La Asamblea Constituyente en Bolivia: el juramento del juego de pelota dos siglos después
Rubén Martínez Dalmau
A ninguna oligarquía nunca le ha gustado la democracia. Es lógico, por lo demás, porque los oligarcas sienten esa mezcla extraña entre miedo y desprecio al pueblo semejante, imagino, a descubrir que el billete que se nos ha caído del bolsillo ha ido a parar al lodo. Y si no, habérselo preguntado a Luís XVI, cuya torpeza dio pie a la primera gran actuación del poder constituyente en Europa, hace ya de eso más de dos siglos. Es cierto que las ideas de la ilustración estaban calando hondo, que el absolutismo cada vez encontraba más dificultades para legitimarse en la simple voluntad de Dios y que el liberalismo había hecho mella en Estados Unidos. Pero también lo es que la actuación del rey francés no fue de las más lúcidas. Para empezar, después de siglos sin querer saber nada de ellos, convocó a los Estados Generales para aumentar los impuestos y afrontar las maltrechas cuentas del reino.
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