Mexicana, 3916 autorizado a despegar, pista 05 derecha, viento de los 060 grados con ocho nudos, en el aire comunique con salidas México”.

Durante el ascenso inicial, contando con la oscuridad del horizonte, a los ocupantes de la aeronave les fue posible observar el espectacular paisaje que a esa hora ofrece el valle de México; a pesar de la nubosidad que habitualmente se encuentra en el área, la intensa iluminación de la ciudad y su zona conurbana, rodeada por los magníficos volcanes, permite al observador comprender la razón por la que se ha llamado a esta “la región más transparente”.

Al pasar los 10.000 pies de altitud, y aprovechando la escasa afluencia del tráfico aéreo a esa hora, con la autorización del Centro de Control de Tráfico Aéreo de México, la aeronave enfiló directamente hacia el océano Pacifico; al pasar sobre el puerto de Acapulco el compás magnético se orientó al rumbo 225, buscando obtener la mejor velocidad y régimen de ascenso. Teniendo la certeza de que al llegar a Lima se dispondría de combustible para recargar los depósitos, en ese momento la prioridad era volar a la mayor velocidad que se pudiera alcanzar.

Al llegar al límite sur del espacio aéreo correspondiente al Centro de Control México, abandonando el espacio aéreo mexicano, fue establecida la última comunicación con la dependencia de control de tráfico aéreo: “Fuerza Aérea Mexicana 396, abandonando el área, ingresamos a espacio oceánico, muchas gracias por todo, que tenga usted un buen día”.

Es bien sabido para algunos pilotos, particularmente para los pilotos militares, que cuando se vuela fuera de espacio aéreo controlado, sin estar sujetos a la obligación de emitir un reporte de posición y situación cada determinado tiempo, el que normalmente es respondido por una voz al otro extremo de la frecuencia la cual, aunque proviene de un desconocido, siempre proporciona una relativa tranquilidad al confirmar que no se está en completa soledad, dentro de la cabina se experimenta una sensación de soledad difícilmente comparable a cualquier situación que se pueda vivir.

A pesar de la gran amplitud del espectro electromagnético, el saber que no se dispone de ninguna frecuencia en la cual se pueda hacer contacto con alguna dependencia del control de tráfico aéreo, manteniéndose en completo silencio porque no hay a quien llamar, volando sobre la inmensidad del mar abierto y envueltos en la oscuridad de la noche, pueden llegar a la mente una infinidad de pensamientos, de toda clase, especialmente durante trayectos largos y estables en los que se cuenta con el tiempo suficiente para reflexionar sobre las vivencias acumuladas, las decisiones tomadas, los errores cometidos, las alegrías y las tristezas vividas, las satisfacciones y los sinsabores que han iluminado u oscurecido nuestros días y toda esa infinidad de cosas y detalles que van configurando los recuerdos en la existencia de cada persona.

Esa noche, todos los que viajaban en el FAM 3916 tenían mucho en que pensar a pesar de la escasez de información, podrían deducir que se encontraban cumpliendo una misión importante, en la que podría estar de por medio, inclusive, el prestigio de México. Como servidores públicos, integrantes de dependencias oficiales del Estado mexicano, sabían que tenían un serio compromiso, en cuyo cumplimiento tendrían que empeñar toda su inteligencia, su voluntad, su experiencia, sus conocimientos y, quizás, hasta su imaginación y capacidad de improvisación para llevar a buen término su delicada encomienda.

Había una misión que cumplir, una misión en la que no existía ningún margen posible de error, la orden fue clara y concisa: traer a salvo a México al señor Evo Morales.

Esa sencilla disposición significaba extraerlo sin ningún daño del entorno en el que se encontrara, introducirlo a la aeronave y trasladarlo desde América del Sur hasta México, asegurándose de mantenerlo con vida, lo que implicaba hacer lo que fuera necesario para salvaguardar su integridad física, así como la de la propia tripulación, preservando también la integridad del medio de transporte, manteniendo en un estado óptimo la operatividad del vehículo que haría posible trasladarlo esa gran distancia.

En forma instintiva, automáticamente, sin pensarlo, la tripulación seguía al pie de la letra lo que establece para los miembros del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos el Reglamento General de Deberes Militares en su artículo tercero: “Las órdenes deben ser cumplidas con exactitud e inteligencia, sin demoras… El que las recibe… podrá pedir le sean aclaradas cuando le parezcan confusas, o que se le den por escrito cuando por su índole así lo ameriten… Para no entorpecer la iniciativa del inferior, las órdenes solo expresaran, generalmente, el objeto por alcanzar, sin entrar en detalles de ejecución”.

Durante el viaje de ida, ambos pilotos conversaron ampliamente, revisaron minuciosamente la información disponible, examinaron a detalle las posibilidades que aparecían como más probables de permitir lograr el éxito, analizaron con detenimiento algunas de las muchas variables que podrían afectar tanto negativa como positivamente la misión, dialogaron abiertamente sobre algunas de las alternativas más atractivas y consideraron también otras menos atrayentes; después, como resultado del análisis y con toda la objetividad con que era posible hacerlo, determinaron varios cursos de acción y seleccionaron como viables los que aparentaban tener las mejores posibilidades de éxito en su aplicación, aun a sabiendas de que al momento de enfrentarse con la realidad en el terreno todo lo previsto podría no servirles de nada.

Había muchos aspectos de la misión que generaban incertidumbre, y que durante el vuelo y mientras transcurría el tiempo, en tierra podía estar sucediendo cosas que podrían cambiar el panorama general que se apreciaba al momento de partir, modificando la situación tanto en México como en Perú o en Bolivia.


Como resultado lógico (y deseado) del proceso educativo al que estuvieron sometidos durante la formación militar, así como del intenso entrenamiento al que como militares profesionales se sujetan en forma permanente, el resto de los asuntos que podían ocupar sus pensamientos pasaba a un segundo término; la prioridad era cumplir con la misión asignada, y en eso se concentraban al tratar de llenar los vacíos de información existentes respecto al probable desarrollo de la misión, mediante deducciones basadas en los escasos datos de que previamente disponían y de los hechos que en los medios de comunicación se habían mencionado respecto a la situación que en esos días se estaba viviendo en Bolivia.

También, por su parte, el licenciado Gámez tenía mucho en que pensar: aunque aparentemente la misión sería fácil y sin complicaciones, muchas cosas podían pasar, muchas eventualidades podrían presentarse, a pesar de que desde México los funcionarios del servicio exterior estaban colaborando para la ejecución de la misión, efectuando múltiples coordinaciones diplomáticas con diferentes países de América del Sur; en todo caso, él debería tener la capacidad de decidir rápidamente a quién debería acudir en el caso de que sucediera algún requerimiento, qué hacer o qué decir y, de acuerdo con el nivel de responsabilidad y autoridad de la persona con quien interactuara, la actitud que debería asumir. Él tenía claro el papel que debería desempeñar y se le había explicado con claridad el alcance de su participación, que sería amplio y sin restricciones, pero, aun así, existía una gran cantidad de contingencias que podrían presentarse y también múltiples formas de darles solución, algunas de las cuales podrían no ser las más apropiadas.

Después de seis horas de un vuelo con algunos tramos turbulentos y tormentosos, la tripulación entró en contacto con el Centro de Control de Lima, que autorizó iniciar el descenso y la aproximación, efectuándose el aterrizaje en el aeropuerto de Lima media hora después, a las 7:06 horas (tiempo local de México), estacionando el avión en la plataforma militar, donde se estableció comunicación con la empresa proveedora de combustible y se efectuó la recarga de turbosina nuevamente a la capacidad total de la aeronave.


El licenciado Gámez descendió para hacer contacto con las autoridades que se encontraban a la espera del avión; entre tanto, la tripulación esperaba a bordo de la aeronave, evitando descender para prescindir de los tramites de migración y aduana, y en espera de la autorización para ingresar al espacio aéreo boliviano y del permiso de aterrizaje en el aeropuerto de Chimoré, en Cochabamba, Bolivia.

A las 10:50 horas (tiempo local de México), el señor Gámez Gamboa recibió la autorización de sobrevuelo transmitiéndosela a la tripulación, por lo que a las 11:16 horas (tiempo local de México) se efectuó el despegue hacia Bolivia; sin embargo, al arribar al límite del espacio aéreo peruano con el de Bolivia, el Centro de Control de Tráfico Aéreo boliviano le comunicó al avión mexicano que el ingreso a su espacio estaba denegado, por lo que el general Hernández decidió establecerse en un patrón de espera en las inmediaciones de la frontera de los dos países en tanto se recibía la autorización.

Después de una hora de espera, en razón de respuesta negativa a las solicitudes para sobrevolar el territorio boliviano, y ante la posibilidad de ser interceptados por una aeronave de combate de ese país en caso de ingresar o acercarse más a su espacio aéreo, se tomó la decisión de regresar a Lima, donde nuevamente aterrizaron a las 14:26 horas (tiempo local de México) después de mantenerse en el aire por tres horas con diez minutos.

Al arribar nuevamente a la plataforma militar del aeropuerto Jorge Chávez, después de estacionarse en la misma posición que había ocupado en la ocasión anterior, frente a las instalaciones del Grupo Aéreo número 8, una oficial de la Fuerza Aérea del Perú, acompañada de soldados armados, se acercó a la aeronave para comunicarle al comandante que tenía prohibido permanecer en esa plataforma, invitándolo a retirarse, por lo que la tripulación echó a andar uno de los motores y retiró de esa posición la aeronave, rodándola hasta estacionarla en una posición ubicada al límite de esa plataforma y la calle de rodaje del aeropuerto, procurando no interferir con las maniobras de otros aviones.

Durante la permanencia por segunda ocasión en el aeropuerto de Lima, la tripulación estableció contacto con la empresa proveedora contratada por la Secretaría de la Defensa Nacional para suministrar el abastecimiento de combustible, solicitándole una carga de turbosina, la cual fue negada por el representante, aduciendo que únicamente habían acordado proveer el hidrocarburo por una sola vez, y que para esa hora del día no disponían de personal para proporcionar el servicio, razón por la cual se contaba únicamente con carburante suficiente para volar por un tiempo de entre siete y ocho horas.

Aproximadamente a las 16:15 horas (tiempo local de México), el señor Gámez Gamboa le informó al general Hernández que se había obtenido la autorización para volar al aeropuerto de Chimoré, en Cochabamba, Bolivia, por lo que a las 17:00 horas (tiempo local de México) volvieron a despegar con destino a esa localidad, para aterrizar dos horas después, a las 19:00 horas (tiempo en México) en la pista de la instalación que hasta el año 2006 funcionaba como una base militar de los Estados Unidos y que en el años 2015 fue inaugurada como aeropuerto.

Al aterrizar, durante el rodaje sobre la pista y también a ambos lados de la calle de rodaje por la que se desalojó hacia la plataforma de servicio, se advertía una abundante presencia de personal militar y civiles armados que observaban la aeronave. En ese momento y ante tal panorama, los tres tripulantes recordaron una importante premisa que rige el proceder que, por propia convicción, invariablemente practican en su día a día los militares mexicanos: “El servicio de las ramas exige que el militar lleve el cumplimiento del deber hasta el sacrificio y que anteponga al interés personal el respeto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la soberanía de la Nación, la lealtad a las instituciones y el honor del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos”. Los tres miraron y, con la certeza de coincidir en el pensamiento, el único comentario que se pronunció fue “hagamos lo mejor que podamos para que todo salga bien”.

Al estacionar la aeronave en la plataforma de servicio y después de apagar los motores, el piloto instruyó a sus tripulantes para que planificaran el vuelo de regreso a Lima y le pidió al señor Gámez Gamboa que hiciera lo posible por obtener la autorización para realizarlo, indicándoles que, pasara lo que pasara, permanecieran a bordo.

Dejando su pistola Colt Government calibre 0.45 en el compartimiento junto a su asiento, consciente de que, además de serle de muy poca utilidad ante la abrumadora desventaja, el hecho de pisar territorio extranjero en su condición de militar en el servicio activo portando una arma podría prestarse a malas interpretaciones, sería inapropiado y quizás hasta peligroso, además de tener consecuencias muy negativas, descendió desarmado de la aeronave con la intención de indagar con quien fuera posible para obtener información sobre la ubicación de Evo Morales, poder localizarlo y conducirlo a salvo al avión.

Cuarenta y cinco minutos después logró localizar e identificar en el edificio terminal del aeropuerto al señor Evo Morales, quien estaba acompañado por otras dos personas, el vicepresidente Álvaro García Linera y la ministra de Salud, Gabriela Montaño, quienes ya se dirigían hacia la plataforma donde se encontraba la aeronave; los saludó y les pidió que los siguieran; guiándolos hasta el avión, les indicó que lo abordaran, subió detrás de ellos y cerró la puerta interior.

En ese momento, los mexicanos sintieron alivio, ya estaba hecha la mitad del trabajo; lo que ignoraban era que esa había sido la mitad fácil, ahora faltaba completar la parte más difícil y complicada de la misión, llevar a México al señor Evo Morales y sus acompañantes garantizando su seguridad.

Poco después de que los pasajeros abordaron la aeronave, pasadas las 20:00 horas (tiempo local de México), el licenciado Gámez recibió por vía telefónica la autorización para volar al aeropuerto de Lima, por lo que a las 20:20 horas (tiempo de México) la tripulación puso en marcha los motores y estableció contacto con la torre de control para solicitar las instrucciones del rodaje y hacer de su conocimiento el plan de vuelo hacia Lima, adonde volarían para intentar obtener el combustible suficiente para llegar a México, recibiendo la autorización para rodar a la posición de despegue.


Encontrándose en la cabecera de la pista, habiendo repasado las listas de verificación y estando listos para efectuar el despegue, la torre de control les comunicó que carecían de la autorización para ingresar al espacio aéreo peruano, indicándoles que deberían regresar a la plataforma por instrucciones del personal militar que se encontraba en el aeropuerto, por lo que procedieron a ejecutar las instrucciones recibidas, percatándose de una mayor actividad de personal armado  y vehículos artillados a ambos lados de la pista, así como en las inmediaciones de la calle de rodaje.

Al encontrarse en la plataforma de servicios del aeropuerto de Chimoré, el piloto descendió de la aeronave para intentar encontrar un área en la que se recibiera la señal de telefonía celular, hallándola en el extremo norte de la plataforma de servicios, donde intentó en repetidas ocasiones comunicarse con el jefe del estado Mayor de la Defensa Nacional, así como con el propio secretario del ramo, logrando establecer una breve comunicación con el general Luis Cresencio Sandoval Gonzales; sin embargo, la inestabilidad en la señal impidió al general Hernández Velázquez transmitirle a su superior un informe completo sobre la situación existente en Chimoré.

Aproximadamente a las 20:25 horas (tiempo local de México), un grupo de tres personas armadas, portando el uniforme del Ejército boliviano, se dirigieron desde el extremo norte de la plataforma hacia la aeronave, encontrándose con el piloto, ordenándole uno de ellos levantar los brazos, diciéndole que bajarían a Evo Morales de su avión, en ese momento, otro de los individuos se le aproximó por detrás y lo golpeó en la espalda baja con la culata de una arma larga tipo Garand, por lo que el piloto giró hacia la izquierda para enfrentarlo, momento en el cual otro de los individuos, también uniformado, le golpeo en el abdomen con el rompeflamas de un fusil automático ligero, cargando su arma y apuntándole al pecho sin ninguna razón aparente que motivara tal acción; ante esa situación, el general se dirigió hacia quien le apuntaba diciéndole en tono sereno pero firme: “Joven soldado, los valientes no asesinan”, a lo cual el soldado bajo su mirada y apuntó hacia el suelo el cañón de su arma, apartándose unos pasos hacia atrás; pasado el momento de tensión, en absoluto silencio y sin ninguna interferencia, el piloto caminó hacia el avión.

Después de ese encuentro, aproximadamente a las 20:35 horas (tiempo local de México), se aproximaron a la aeronave entre seis y ocho individuos, algunos portando el uniforme del Ejército boliviano y otros vistiendo de civil, quienes portaban armas cortas y largas; el piloto descendió de la aeronave para intentar dialogar con ellos, instruyendo a la tripulación para que cerraran las persianas de las ventanillas de la cabina de pasajeros y mantuvieran cerradas la puerta de acceso al avión; se colocó de pie en la escalera de acceso y al encontrarse frente a una persona que vestía de civil y que parecía comandar el grupo, pretendiendo ingresar a la aeronave, nuevamente se le ordenó levantar los brazos.

Al no percibir una amenaza inmediata como la que se presentó momentos antes, probablemente con una gran carga de adrenalina circulando por sus venas, el piloto increpó al grupo de personas señalándoles sus insignias, mencionando sus jerarquías e indicándoles que, además de encontrarse desarmado, no tenía ninguna intención hostil en su contra y explicándoles que la aeronave a su mando, a pesar de ser militar, no portaba armamento, cámaras, sensores remotos ni algún otro equipo o dispositivo con el que se pudiera amenazar su seguridad ni vulnerar la soberanía de su país sobre su territorio y su espacio aéreo; también argumentó a su favor las circunstancias de que en nuestros países hablamos el mismo idioma y tenemos el mismo color de piel, así como el hecho de que Bolivia y México son naciones hermanas con una añeja tradición de amistad, logrando serenarlos.

Al encontrarse en esa situación, aunque ya apaciguados los ánimos de las personas que rodeaban el avión, el individuo que mostraba tener autoridad sobre los demás, al parecer un oficial, insistió en sus intenciones de ingresar a la aeronave para extraer a las tres personas de nacionalidad boliviana que se encontraban a bordo, ante lo cual el piloto volvió a colocarse de pues en la escalera de acceso y le expresó que, conforme al derecho internacional, toda aeronave, incluyendo la cabina de pasajeros, al ostentar una identificación reconocible mediante los distintivos consistentes en la leyenda Fuerza Aérea Mexicana a ambos lados del fuselaje junto con los triángulos concéntricos con los colores de la bandera mexicana en las alas, debería ser considerada como territorio mexicano, razón por la cual lamentablemente no le sería posible consentir que pasaran a su interior reiterándole que no se los permitiría. Afortunadamente, a pesar de que para acceder a la aeronave solamente tenían que neutralizar la débil resistencia que podía ofrecer una sola persona desarmada, los miembros del grupo no insistieron en sus pretensiones y permanecieron en su sitio.


Poco después arribó al pie de la aeronave una persona que se identificó como capitán, con quien el piloto se identificó mostrándole su identificación militar, estableciendo a continuación un diálogo directo con él, solicitándoles que otra persona que se encontraba en la parte oriental de la plataforma, a unos ciento cincuenta metros de la aeronave, dejara de apuntarle al avión con el dispositivo lanzador RPG que portaba, solicitud que ignoró; sin embargo, posteriormente logró persuadirlo para que le facilitara un medio de comunicación para establecer enlace con sus superiores, permitiéndole hablar por radio con una persona que se identificó como coronel, quien a su vez lo comunicó con un general al que, después de darle otra explicación sobre la situación y la misión humanitaria que se encontraba realizando, le indicó que esperara una llamada en el teléfono del capitán. Tras algunos minutos de espera, se recibió una llamada de una persona que se identificó como el general Terceros Lara, comandante de la Fuerza Aérea Boliviana, con quien habló aproximadamente cinco minutos, dándole la misma explicación y reiterándole que su presencia no tenía ninguna intención hostil en contra de su país, indicándole que solamente estaban intentando llevar a buen término una misión humanitaria en cumplimiento a una orden.

Con un serio lenguaje castrense, usando expresiones formales de uso universal para los militares de cualquier parte del mundo, el general Hernández Velázquez le solicito respetuosamente su colaboración para cumplir con su misión humanitaria, asegurándole que en el caso de que él se encontrara en la misma situación, con seguridad, recibiría su apoyo o el de cualquier otro militar profesional que, al tener una formación ética con principios y valores morales comunes a las profesión de las armas, pudiera otorgárselo; después de algunos segundos, el general respondió, aunque con un tono molesto, que a partir de ese momento tenía treinta minutos para abandonar el espacio aéreo de su país, indicándole con énfasis que él no respondería por la seguridad de los ocupantes ni por la integridad de la aeronave si no se cumplía con esa instrucción, a lo que el piloto le solicitó que le transmitiera la autorización al personal que se encontraba rodeando la aeronave, haciéndolo en cuanto le devolvió el teléfono al capitán, a quien le solicito nuevamente que el individuo que apuntaba el dispositivo lanzador dejara de hacerlo.

El capitán del Ejército boliviano instruyó al personal uniformado y al que vestía de civil para que se alejaran del avión, indicándole a quien apuntaba a la aeronave que dejara de hacerlo.

Después de concluir la llamada y habiendo verificado que la periferia de la aeronave se encontraba despejada, el piloto se despidió con circunspección del capitán y del personal ahí presente, agradeciéndoles a todos su gentileza y transmitiéndoles los saludos y los buenos deseos de sus camaradas mexicanos, después de lo cual abordó el avión; al ingresar a la aeronave, el señor Gámez Gamboa le indicó que disponían de una autorización, pero que esta era para ingresar al espacio aéreo de Paraguay y para aterrizar en el aeropuerto de Asunción, por lo que mientras ponían en marcha los motores ambos pilotos efectuaron la planificación del vuelo, definieron el procedimiento de salida e iniciaron el rodaje, precisando la ruta más directa y expedita hacia la frontera con Paraguay para poder abandonar el espacio aéreo boliviano dentro del plazo de los treinta minutos otorgados por el general Terceros Lara.

Habiendo iniciado el rodaje a las 20:55 horas (tiempo local de México), despegaron a las 21:01 (tiempo local de México); durante el ascenso inicial el piloto alcanzó a observar, desde el lado izquierdo de la cabina de mando y cuando casi alcanzaban 1.500 pies sobre el terreno, una estela luminosa similar a la característica de un cohete en la posición de las siete (atrás y a la izquierda de la trayectoria del avión) por debajo del horizonte, estimando el piloto que, en caso de tratarse de un proyectil, el punto desde donde fue lanzado podría estar ubicado en las inmediaciones del aeropuerto de Cochabamba, por lo que efectuó un viaje ceñido hacia el lado contrario de la trayectoria del proyectil (lado derecho) incrementando el régimen de ascenso para evitar el impacto, observando que la traza, muy por debajo de la aeronave, efectuaba una parábola hacia el terreno sin haber alcanzado la altura que en ese momento ya tenían, aproximadamente, de 3.000 pies sobre el terreno, concluyendo su apreciación que el posible cohete podría haber provenido del lanzador RPG que observó en el aeropuerto; respecto a esta situación, decidió abstenerse de comunicar a la tripulación para evitar incrementar la tensión y poder mantenerse concentrado en el ya de por sí complicado vuelo.

Después de esto, ajustaron la potencia de los motores para obtener la máxima velocidad posible y buscaron el mejor régimen de ascenso, dirigiéndose directamente a la posición geográfica denominada como fijo “MOMDI”, ubicada en la frontera entre Bolivia y Paraguay, logrando arribar a esa ubicación justo a los treinta minutos que se les habían concedido.

Ya dentro del espacio aéreo paraguayo, ajustaron la potencia y redujeron la velocidad para optimizar el combustible disponible, volando a 37.000 pies por una hora con 45 minutos, después de lo cual arribaron al Aeropuerto Internacional de Asunción, Paraguay, solicitándole al Control Terrestre que les permitiera dirigirse a la plataforma militar, solicitud que les fue autorizada, dirigiéndose a esa ubicación, donde estacionaron la aeronave.

Después de apagar los motores, el piloto instruyó a la tripulación y a los pasajeros a que evitaran descender hasta que comprobara la seguridad que ofrecía el área y se los indicara; al bajar del avión se encontró con el embajador de México en aquel país, quien después de identificarse le solicitó pasar al interior del avión, permitiéndoselo.

En tanto el embajador conversaba con los pasajeros y a pesar de que durante el vuelo no se percibió alguna anormalidad en el funcionamiento de la aeronave y sus sistemas, la tripulación realizó una inspección al exterior, con objeto de verificar que no tuviera algún daño ocasionado por una ojiva disparada por algún arma de fuego u otra clase de proyectil, sin que se encontrara ningún daño evidente.


Después de unos momentos de charla entre los pasajeros y el embajador de México en Paraguay, el licenciado Gámez Gamboa informó a la tripulación que se les proporcionaría combustible, por lo que procedieron a coordinar la recarga y a llenar los depósitos a la capacidad total de la aeronave, realizando también la planificación para efectuar el vuelo a nuestro país. El general Hernández Velázquez pidió al licenciado Gámez Gamboa, con objeto de que realizara las gestiones necesarias para obtener las autorizaciones correspondientes, que la ruta más conveniente sería volar desde su actual ubicación hacia el norte, para ingresar al espacio aéreo brasileño y sobrevolar el territorio de ese país hasta llegar a la frontera con Perú, para de ahí volar hacia Guayaquil, prosiguiendo hacia el oeste por unas ochocientas millas náuticas con objeto de llegar a aguas internacionales y ya sobre estas dirigirse hacia el norte, directamente a México.

En cuanto el licenciado Gámez les indicó que se habían realizado con éxito las gestiones para obtener los permisos de sobrevuelo, aproximadamente a las 01:30 horas (tiempo local de México), la tripulación puso en marcha los motores y repasó cuidadosamente cada punto considerado en las listas de verificación, efectuando el despegue a las 01:56 horas (tiempo local de México), siguiendo el itinerario conforme a lo que habían planificado, saliendo del espacio aéreo de Paraguay y volando sobre territorio brasileño.

Poco antes de llegar a la frontera de Perú con Ecuador, el Centro de Control de Quito les indicó que tenían prohibido ingresar al espacio aéreo de ese país, por lo que procedieron a enfilarse a la frontera entre Perú y Ecuador, ajustando la potencia para obtener la máxima velocidad posible y ascender a una altitud de 45.000 pies, logrando mantener Mach. 84 (aproximadamente 850 km/h); en cuanto llegaron a la zona limítrofe, se enfilaron hacia el oeste para volar hacia el mar, manteniéndose sobre la virtual que define el límite fronterizo entre los dos países, con objeto de volver a internarse en aguas internacionales, volando por una distancia de ochocientas millas náuticas con rumbo 280° para volar más allá de las Islas Galápagos y librar la jurisdicción territorial de Ecuador; al arribar al punto limítrofe del espacio aéreo ecuatoriano viraron hacia el norte franco, enfilándose directamente hacia el espacio aéreo mexicano.

Fue en ese punto, al saber que ya habían completado con éxito la parte más difícil de la misión, que los tripulantes sintieron algún alivio, conscientes de que no deberían relajarse a tal grado que pudieran cometer un error por descuido.

Durante el vuelo sobre el océano Pacífico, al arribar a aguas internacionales y con objeto de diluir la tensión acumulada por los pasajeros, circunstancia comprensible por la difícil situación vivida en las últimas horas, el teniente coronel Jarquín y el capitán Sánchez se mantuvieron pendientes de la condición de los pasajeros; verificaron visualmente y mediante sencillas preguntas formuladas con amabilidad su estado físico y, al constatar que se encontraban bien y que no requerían alguna clase de auxilio, les ofrecieron bebidas y alimentos, así como almohadas y cobertores para que tuvieran un adecuado descanso.

Cuando tuvieron la certeza de encontrarse en espacio aéreo internacional, ambos pilotos y el mecánico de a bordo sintieron de lleno el peso de la fatiga acumulada; hasta ese momento se habían mantenido más de veinticuatro horas en vigilia y aún les faltaban más de siete horas para llegar a México; sabían que el esfuerzo tenía que continuar y se daban ánimo mutuamente, después de todo, también son seres humanos.


Acostumbrados a las fatigas, conocedores de los signos de agotamiento que aparecen en misiones prolongadas y versados en la utilización de los trucos para ahuyentar el sueño y el cansancio, establecieron una charla sobre cosas triviales; a pesar de ostentar jerarquías diferentes que hacía menester mantener el respeto y la subordinación que hacen posible el funcionamiento de la estructura militar, las muchas misiones realizadas como equipo y los años de convivencia continua en el servicio habían formado entre esos hombres un vínculo de amistad, una especial amistad que los soldados desarrollan, por lo que además de ser tripulantes con una función específica, también eran compañeros de armas que compartían la confianza y la sinceridad que se le permiten a un amigo.

De esa forma, entre conversaciones amistosas, atención a la situación y desarrollo del vuelo, revisiones periódicas a la condición de los sistemas de la aeronave, vigilancia al entorno en el exterior del avión y verificaciones periódicas al estado de los pasajeros, se cubrió el trayecto de regreso a la patria.

Nueve horas con cuarenta minutos después de iniciado el vuelo de retorno a México, con el pasajero principal y sus dos acompañantes sanos y salvos, aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, dirigiéndose hacia la plataforma de servicios del 6° Grupo Aéreo, donde descendieron del avión el señor Evo Morales, la señora Gabriela Montaño y el señor Álvaro García Linera, así como el licenciado Gámez, siendo recibidos por el canciller Marcelo Ebrard considerándose en ese momento como concluida la misión, encontrándose los pasajeros, la tripulación y la aeronave en territorio mexicano y sin ninguna novedad.

Respondiendo en forma apropiada y con celeridad a un requerimiento del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas, la Secretaría de la Defensa Nacional puso de manifiesto su vocación de servicio, su capacidad de respuesta para dar solución a eventualidades y el profesionalismo de sus integrantes. ¡Misión Cumplida!

A los cuatro integrantes de esta misión los consideramos militares, ciudadanos, servidores públicos ejemplares y patriotas. El 20 de noviembre de 2019, en la ceremonia de entrega de condecoraciones y ascensos de las Fuerzas Armadas, tuve el honor de entregar las insignias al ahora general de Ala dos estrellas piloto aviador diplomado del Estado Mayor Aéreo Miguel Eduardo Hernández Velázquez, quien es el hijo fallecido general de Ala P.A.D.E.M.A. Fernando Hernández Vega, integrante del Escuadrón Aéreo 201, que luchó representando a México en la Segunda Guerra Mundial. Actualmente el general  Hernández Velásquez se desempeña como director del Colegio del Aire en Zapopan, Jalisco.

No hace falta subrayar el mal comportamiento de personas, militares y gobernantes de países que como se indica en el reporte, no estuvieron a la altura de las circunstancias. Más bien quiero dejar de manifiesto el apoyo que recibimos para el buen cumplimiento de esta misión de gobiernos de Paraguay y Brasil, así como la ayuda del entonces presidente electo de Argentina, nuestro amigo Alberto Fernández.

Al pueblo de Bolivia, sobre todo, a los más pobres de ese gran país, les repito lo que expresé cuando nos visitó su actual presidente, Luis Arce Catacora.

Bolivia es el mejor ejemplo a seguir para hacer justicia a los pueblos. En Bolivia, luego de las dictaduras y regímenes autoritarios entreguistas, llego a la presidencia un indígena, Evo Morales, y en 14 años cambió la realidad que imperaba de oprobio y desprecio a la población mayoritariamente indígena por una forma de vida fincada en la igualdad, el respeto a la pluralidad cultural y el progreso con justicia.

Usted, presidente Luis Arce, ha sido protagonista de esa transformación, porque fue el encargado del manejo de la economía y supo equilibrar crecimiento con bienestar. Ustedes han logrado en Bolivia cosas espectaculares, han sido el país del continente con más crecimiento económico en más de una década, recuperaron los recursos naturales del país que estaban en manos de extranjeros, sacaron de la marginación a millones de familias pobres y, por si fuera poco, acabaron con el mito de que el pueblo es malagradecido, porque después del reciente golpe de Estado, en medio de amenazas y persecuciones, la gente humilde, los indígenas fueron a las urnas y votaron por usted, que ganó en las elecciones desde la primera vuelta con mucha ventaja. Esa lección de civismo y democracia es admirada por nosotros y por muchas otras personas, mujeres y hombres libres de nuestra América y del mundo. Gracias por su visita a México, digno presidente de Bolivia, Luis Arce Catacora. Gracias de todo corazón. Y a Evo, un abrazo de compañero.