Por: Oscar Bazoberry Chali (*)
¿Es acaso lo rural tan distinto como para calificarlo de otro mundo, en oposición a lo urbano?, tal parece que es posible. ¿Es el mundo rural contrario al “desarrollo” contemporáneo de la humanidad?, es muy probable que si. ¿La industria agroalimentaria transnacional es compatible con el desarrollo rural?, si no es opuesto al menos pueden convertirse en un obstáculo. ¿El campesino tiene futuro?, hay mucha gente que está dispuesta a dar pelea.
En San Sebastián, país Vasco, España, el III Congreso del Foro Rural Mundial reunió a representantes de treinta países de los cinco continentes, especial representación tuvo África. Se realizaron muchas exposiciones, que abarcaron todo punto de vista: empresarial, campesino, multilateral, instituciones de apoyo técnico. Muchas de ellas fueron complementarias, otras contradictorias, incluso algunas opuestas. Todas importantes a la hora de razonar, cada cual desde su propia experiencia y contexto, sacar conclusiones y continuar con el debate. Los principales documentos pronto se podrán consultar en http://www.ruralforum.net
Luego, cerca de Barcelona pudimos visitar algunos agricultores catalanes -en anteriores oportunidades visitamos holandeses, alemanes, austriacos-, conversamos sobre sus actividades, las subvenciones de sus Estados y la Unión Europea , el futuro de sus explotaciones, sus mercados, su visión sobre los países “no desarrollados”. Encontramos personas como las que conocemos en nuestras propias familias, entusiastas con lo que hacen, con lo cotidiano, con su habilidad de administrar procesos de mediano y largo plazo, con cariño por lo propio. Y por supuesto temores, temor al mercado, a las grandes explotaciones transnacionales, a la industria agroalimentaria, a las decisiones políticas sobre el destino del campo y la vida rural.
No vamos a negar que sentimos cierta incomodidad cuando vimos animales de Europa alimentados con soya Latinoamericana, una producción que en el sur genera conflictos de tierra, deforestación e introducción de transgénicos. Nos cuesta entender cómo no existe una reflexión crítica sobre el alquiler de tierras, entendimos que hay lugares donde algunas familias viven cómodamente de la renta de sus tierras, ya varias generaciones. Nos llama la atención la batalla cotidiana por conquistar consumidores aliados, en vez de, o al menos al mismo tiempo, luchar con las empresas transnacionales y sus propios gobiernos. Entendemos que no se consideran una fuerza política importante, sobre todo por el porcentaje de población que representan, pero es importante su nivel de organización.
Siempre existe un riesgo en las generalizaciones, desde el Sur como desde el Norte, hemos pecado por desconocimiento de particularidades, pero al mismo tiempo tenemos que ver que pueden existir algunos aspectos comunes, más que prácticas concretas objetivos y desafíos a futuro.
A los campesinos del mundo les imponen una exigencia para competir con las grandes tendencias, finalmente parecería que la producción del campo sigue estando destinada a satisfacer las necesidades de las grandes urbes y su patrón de acumulación, distribución y disfrute. Producir alimentos baratos a cualquier costo; responder a la exigencia de productos con niveles de procesamiento sofisticado, para consumo sin mayores complicaciones y finalmente cuando los ejecutivos quieran salir de vacaciones, esperarlos para compartir su cotidianeidad.
Si esto es así, el sector campesino familiar, para poner algún límite al concepto campesino, requiere enfrentar esta contradicción entre su esfuerzo y sus iniciativas y la orientación del desarrollo a nivel global. Esta claro que los grandes capitales de la agroindustria se moverán a cualquier país que les de acogida y por ello los campesinos, en cualquier parte, estarán en permanente amenaza.
Las soluciones pueden resultar hasta utópicas, pero entre otras cosas se podría usar la tecnología con límites razonables, con valores sociales como la unidad familiar y comuna; disminuir el transporte internacional y la circulación de productos del campo; diseñar mecanismos aceptables para la contratación de temporeros, de manera que la mano de obra de las regiones rurales pobres no termine siendo funcionalizada en las zonas más ricas.
Reconozco que tengo más preguntas que respuestas, pero si los campesinos quieren seguir siendo tales, si los indígenas quieren mantener algunas pautas de vida rural, si las zonas urbanas estiman el campo, no queda más respuesta que continuar con el debate: poner en discusión algunas de las certidumbres que circulan como verdades comprobadas como las subvenciones; las oportunidades del mercado internacional para algunos productos agropecuarios de los países pobres; las virtudes de la inversión, tecnología, productividad y la competencia; la complementariedad de productos e insumos; la legitimidad de la acumulación de tierras y las distintas formas de alquiler que se practican; el costo para los habitantes del campo de sostener recursos limpios para el consumo de la humanidad, así como regiones de añoranza para los habitantes de las ciudades, incluso la gestión de algunos desperdicios.
Es necesario insistir sobre la posibilidad de disponer de una agenda compartida, pero queda un conjunto de dudas: ¿cómo se hace para abordarla?, ¿es razonable competir con las grandes empresas con el nivel de recursos que administran?, ¿están los gobiernos interesados en la agricultura familiar?, ¿quiénes son los principales aliados?, ¿cuáles son las instituciones sobre las cuales hay que ejercer presión?, ¿es posible mejorar la contribución de la FAO , el IICA, el FIDA? entre las que conozco.
El cumplimiento de algunas metas del milenio debería complementarse con una declaración sobre la necesidad de mayor inversión en el área rural, de manera que se distribuya la riqueza del mundo y haga más sostenible algunos indicadores.
Ahí algunas ideas para seguir profundizando.
(*) El autor es Director General de CIPCA.
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