viernes, octubre 18, 2019

Bolivia: lo que está en juego

Evo Morales Ayma
 
(Atilio A. Boron) 
17 Octubre 2019

Este próximo domingo el pueblo de Bolivia deberá tomar una decisión trascendental, que excede el significado de una elección presidencial. Sin restarle valor a ésta, lo que está en juego es una opción histórica, un desafío para las naciones que componen el Estado Plurinacional: consolidar los formidables avances realizados durante la presidencia de Evo Morales -que convirtió a la otrora atrasada, estancada  y siempre convulsa economía boliviana- en la más dinámica de Latinoamérica o, en cambio, optar por un melancólico retorno al pasado.

Arnold Toynbee tenía razón cuando decía que la evolución de las sociedades (y las civilizaciones, en su caso) dependía de la respuesta que fuesen capaces de dar ante los grandes desafíos que las de tiempo en tiempo las confrontan. Y el que hoy se le plantea a las naciones del Estado Plurinacional es saber si tienen la sabiduría y la valentía para proseguir por la senda que convirtió a ese país en el más luminoso ejemplo de progreso integral de la sociedad, no sólo en el ámbito de la vida económica sino también en el político y cultural; o si respondiendo a prejuicios ancestrales o temores atávicos se acobardan ante las implicaciones de las profundas transformaciones que tuvieron lugar en el país y retroceden, buscando refugio en un pasado borrosamente recordado y que la oligarquía mediática se encarga de idealizar. No sólo eso: también de ocultar el holocausto social y económico que produciría en Bolivia el retorno de sus antiguos gobernantes y sus gastadas políticas. Debería ser suficiente echar una mirada a la tragedia argentina o ecuatoriana para persuadir a la población de que la restauración de la hegemonía neoliberal que Bolivia padeció por décadas desataría una catástrofe de inconmensurables proporciones, más allá de ser en sí mismo un imperdonable error.

Los medios, punta de lanza del imperio en la guerra de quinta generación, obnubilan la visión de la realidad porque en esa “prehistoria” de Bolivia mal podrían esconder la crónica pobreza de la enorme mayoría de la población, el desprecio y maltrato a los pueblos originarios y los pobres en general, la absoluta debilidad de un estado incapaz siquiera de pagar a sus funcionarios, la indefensión popular ante la rapacidad de las oligarquías locales y el imperialismo, el saqueo de sus bienes comunes, la migración forzada de millones en busca de una vida mejor y la ferocidad con que los gobiernos de turno reprimían a quienes luchaban por una vida digna. Este maligno ejercicio de fomentar la desmemoria y ocultar los sufrimientos del pasado es una estrategia comunicacional cuyo es objeto adormecer las conciencias y fomentar la desconfianza o el temor ante la positiva evolución experimentada por Bolivia desde el 2006. Transformación que modificó arcaicas relaciones sociales, que puso fin al sometimiento y la humillación de las naciones originarias, que eliminó el analfabetismo, que sacó de la pobreza a millones de personas, que redistribuyó significativamente la riqueza, expandió la educación y la salud públicas y que recuperó las riquezas naturales para todos los bolivianos. Y que puso fin a lo que parecía ser la incurable maldición de la inestabilidad política con sus secuelas de violencia, caos social y  estancamiento económico. Estas positivas mutaciones fueron  reconocidas inclusive por personas e instituciones poco amigables con el socialismo comunitario, como el Financial Times por ejemplo, que en su edición del 27 de Octubre del 2015 publicó un voluminoso suplemento  dedicado a “La Nueva Bolivia” y en donde se dijo, entre otras cosas, que dada la excepcional importancia del litio en las nuevas tecnologías de la información y comunicación este país bien podría ser la Arabia Saudita del siglo veintiuno. Es obvio que cambios de esta magnitud modifican esclerotizadas relaciones de fuerza y es por eso que la oposición a Evo, en un esfuerzo desesperado, apela a cualquier recurso con tal de que bolivianas y bolivianos decidan retornar al pasado. Disponen de enormes recursos para ello: dinero, bancos, empresas, el apoyo de “la embajada”, medios de comunicación con los que pueden difamar y mentir con total impunidad.  Pero ¿se habrá olvidado el pueblo boliviano de las matanzas ocurridas bajo el gobierno de Sánchez de Lozada, o de los que cayeron durante las heroicas “guerras del gas” y “del agua”? No creo. Es difícil tapar el sol con un dedo. Pude comprobar hace pocos días el carácter vivaz y vibrante de la sociedad civil en Bolivia. Estoy seguro que ante del desafío de Toynbee optará por seguir avanzando por el camino trazado por Evo y los movimientos sociales en lugar de caer en la ilusión de creer que la fórmula que tantas veces fracasó (a manos de Sánchez de Lozada, Banzer, Quiroga, Mesa) y que tantos sufrimientos y penurias le ocasionaran en el pasado sería ahora milagrosamente exitosa si esos mismos personajes, o sus amigos, ahora la volvieran a aplicar.

lunes, octubre 07, 2019

Borón: Votar por Carlos de Mesa u Óscar Ortiz será un suicidio político


 

Atilio Borón escucha las preguntas del público.
Foto: Gonzalo Jallasi
CAMBIO EDICION 07-10-2019

Entrevista a Atilio Alberto Borón, Politólogo y sociólogo argentino - Edición impresa


Estuvo recientemente en Bolivia, ¿cómo ve la situación política cuando faltan días para las elecciones generales?

  Creo que de a poco hubo una recuperación de la confianza en el presidente Evo de lo que parecía; digamos, un escenario un poco más complicado con el tema de los incendios, pero bueno da la impresión de que la gente empezó a darse cuenta de que realmente la mejor alternativa que hay es la de votar nuevamente por el presidente Evo. Me parece que mucha gente que antes estaba dubitativa, en este momento no lo está.
Usted mencionó el tema de la Chiquitania, que estuvo en boga en estos días. ¿Usted considera que este tema sea determinante para pasarle factura al ahora candidato Morales?
No, pero lo que pasa es que hay mucha mala voluntad de parte de mucha gente que aprovechará cualquier cosa con tal de desmerecer la candidatura del presidente Evo, por eso aprovecharon lo de la Chiquitania como puede aprovechar cualquier otra cosa.
Pero, me parece que tuvo un impacto que no era el esperado en la atención del momento, evidentemente hubo una situación de una especie de indecisión en la gente que lo apoya, complicada con eso, pero luego tengo la sensación de que ese momento pasó y que en este momento están poniendo sobre la balanza el notable desarrollo que tuvo Bolivia en los últimos años bajo la gestión de Evo Morales y me da la impresión de que a partir de ahí, a partir de ese momento, empiece a haber la recuperación del apoyo al presidente Evo y creo que esto culminará con una victoria, que es lo que se produzca en las elecciones del 20 de octubre.
A diferencia de otros candidatos, ¿usted cree que Evo Morales tiene las suficientes posibilidades de salir airoso en una primera vuelta en las elecciones en Bolivia?
Estuve hablando con alguna gente que estaba haciendo encuestas allá y son gente muy seria, que no va a decir una cosa por otra, ellos tienen una cierta confianza en que efectivamente eso va a ser posible, va a ser un margen estrecho, pero creen que finalmente habrá la mayoría suficiente que el presidente Evo va a superar el 40% y que tendrá una distancia de más de 10 puntos en relación con su más inmediato perseguidor.
Creo que eso de por sí resuelve la ecuación política.
¿Cómo ve la posición de los otros candidatos, en especial del expresidente Carlos de Mesa?
Mira, (Carlos de Mesa) no tiene para ofrecer algo que Bolivia no hubiese ensayado y que produjo resultados catastróficos en el pasado.
Lo que puedan ofrecer Carlos (De) Mesa u Óscar Ortiz es lo mismo que está haciendo (Mauricio) Macri acá en la Argentina; lo que hizo Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada) en Bolivia en el pasado.
Lo que conozco, no solamente que el presidente Evo tuvo una gestión para mostrar, porque cualquiera que realmente se encuadre y tenga un mínimo de memoria debería saber lo que era Bolivia hasta 2005 y lo que es hoy Bolivia.
No tendrían que tener ninguna duda en darle su apoyo, no solo su apoyo, salir a hacer campaña y hablar con los vecinos y parientes para que no vayan a cometer un acto de suicidio político votando a candidatos que nunca lograron sacar a Bolivia del atraso, de la dependencia, del estancamiento económico.
Hoy Bolivia es la economía más floreciente de América Latina y esto parece que no fue suficientemente difundido en Bolivia, esto no lo dice Atilio Borón, lo dice Financial Times, también Boletín Journal, lo dicen los bancos internacionales, que hablan que Bolivia podría llegar a ser en el siglo XXI, con las enormes riquezas que tiene y con la gestión macroeconómica exitosa como la actual, la Arabia Saudita del siglo XXI.
Dicen que el litio es hoy lo que el petróleo fue en el siglo XX, y si la gente no se convence de eso querrá votar por el pasado. Yo no vi ninguna propuesta de parte del expresidente Carlos (de) Mesa superadora, más bien veo lo que hizo Macri en la Argentina y lo que produjo una debacle gigantesca.
Entonces, yo apuesto a la sensatez de las bolivianas y bolivianos que tienen que dejar de ser influidos por los medios de comunicación, que en Bolivia prácticamente hay algo que podríamos llamar con cierto cuidado una especie de dictadura mediática que se encarga de disminuir, menoscabar y difamar la figura del presidente Evo y la calidad de su gestión de gobierno.
Eso puede tener un impacto en alguna gente, pero debe detenerse a pensar un minuto lo que era Bolivia antes, lo que es Bolivia hoy y lo que se hizo en sus principales ciudades, las obras que yo he visto.
Hace menos de 10 años, La Paz era un infierno, hoy en día con el tema del teleférico se produjo un salto cualitativo fenomenal. Era un país que no tenía, cada fin de año no tenía recursos para pagar a la administración pública el último sueldo del mes, hoy en día puede llegar a pagar dos aguinaldos anuales.
Que se den cuenta que eso no ocurre en ningún país de América Latina y me atrevería a decir que en ninguna parte del mundo.
Por eso digo, si la gente vota por suicidarse, bueno, desgraciadamente habría que admitirlo, pero creo que los bolivianos y bolivianas tiene un sentido de radicalidad, de fuerza de lo que es el progreso económico, cultural y social que hubo, y no van a caer en esa trampa que le tienden los medios, políticos opositores, que no tienen ningún programa de superación.
Si tú dijeras, tienen programa de superación, ni siquiera eso, lo que hay es una especie de una crítica sistemática, latiguillo permanente hablar de corrupción, de la Chiquitania, sin nada más en la mano, sin tener evidencia ni prueba, ni nada que termine diciendo que el presidente Evo está involucrado.
Él no puede controlar los incendios más de lo que hizo, compárelo con lo que no hizo Bolsonaro, un país infinitamente más rico que Bolivia y fíjense la manera cómo en Bolivia se encaró este tema.
Parece que hoy en día yo veo que no hay muchas opciones más que nuevamente renovar la confianza en el presidente Evo, el gobierno de los movimientos sociales.
A mí me gustaría que fuese una victoria absolutamente inobjetable y amplia del presidente Morales, creo que él y su equipo lo merecen, y Bolivia merece seguir en este rumbo y no caer en el abismo en el cual Argentina, desgraciadamente, ha caído, y el pueblo se equivocó, se dejó engañar y votó por el gobierno de Mauricio Macri, y ahora todos estamos pagando las consecuencias, y los bolivianos y bolivianas que tienen muchos parientes acá levanten el teléfono y pregúntenle cómo les va.
Usted hizo referencia a la influencia de los medios de comunicación, ¿serán tan importantes para influir en la toma de decisión de los bolivianos?
Creo que los medios hoy en día adquirieron una importancia no solamente en Bolivia, sino en todo el mundo, quiere decir, por ejemplo, la campaña permanente del presidente Donald Trump contra los medios precisamente refleja el hecho de que los medios operan en su contra y son muy eficaces para menoscabar y erosionar la base de apoyo de Trump.
O sea, los medios desarrollaron una tecnología de control del sentimiento, de las emociones y la comprensión de aquellos que leen en los medios, escuchan las noticias por la radio o la ve por televisión, que era impensable hace 15 años, por eso se habla hoy de guerras de quinta generación, las que son dirigidas fundamentalmente a controlar las emociones, los afectos, los temores de la población y hacer uso y abuso de lo que llaman las fake news, mentiras que son preparadas como si fueran verdades.
Entonces, en ese sentido, no cabe duda de que si estarán ejerciendo una influencia fuerte en Bolivia, como la ejercen en Argentina, como la ejercen en Chile y creo que esa influencia hay que neutralizarla porque es absolutamente perversa y contraria a los intereses de los pueblos.
¿Usted cree entonces que de no ganar Evo Morales se vivirá lo que pasa en Argentina? ¿Es correcto ese análisis?
No cabe ninguna duda. Basta mirar la propuesta de ellos (oposición), y es la propuesta de volver a la ortodoxia neoliberal, a la ortodoxia que plantea el Fondo Monetario Internacional.
Miren lo que pasó en la Argentina, mírense en el espejo argentino, y si quieren no apoyar a Evo van a tener que pagar consecuencias muy gravosas.
Así que espero y confío. Es un pueblo sensato el boliviano; lo que pasa es que a veces lo abruman, lo distraen, lo confunden, lo atosigan con tanta mala información hecha sin ninguna responsabilidad, con acusaciones absurdas y ridículas sobre qué es lo que pasaría si vuelve a ganar Evo, que no tiene ni pies ni cabeza; hablan de que se eternizará en el poder si se reelige. Bueno, se reelige Angela Merkel en Alemania, y por qué en Alemania no se genera ningún problema y en Bolivia genera toda clase de problemas.
Esto tiene que ver con la colonialidad cultural que surge después de 500 años de haber sido todo en nuestros países sometidos por poderes imperiales a partir de la conquista de América, pero no tiene nada que ver con la realidad. Alguna gente ingenua, desinformada, despolitizada cae en la trampa y después se van a lamentar, ¿o se olvidan de la ‘guerra del agua’ o la ‘guerra del gas’, las movilizaciones, las huelgas, los paros de la gente más pobre?
Me sorprenden, por ejemplo, los médicos que están en paro en contra de la medicina pública, lo cual es una barbaridad, y hago una reflexión a las compañeras y compañeros médicos, ¿cómo pueden estar en contra del SUS?, es una de las grandes conquistas que hubo en algunos países europeos de la posguerra, lo que hubo en Canadá, la medicina pública de calidad.
La medicina no puede ser fuente de negocio; si esa gente que está haciendo paro quiere hacer negocio, por qué no se ponen una tiendita y se ponen a vender.
La medicina no es para comerciar, es una distorsión absoluta que viene del modelo americano, donde la medicina es un gran negocio. Pero la gente del pueblo tiene que darse cuenta de que esa gente jamás la va a curar, y una vez que derroten el proyecto de Evo e instauren la medicina privada, como se ha hecho en Chile, después no se van a poder curar, es gente que va a morir a causa de la desatención médica.
Vean lo que pasa en otros países en donde la medicina está totalmente privatizada. Empezando por los Estados Unidos o Chile, ¿qué van a hacer las familias cuando tengan alguna persona muy enferma?, no tienen cómo curarla o si la curan es endeudándose hasta la coronilla porque no tienen recursos para la privada.
¿Cómo ve la correlación de fuerzas en Sudamérica cuando hay problemas en Argentina, recientemente en Ecuador y Perú no se queda atrás, al igual que Brasil?
Yo veo que Bolivia es una especie de isla; es el único país que vino creciendo a una tasa del 4,5 o 5% los últimos años, un país donde no hay problemas de inflación, un país donde hubo un empoderamiento de sectores sociales, expansión de derechos de una manera muy significativa todos estos últimos años; un país que vino creciendo en sus exportaciones y que tiene un manejo macroeconómico considerado ejemplar.
Creo que Bolivia con la Argentina va a tener un respaldo con el nuevo gobierno que va a venir, que de hecho será de Alberto y Cristina Fernández; definitivamente que con el gobierno de Macri no tiene, y creo que como se están moviendo las cosas en Perú y sobre todo en el Ecuador, no sería raro que el año que viene tuviéramos una coronación internacional de fuerzas. Perú está en víspera de grandes cambios económicos, políticos y sociales postergados de la época de Fujimori; hay una acumulación muy fuerte de organizaciones populares, partidos políticos y fuerzas políticas que están pugnando para lanzar de una manera muy significativa en el desarrollo político del Perú en una dirección congruente con lo que vino obteniendo Bolivia.
Y en el caso de Ecuador, donde el supremo traidor de la historia de América Latina, Lenín Moreno, tuvo que huir como una rata y refugiarse en  Guayaquil, y tiene a toda la gente en la calle protestando; no nos sorprendería si ese hombre migra rápidamente y se va bajo la protección de los Estados Unidos, como está protegiendo también a (Gonzalo) Sánchez de Lozada. Lenín podría ser el sucesor en recibir los favores del imperio por la tarea hecha, por haber metido preso a Jorge Glass, una vez hecho una campaña brutal de agresiones en contra del presidente (Rafael) Correa, que tiene 29 demandas penales formuladas por este gobierno hipercorrupto del señor Lenín Moreno.
Como decía Rafael Correa, “he acumulado más demandas penales que Alcapone en los Estados Unidos”; entonces esto puede cambiar muy rápido.
Venezuela, que está resistiendo la agresión norteamericana, y en Uruguay, donde el Frente Amplio parece que está encaminado a una nueva victoria, y si tenemos la confirmación del triunfo de Evo en Bolivia, más este escenario de Perú y Ecuador, todo evoluciona en una situación positiva porque se demostró que esa derecha no tiene condiciones algunas de gobernar y generar estabilidad, seguridad, tranquilidad y progreso a sus pueblos. No sería raro que en el curso de los dos o tres años se constituyera en una correlación de fuerzas internacional en esta parte del mundo que no va a ser igual a principios del siglo XXI, porque los líderes más importantes están muertos, como el caso de Hugo Chávez, Néstor Kirchner o Fidel Castro, o están presos como Lula (da Silva), o están acosados judicialmente como Cristina, pero puede recomponerse la situación muy favorable y que vaya a ser un respaldo muy importante a esta nueva fase del gobierno boliviano con la reelección de Evo.
Perfil
Es un politólogo y sociólogo argentino, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Actualmente, es director del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda.
Es profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e investigador del IEALC, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Fue  vicerrector de la Universidad de Buenos Aires (1990-1994) y secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) entre 1997 y 2006

viernes, octubre 04, 2019

¿Quién puede matar a un niño?

El fenómeno Greta Thunberg como un manual de dirección de las pasiones políticas




RT
3-10-2019
REBELION.ORG



En 1976 el gran Chicho Ibáñez Serrador estrenó ¿Quién puede matar a un niño?, una película de terror donde una joven pareja viaja a una isla mediterránea que ha sucumbido a un terrible mal: los niños han asesinado a los adultos. Mientras que en historias similares como El pueblo de los malditos (1960) los pequeños homicidas tienen un origen paranormal, en la producción española la furia infantil se achaca a los males del mundo y a la inacción de las personas mayores, los críos han llegado para poner orden, al precio que sea.
 Viendo el airado discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU se me hizo muy difícil no pensar en la película de Ibáñez Serrador. La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares, conversaciones en red y ha eclipsado al resto de intervinientes, desde los jefes de Estado hasta otros activistas, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos: dicotomías de cuento de los Hermanos Grimm para un momento de audiencias hambrientas de emociones fuertes.

Pero la intervención de Thunberg me ha recordado no sólo a la película por esta división, otra más, sino por un hecho que a pesar de obvio pasamos por alto. ¿Quién puede matar a un niño? toma su título de la frase que uno de los supervivientes de la isla emplea para explicar por qué los pequeños han cometido sus crímenes sin apenas oposición: ¿quién puede enfrentarse a un niño a pesar de que este venga con intenciones hostiles? Quien sea aficionado al cine de zombies sabrá de qué hablamos.

Si hoy decimos "la adolescente más famosa del mundo" gran parte del planeta pensará en Thunberg, pero no hace demasiado tiempo, en 2013, este título le fue otorgado a Malala Yousafzai por el periódico alemán Deutsche Welle. Un poco después vino Muzoon Almellehan, a la que se llamó con demasiado descaro "la Malala siria", suponemos que por ponerle las cosas fáciles al público. Niñas, adolescentes, con vidas muy duras y una historia de superación tras de sí, con mensajes sencillos y directos que apelaban a causas nobles como la educación o los derechos humanos. Niñas que fueron utilizadas desde los centros de poder mundial para sustentar intereses geoestratégicos. Pero, ya saben, ¿quién puede criticar a una niña?

En 1992, Severns Cullis-Suzuki recibió la condecoración de "la niña que silenció al mundo" por un discurso que llevó a cabo en, adivinen, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Cullis-Suzuki, con trece años, pronunció un alegato ecologista tan conmovedor como vacío políticamente. Ese mismo año y en esa misma cumbre, Fidel Castro Ruz, el presidente de Cuba, pronunció otro discurso con mucha menos trascendencia mediática que señalaba con pelos y señales el culpable del desaguisado ecológico: un sistema económico que había hecho de la rapiña, el crecimiento descontrolado y el extractivismo a los países más pobres su principal motor de desarrollo. Eran tiempos en los que, después de la caída del muro, nadie quería escuchar a un comunista: hoy las palabras de Castro parecen premonitorias.

El fenómeno de los niños prodigio del activismo no es nuevo, por lo que sorprende que los medios lo pasen por alto, como si Thunberg fuera única y primera en su especie. Thunberg es, sin duda, un gran producto político, uno especialmente adaptado a la infantilización sentimental de la sociedad, pero uno que también cuenta con la connivencia de un periodismo que necesita obtener visitas a toda costa y que ya no se atreve a adoptar una postura crítica, simplemente plantear una serie de dudas razonables, frente al último fenómeno extraído de una probeta.

Lo realmente desconcertante es cómo un adulto de inteligencia media puede creer que una niña decide por su cuenta iniciar una huelga escolar climática hace un año y que doce meses después sea un icono mundial recibido por Obama y Lagarde, que viaja en un velero acompañada de un príncipe monegasco y cuenta con voz en las tribunas de los organismos más importantes del mundo. Perdonen que levante una ceja en señal de desconfianza, pero rara vez quien posee los resortes de poder decide pegarse un tiro en el pie dando facilidades a quien les confronta.

Si descartamos que Thunberg tenga capacidades de control mental –cosas más raras se han visto–, hemos de deducir que, evidentemente, hay una serie de patrocinadores detrás de la niña. Y no hablamos de ninguna extraña conspiración, sino simplemente de la forma habitual en la que funcionan la cosas en nuestra época. Alguien tiene una serie de intereses y, mejor que hacer lobby, recurre a una protagonista amable para que el público acepte con entusiasmo el cuento que se les ha propuesto, eso que ahora se llaman narrativas.

¿Estamos por aquí afirmando que el cambio climático o en general los problemas ecológicos son un cuento? Ni mucho menos. Probablemente nos enfrentemos como especie a un reto global de dimensiones catastróficas. Lo que decimos es que Thunberg, al margen de sus deseos, es el enésimo fenómeno que va a permitir que los trabajadores acaben pagando los platos rotos de la transición productiva y además lo acepten de buen grado. La pretensión real puede ser una impostergable adaptación económica para paliar el cambio climático, pero exonerando al capitalismo y manteniendo las tasas de beneficio, cargando sobre los hombros de la clase trabajadora y los países empobrecidos la factura. Ya pasó en la crisis del 2008.

El fenómeno Thunberg cuenta, en primer lugar, con un discurso emocional pero desestructurado políticamente, que no señala ni los cómos ni los porqués, que evita poner el acento en corporaciones empresariales concretas y que pasa de puntillas por el gigantesco complejo industrial-militar norteamericano, pero que además fomenta una peligrosa idea de que "la clase política" es la única responsable del calentamiento global, sin asumir que la mayoría de esos políticos son el consejo de administración, en los organismos públicos, del gran capital. La diferencia de añadir apellido a la culpabilidad es que mientras que en el segundo caso protegemos la democracia, en el primero podríamos estar tentados de verla como un impedimento. De la eco-tecnocracia al eco-fascismo hay tan sólo unos ligeros matices.

De hecho, muchos líderes políticos, de forma similar a los propios medios de comunicación, intentan subirse como pueden al carro de la niña sueca, temerosos de enfrentarse a alguien obligatoriamente popular. Además, estos políticos obvian que desde hace treinta años se han aprobado protocolos para atajar la crisis climática. Que parezca que antes de Thunberg sólo existe el vacío les libra de responder por qué esos protocolos no se han aplicado con efectividad.

La respuesta no es que no se sepa lo qué hacer, ni siquiera que en último término no haya voluntad política para hacerlo, el problema es que en un entorno capitalista de una producción cada vez más desordenada esos protocolos son inasumibles: chocan frontalmente con los modelos de los mismos entes supranacionales, como el FMI, que reciben y agasajan a Thunberg. Y eso no se puede asumir delante de los focos.

Sorprende –sinceramente ya más bien poco– que el progresismo no se esté dando cuenta de la dinámica que genera la propuesta Thunberg. Se diría, escuchando a muchos activistas y líderes, sinceramente fascinados con la joven nórdica, que lo único que importa es la concienciación y el movimientismo, cuando la población sabe perfectamente que tenemos un problema climático, es más, cuando la mayoría hace lo que puede por paliarlo. Por otro lado que alguien se sume a una movilización hoy apenas garantiza nada más que la expresión de la preocupación de un sumatorio de individualidades respecto a un tema. Si el progresismo detesta la movilización al estilo del siglo XX no puede luego esperar resultados parejos a los del pasado.

Este progresismo happening parece conformarse con que sucedan cosas, sin preguntarse muy bien por qué suceden o cuál es el poso que van a dejar. Se desea movilizar a una gran cantidad de personas, sin saber muy bien hacia dónde conduce ese movimiento. Conceptos como organización, poder, ideología o estrategia se han vuelto pecaminosos y ya, a lo único que se aspira es a ser meros acompañantes por si, con suerte, se pega algo del charme y las simpatías se traducen en votos. ¿Que ha quedado de la indignación española del 15M? Esa es la pregunta que este progresismo happening debería responder y no seguir con su desesperada escapada hacia adelante, en muchos casos como resultado de la enésima venganza interna para acabar con tradiciones políticas realmente útiles durante décadas.

De hecho, el greenwashing, la coartada de tal producto o empresa mediante lo ecológico, no es el asunto de fondo, sino simplemente un síntoma de una política vaciada que se adquiere como un bien identitario de consumo. Estas semanas la gente se define como pro-Greta o anti-Greta, intentando situarse histéricos en un mercado donde mostrar unas paradójicas diferencias uniformizantes. En el punto más demente las discusiones giran en torno a si el producto Thunberg posee privilegios por ser blanca y europea o sufre opresiones por ser mujer, joven y padecer síndrome de Asperger, como el célebre Sheldon Cooper . ¿Cuál es el personaje de ficción y cuál el real? La misma pregunta vale para la política progresista. A Trump, cómodo, le vale con bromear sardónicamente: su electorado es lo que espera.

En el colmo de la mezquindad y la estrechez de miras, el progresismo happening acusa a cualquiera que critique al producto Thunberg de celebrar la inacción, planteando el "qué hacer" como pregunta irrebatible que apela a la moralidad individual, de una forma muy parecida a los sacerdotes señalando desde el púlpito a los malos creyentes que se plantean dudas teológicas. La respuesta a esa pregunta es bien sencilla: lo que ya se está haciendo y de hecho se lleva haciendo décadas.

En Latinoamérica, pero también en la India y África, hay una tupida red de militantes ecologistas que además suelen hacer coincidir sus acciones con lo sindical, lo comunitario y lo étnico, dando a esa palabra llamada interseccionalidad un valor real, y no el maltrato identitario al que ha sido sometida por los departamentos universitarios de Europa y Estados Unidos. La diferencia es que estos militantes no tienen espacio en los medios, no son recibidos por el FMI, los príncipes no les prestan los yates y, lo peor, son asesinados a centenares cada año . Su problema es que plantean aún un tipo de política en el que los protagonismos brillan por su ausencia, que ataca los problemas sistémicamente y que organiza a las personas de modo estable elevando su nivel de conciencia. Un muy mal producto, al parecer, para un siglo donde importan más las narrativas que las acciones.

Greta Thunberg, en el mejor de los casos, acabará como Cullis-Suzuki o Malala, escribiendo ese tipo de ensayos que se venden en los aeropuertos. Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.

O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta.

No digan luego que no les avisamos.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/daniel-bernabe/328254-greta-thunberg-manual-direccion-pasiones-politicas

¿Nada es lo que parece?

Teoría de odio

Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
4-10-2019

En el odio de la clase opresora se coagulan -y sinceran- todas las patologías del capitalismo. Es uno de sus espejos más nítidos. Su trasparencia. Es odio “refinado”, que se ha sofisticado, instrumentalizado y maquillado (minuciosamente) hasta parecer, incluso, “amor al prójimo” o filantropía para anestesiar, con palabrerío moralista, instituciones y jurisprudencias, las insurrecciones populares. Mientras los odiadores ponen cara de “buenos”. 
  Odio pasteurizado para reconfigurar el escenario general de la vida sobre un tablero mañoso donde: el debate capital-trabajo ocurra como cosa fuera del control de las empresas; el papel de los trabajadores parezca independiente de la realidad capitalista; y, además, el trabajo parezca una actividad individual e independiente al margen de las “leyes” económicas del capitalismo. Emboscadas para ocultar el odio a los trabajadores; para no pagarles el seguro social ni derecho laboral alguno. Para minimizar “costos” y dar por muerto el pago de horas extras, viáticos y otras remuneraciones consideradas como derechos adquiridos. Odio disfrazado de modernidad administrativa. “Nada es lo que parece”. Odio inoculado como “cultura” del burocratismo. 

En el relato de las burguesías el “odio” reviste galanuras de época muy cómodas para la apropiación del producto del trabajo. Con el beneplácito de algunos “expertos” en teorías semióticas, y de sus jefes, surge una corriente desenfrenada cargada con “nuevas clasificaciones” para el odio, donde reina -sin tapujos- la idea de que es condición de los seres humanos odiarse a sí mismos con odio funcional y contra su propia clase… en las “apps”, los teléfonos móviles… “gerencialmente” y por cuenta propia… Determinismo del odio que no tiene horarios. No permitas que los noticieros burgueses te convenzan de odiar a tu propio pueblo. No te tragues el odio oligarca como si fuese tuyo.

Es odio con determinación de clase expresado como pasión que cancela razones. Rompe los nexos humanos solidarios y fija códigos de alianza sectaria. En algunos casos se convierte en “placer” inconfeso. Así se desliza en la vida cotidiana y “embriaga” o cuanta forma expresiva le está cerca, objetiva y subjetivamente. Se ha vuelto parte del paisaje y transita los diarios, los noticieros, los cancioneros, las películas, las historias de amor, las relaciones familiares y, desde luego, las relaciones jurídicas y las de producción. Donde menos lo imaginas habita, todo o en partes, el odio de clase convertido en moral de época. 

Sobrevivimos en un escenario planetario infestado por odios de todos los géneros. Es una Cultura, Política y Comunicación del odio y para el odio a diario, el odio condensado y odio compartido, hilvanado, cambiante, tenso, entre la vigilia y los sueños; odio que sirve para conjugar la práctica de mil conductas envenenadas por sus entrecruzamientos. Odio de clase, de “raza”, de g é nero, sexual, político, ontológico… el odio que nos inunda con sus umbrales y nos distancia de los otros entre convulsiones antidemocráticas, conservadoras y de castigo que aparecen en todas partes y a toda hora en forma de violencia, rabia, impotencia, desesperación y autoritarismo de derechas.

Es cierto que el odio es viejo compañero de los seres humanos. Su vigencia sigue siendo avasallante y empeora en las condiciones históricas de conquista, coloniajes, guerras o revoluciones. Se recrudece en las relaciones de dominación y explotación o en los intentos que los pueblos hacen por emanciparse, pero no por eso hemos de aceptar fatídicamente que somos animales odiadores por naturaleza, aunque debamos responder con toda claridad hasta dónde se ha infiltrado el odio en nuestras vidas y si nos ha convertido en sus esclavos bobos en plena “modernidad” marcada por Auschwitz, Hiroshima y Gulag.

El odio cancela la igualdad, la libertad, la tolerancia, el respeto a la dignidad y a la autonomía del otro. Es impensable una sociedad igualitaria y digna mientras haya gente produciendo odio y vendiéndolo como uno de los más grandes negocios de la Historia. Y es que el odio subsiste tanto en los medios como en los fines del capitalismo agazapado en sus formas originarias de racismo, integrismo religioso, ét nico o nacionalista en espera de su maquillaje (a veces televisivo o cinematográfico) para intoxicar las relaciones sociales. De un modo u otro, cerca o lejos está entre nosotros (a veces dentro) el odio de clase. Incluso el odio entre hermanos, compañeros y camaradas. Es imprescindible entender su naturaleza, sus raíces, causas y efectos… combatir un tema de tal complejidad en sus más diversas facetas y su impacto en las visiones y conductas deformadas por las ideologías del odio (racistas, sexistas, integristas que la fomentan) y, derrotarlo… en y con todo lo que tengamos a mano, incluyendo la literatura, las artes, el cine y los “mass media”. 

Otra cosa es el recurso del concepto “odio” para enfatizar las posiciones de lucha contra-hegemónica y por la emancipación definitiva de nuestros pueblos y, entonces, el “odio” adquiere una dimensión semántica de combate no contra las personas sino contra los sistemas de dominación , exclusión, aniquilamiento y envilecimiento de la humanidad. Por eso insistió Antonio Gramsci en su “odio a los indiferentes”. Por eso lo convirtió en una declaración de principios, de fines y de posiciones. 

Hay que llamar a todos los frentes dignos, y en pie de lucha, a frenar la propagación del discurso del odio contra migrantes y contra todos los grupos llamados “minoritarios”. Contra el odio a los líderes sociales, a los movimientos emancipadores a los mandatarios de las naciones progresistas. Contra el odio desatado y cultivado en las “redes sociales”. Frenar el odio generalizado para amenazar a la voluntad democrática de los pueblos. Contra el odio para sofocar el disenso legítimo, la libre expresión popular, el derecho a vivir sin violencia… y, además, exigir que cesen las operaciones con mecanismos “trolls”, “bots” (o como quieran llamarlos) por donde transita el odio de clase y la violencia burguesa disfrazada de “libertad de expresión”.

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