Evo Morales Ayma
(Atilio A. Boron)
17 Octubre 2019
Este próximo domingo el pueblo de Bolivia deberá
tomar una decisión trascendental, que excede el significado de una
elección presidencial. Sin restarle valor a ésta, lo que está en juego
es una opción histórica, un desafío para las naciones que componen el
Estado Plurinacional: consolidar los formidables avances realizados
durante la presidencia de Evo Morales -que convirtió a la otrora
atrasada, estancada y siempre convulsa economía boliviana- en la más
dinámica de Latinoamérica o, en cambio, optar por un melancólico retorno
al pasado.
Arnold Toynbee tenía razón cuando decía que la evolución de las
sociedades (y las civilizaciones, en su caso) dependía de la respuesta
que fuesen capaces de dar ante los grandes desafíos que las de tiempo en
tiempo las confrontan. Y el que hoy se le plantea a las naciones del
Estado Plurinacional es saber si tienen la sabiduría y la valentía para
proseguir por la senda que convirtió a ese país en el más luminoso
ejemplo de progreso integral de la sociedad, no sólo en el ámbito de la
vida económica sino también en el político y cultural; o si respondiendo
a prejuicios ancestrales o temores atávicos se acobardan ante las
implicaciones de las profundas transformaciones que tuvieron lugar en el
país y retroceden, buscando refugio en un pasado borrosamente recordado
y que la oligarquía mediática se encarga de idealizar. No sólo eso:
también de ocultar el holocausto social y económico que produciría en
Bolivia el retorno de sus antiguos gobernantes y sus gastadas políticas.
Debería ser suficiente echar una mirada a la tragedia argentina o
ecuatoriana para persuadir a la población de que la restauración de la
hegemonía neoliberal que Bolivia padeció por décadas desataría una
catástrofe de inconmensurables proporciones, más allá de ser en sí mismo
un imperdonable error.
Los medios, punta de lanza del imperio en la guerra de quinta
generación, obnubilan la visión de la realidad porque en esa
“prehistoria” de Bolivia mal podrían esconder la crónica pobreza de la
enorme mayoría de la población, el desprecio y maltrato a los pueblos
originarios y los pobres en general, la absoluta debilidad de un estado
incapaz siquiera de pagar a sus funcionarios, la indefensión popular
ante la rapacidad de las oligarquías locales y el imperialismo, el
saqueo de sus bienes comunes, la migración forzada de millones en busca
de una vida mejor y la ferocidad con que los gobiernos de turno
reprimían a quienes luchaban por una vida digna. Este maligno ejercicio
de fomentar la desmemoria y ocultar los sufrimientos del pasado es una
estrategia comunicacional cuyo es objeto adormecer las conciencias y
fomentar la desconfianza o el temor ante la positiva evolución
experimentada por Bolivia desde el 2006. Transformación que modificó
arcaicas relaciones sociales, que puso fin al sometimiento y la
humillación de las naciones originarias, que eliminó el analfabetismo,
que sacó de la pobreza a millones de personas, que redistribuyó
significativamente la riqueza, expandió la educación y la salud públicas
y que recuperó las riquezas naturales para todos los bolivianos. Y que
puso fin a lo que parecía ser la incurable maldición de la inestabilidad
política con sus secuelas de violencia, caos social y estancamiento
económico. Estas positivas mutaciones fueron reconocidas inclusive por
personas e instituciones poco amigables con el socialismo comunitario,
como el Financial Times por ejemplo, que en su
edición del 27 de Octubre del 2015 publicó un voluminoso suplemento
dedicado a “La Nueva Bolivia” y en donde se dijo, entre otras cosas, que
dada la excepcional importancia del litio en las nuevas tecnologías de
la información y comunicación este país bien podría ser la Arabia
Saudita del siglo veintiuno. Es obvio que cambios de esta magnitud
modifican esclerotizadas relaciones de fuerza y es por eso que la
oposición a Evo, en un esfuerzo desesperado, apela a cualquier recurso
con tal de que bolivianas y bolivianos decidan retornar al pasado.
Disponen de enormes recursos para ello: dinero, bancos, empresas, el
apoyo de “la embajada”, medios de comunicación con los que pueden
difamar y mentir con total impunidad. Pero ¿se habrá olvidado el pueblo
boliviano de las matanzas ocurridas bajo el gobierno de Sánchez de
Lozada, o de los que cayeron durante las heroicas “guerras del gas” y
“del agua”? No creo. Es difícil tapar el sol con un dedo. Pude comprobar
hace pocos días el carácter vivaz y vibrante de la sociedad civil en
Bolivia. Estoy seguro que ante del desafío de Toynbee optará por seguir
avanzando por el camino trazado por Evo y los movimientos sociales en
lugar de caer en la ilusión de creer que la fórmula que tantas veces
fracasó (a manos de Sánchez de Lozada, Banzer, Quiroga, Mesa) y que
tantos sufrimientos y penurias le ocasionaran en el pasado sería ahora
milagrosamente exitosa si esos mismos personajes, o sus amigos, ahora la
volvieran a aplicar.